Reconciliación / Columna de Mauricio Farah

18 de julio, Día Internacional de Nelson Mandela

Nelson Mandela fue capaz de mutar de luchador social a líder de un país, de opositor beligerante a presidente de su nación, de defensor de los derechos de una mayoría oprimida y explotada a promotor de los derechos de todos.

Cuando tenía 29 años, el gobierno de Sudáfrica estableció en 1948 el apartheid, un conjunto de leyes que segregaban y discriminaban a la población negra y que tenían por objeto formalizar la desigualdad.

Acosado y perseguido como integrante del Consejo Nacional Africano, Mandela fue detenido varias veces hasta que fue sentenciado primero a cinco años y luego, en 1964, a cadena perpetua con trabajos forzados.

Vivió 27 años en prisión. Allí la comida era escasa y el trabajo arduo. Podía recibir una carta y una visita cada seis meses, siempre a la vista de sus carceleros y de la censura.

A la opresión de la cárcel se agregaba otras privaciones como, por ejemplo, cuando le fue denegada, con helado hermetismo, su petición de asistir a los funerales de su madre y, diez meses después, a los de su hijo mayor.

Estos son sólo trazos del intenso sufrimiento y desgaste que significaron esas casi tres décadas en la cárcel, que podrían haberlo llevado a albergar sentimientos de odio y de venganza.

Pero Nelson Mandela mostró otra estatura. Liberado en 1990, Premio Nobel de la Paz en 1993 y presidente de Sudáfrica un año después, en lugar de la venganza, la persecución o el desprecio por aquellos que lo habían reprimido y encarcelado, optó por la reconciliación.

El propio Mandela lo explica así: “Nuestras emociones decían que la minoría blanca es un enemigo, que nunca debemos hablarles, pero nuestro cerebro decía si no hablas con ellos, nuestro país arderá. Y durante muchos años más nuestro país se llenará de sangre. Teníamos que reconciliar ese conflicto. Lograr hablar con los ‘enemigos’ fue el resultado de la dominación del cerebro sobre las emociones.”

Así defendía su lenguaje moderado cuando muchos de sus seguidores le exigían efervescencia y fuego: “A la gente le gusta ver a alguien que es responsable y que habla de una forma responsable, y por eso evito las soflamas que exaltan a la muchedumbre. No quiero provocar a la multitud, quiero que la multitud comprenda lo que estamos haciendo y quiero infundirles espíritu de reconciliación.”

Y luego, ante la demanda de algunos de que reprimiera la crítica: “Es un error grave de cualquier líder mostrarse hipersensible ante la crítica. Dirigir los debates como si él o ella fuera un profesor de escuela que habla a unos alumnos menos informados e inexpertos. Un líder debe fomentar y agradecer el intercambio libre de opiniones y sin restricciones. Uno nunca debe olvidar que el principal objetivo de un debate es salir de él más fuertes, más próximos, más unidos y más seguros que nunca.”

No improvisaba: 30 años antes, frente a sus juzgadores y poco antes de ser sentenciado a cadena perpetua, sostuvo estos principios: “He luchado con firmeza contra la dominación blanca y he luchado con firmeza contra la dominación negra. He perseguido el ideal de una Sudáfrica libre y demócrata, donde todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades.

“Es un ideal por el que espero vivir y verlo realizado, pero si es necesario, es un ideal por el que estoy preparado para morir”.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.