Uno no es lo que quiere…

Apenas hace una semana supimos que Kamala Harris sería la compañera de fórmula de Biden y, desde entonces, la recaudación de fondos ha aumentado considerablemente y la distancia en la intención de voto frente al Partido Republicano ha aumentado.

La química entre Joe y Kamala ha dado un empuje importante a los demócratas quienes, la noche de este lunes, dieron por iniciada la Convención Nacional en la que la fórmula Biden-Harris aceptará formalmente la candidatura del partido y presentará sus propuestas de campaña.

En la primera noche, escuchamos el poderoso mensaje de Michelle Obama que dijo: “Donald Trump es el presidente incorrecto para nuestro país; ha tenido tiempo suficiente para demostrar que puede hacer el trabajo, pero es demasiado para él. No puede enfrentar los retos de este momento. Simplemente, no puede ser la persona que necesitamos que sea”. La exprimera dama remató diciendo que: “Ser presidente no cambia quien eres, sino revela quién eres”. No podría estar más de acuerdo.

Por su parte, Trump ha hecho lo único que sabe hacer: mentir y descalificar en 140 caracteres. Acusó a la corrupción del expresidente Barack Obama de ser el desencadenante de su presidencia.

He de confesarles, queridos lectores, que cuando leí el tuit correspondiente se me desencajó el rostro. De inmediato, los repetidores de los presidentes populistas —en inglés y en español— cuestionaron la credibilidad de los Obama. Para nadie es sorpresa la gran simpatía y respeto que siento por la administración Obama, misma que tuve el privilegio de seguir y analizar día a día: desde la primera campaña presidencial, el festejo del triunfo en Millenium Park, las idas y venidas del primer periodo, la segunda campaña presidencial, el festejo en Washington, los chubascos y las primaveras del segundo periodo, hasta el discurso final en el

McCormick Center, nuevamente en Chicago. Durante todos esos años, escuché críticas a las políticas, al origen y hasta cuestionamientos por “la raza” del presidente Obama. Pero nunca hubo un señalamiento por corrupción.

La descalificación me pareció ruin y descarada porque, más allá de fobias y filias partidistas, es falsa. Y es una muestra más de la poca solvencia moral de Donald Trump, quien participa en el juego democrático rompiendo todas sus reglas.

En estos días difíciles, las calumnias y las mentiras no van a solucionar los retos económicos, de gestión y de salud que azotan al mundo. Porque las frases fáciles y las respuestas burlonas no generan más empleos ni logran acuerdos; tampoco curan los males del cuerpo.

Gobernar es administrar las crisis. Y para ello, hace falta inteligencia, experiencia y prudencia. Y, sobre todo, credibilidad y solvencia moral. Sólo por esto último, un candidato o presidente que miente descaradamente, no puede hacerse cargo del destino de un país. Así, la respuesta de Trump terminó de dar la razón a Michelle Obama.

Como diría José José: “Es verdad soy un payaso, pero qué le voy a hacer, si uno no es lo que quiere sino lo que puede ser…”

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