Distancia física y solidaridad social

Sí, es tiempo de quedarnos en casa, de evitar concentraciones y de desplazarnos solamente lo indispensable, pero la distancia física no debe implicar división, exclusión o aislamiento egoísta, sino fortalecimiento de nuestra solidaridad social.

En México estamos entrando a un periodo difícil. La salud de más personas se verá quebrantada por la pandemia y, previsiblemente, perderemos más vidas por su causa. En buena hora que estemos haciendo cuanto esté a nuestro alcance para reducir o ralentizar los contagios, impedir la saturación de los servicios de salud y aumentar su capacidad de respuesta. Pero al tiempo que como país estamos atentos a la salud y la economía, como personas podemos asumir nuestra responsabilidad social respecto de quienes están resultando afectados por las medidas preventivas en su ingreso y su forma de ganarse la vida.

Tenemos que estar conscientes de que millones de jefas y jefes de hogar enfrentarán circunstancias particularmente adversas. Y no porque no quieran trabajar, sino porque son los damnificados de las medidas preventivas, los sacrificados del bien general, los afectados indirectos de la suspensión de actividades y del vacío de las calles.

Pienso en todas esas personas que, cercanas en la vida cotidiana, ahora podrían quedar alejadas de todos por nuestro internamiento.

¿Cómo sortearán estos días, y los que vengan en la Fase 3, los animadores de la vía pública como organilleros, camoteros, globeros, afiladores de cuchillos, tamaleros y dulceros?

Aislados en nuestras casas no necesitaremos más que en menor medida de empacadores en el súper, taqueros, tortilleras, meseros, cerrajeros. Cada quien en su mundo y posponiendo lo de hoy para cuando se pueda, ¿qué será del mecánico, el carnicero, la costurera, el zapatero, el panadero y el jardinero?

Asomados por la ventana, vemos las calles vacías, y desde sus autos las ven también los taxistas y los conductores de las diversas aplicaciones, sin trabajo o con trabajo a cuentagotas. Podríamos aprovechar para llamar al electricista, el carpintero, el albañil, el tapicero y el herrero, pero ¿y si los ponemos o nos ponemos en riesgo? Mejor después, al fin se puede, no urge.

¿Y la trabajadora del hogar, aquella a la que se le dijo que hable cada 15 días para ver cuándo vuelve a venir?

En éstos y otros muchos casos, ¿qué llevaran a su casa?, ¿qué deudas contraerán, ¿cuánto sacrificarán en salud, alimentación y bienestar de su familia? Estoy seguro de que podemos poner la fortaleza de nuestra solidaridad social al servicio de estas necesidades. Sí, es lo que parece: una convocatoria a que, en la medida en que cada quien pueda hacerlo, apoyemos de nuestro bolsillo a quienes regular o periódicamente nos prestan sus servicios y que ahora requieren, tanto como nosotros, de cuidarse y a la vez contar con recursos para sufragar las necesidades de su familia.

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