Archivos de la categoría Mauricio Farah

La solidaridad, ausente en la tragedia de Tlahuelilpan

La generalizada solidaridad de los mexicanos ante las tragedias, tan arraigada en nuestra cultura y en nuestro orgullo, se evaporó ante la explosión que causó casi un centenar de muertos y 50 heridos en Tlahuelilpan, Hidalgo.

Hubo voces de condolencia y de duelo, pero fueron proporcionalmente pocas. Imperó la diatriba condenatoria, cuyos términos no tiene sentido reproducir, pero que revelan una gran carga de inquina hacia las víctimas.

Repentinamente erigidos en inquisidores, fueron muchos los mexicanos que expresaron su animadversión por las personas afectadas e incluso celebraron la tragedia.

En síntesis, y eludiendo el lenguaje soez y sórdido de quienes festejaron en redes, se trataba de un justo castigo, de una consecuencia natural y hasta necesaria: si alguien roba gasolina, que arda con ella.

Si bien en internet es frecuente el insulto, la calumnia, la acusación ligera, después de la tragedia llamaron la atención las reprimendas justicieras y el evidente tono superior del inmaculado en contra del presunto infractor.

Fue más notorio aún porque no se trataba de un debate o de un intercambio de acusaciones o vituperios, como suele ocurrir en internet, sino de una imputación a personas que habían perdido la vida, de un juicio sumario a ellas y a sus familias e incluso al conjunto de la población.

En todo tiempo, la unión, la solidaridad y la compasión son valores de cohesión y fortaleza de una sociedad, y son más importantes aún en momentos difíciles, como es el caso de nuestro país en materia de seguridad y, especialmente, luego de una tragedia.

Así como una familia se ve sacudida por la muerte repentina de uno de sus integrantes, una comunidad se hunde en el dolor y el desconcierto ante la pérdida de docenas de sus miembros.

El drama lo abarca todo y crea una atmósfera de privación comunitaria difícil de asimilar y superar.

Es el momento de la comprensión y el respaldo social, pero luego de la tragedia de Hidalgo fueron muchos los que asumieron el rol de juzgadores espontáneos.

Reflexionar sobre ello no implica erigirse en juez oficioso de los jueces oficiosos, sino ponernos frente a la imagen lamentable que nos arroja este espejo.

¿Somos esta imagen de ruptura, de escarnio, de tétrica celebración por el dolor de otros? ¿A dónde podría conducirnos esta actitud si se reiterara y se extendiera a más ámbitos de nuestra relación?

Tenemos todas y todos una enorme responsabilidad: convocar y dar presencia, con hechos y palabras, a la unión, al sentido de comunidad plural, sin divisionismos, sin la segmentación artificial que alienta la confrontación de unos contra otros.

En territorio polarizado, el odio es combustible.

Cortesía de EL HERALDO DE MÉXICO

Migrantes: entre el muro y la batalla electoral

El presidente Donald Trump sigue empeñado en el trueque que planteó al Congreso: o le dan 5 mil 700 millones de dólares en 2019 para la construcción de su muro o no hay presupuesto y, por lo tanto, mantiene cerrado parcialmente el gobierno.

Así se han cumplido 23 días, con lo que este cierre se ha convertido ya en el más largo de la historia de la Unión Americana.

El discurso de Trump ha cambiado: ahora dice que el muro será de acero y no de cemento y que sólo necesita construir alrededor de 800 millas (mil 287 kilómetros) porque ya hay mil kilómetros de valla y porque en diversas partes de la frontera hay obstáculos naturales como ríos “salvajes y violentos” (en el lenguaje de Trump todo es apocalíptico).

En cuanto al financiamiento, dice que México ya lo está pagando por las supuestas condiciones ventajosas para Estados Unidos en el nuevo tratado de comercio, lo que es más un recurso retórico que un hecho demostrable.

Con el monto que exige al Congreso, el presidente estadounidense quiere construir 234 millas de muro, contratar a 750 nuevos agentes fronterizos y aumentar en 11 mil las celdas para indocumentados a fin de llegar a 52 mil lugares. Ninguna de estas medidas es novedosa. Muro, celdas y agentes se han ido incrementando desde hace 25 años, y sus predecesores Clinton y Bush han aumentado estos rubros. Y ninguna, desde luego, detuvo la inmigración indocumentada y sí contribuyó al sufrimiento de los migrantes, e incluso a la muerte de los miles que han fallecido a lo largo de los años en la franja fronteriza.

Pero es sabido que para Trump, el muro es un himno de batalla electoral, en cuya estridencia lo que menos importa es la suerte de los migrantes.

Ante la oposición que representa la postura de los legisladores demócratas, a la que se han sumado algunos republicanos, el presidente dice que puede declarar un Estado de Emergencia Nacional para contar con facultades especiales y construir el muro sin la aprobación del Congreso, pero éste es el único que puede asignar fondos, de manera que el tema podría ir a litigio ante la Corte Suprema de Justicia.

Para argumentar la declaratoria de emergencia, Trump ha dicho que se debería a la “crisis humanitaria” en la frontera, lo que no es un reconocimiento de lo que padecen los migrantes, sino un recurso efectista para dar soporte a su obsesión.

El mandatario está en campaña rumbo a una eventual reelección y, por lo pronto, parece estar apostando a la construcción del muro con una disyuntiva de todo o nada.

Se trata de una lucha de fuerzas entre Trump y demócratas no tanto para ganar ahora un episodio sino la Casa Blanca dentro de dos años. Y los migrantes, una vez más, están en medio, a pesar de que su trabajo y su aportación a la economía estadounidense están más allá del estruendo electoral.

Cortesía de EL HERALDO DE MÉXICO

¿Y qué estamos dispuestos a hacer nosotros?

Con mi solidaridad y condolencia a familiares y amigos de Martha Erika Alonso y Rafael Moreno Valle.

La lamentable tragedia en la que perdieron la vida Martha Erika Alonso Hidalgo, gobernadora de Puebla, y el senador Rafael Moreno Valle Rosas, acentúa la pertinencia de reflexionar, en la víspera del inicio de 2019, sobre nuestra capacidad de trabajar juntos por un México mejor, y de mantenernos unidos en el empeño de construir un país con desarrollo y oportunidades para todos.

Más allá de la fatalidad y de las adversidades que eventualmente puedan presentarse, en esta naciente etapa, con un gobierno que comienza y una nueva correlación de fuerzas políticas, tenemos que empezar por reunirnos en torno de los objetivos que nos son comunes: recuperar la paz, reducir la pobreza y la desigualdad, impulsar el desarrollo y combatir eficazmente la corrupción y la impunidad.

Corresponde a las instituciones crear un contexto favorable a nuestras aspiraciones, y compete a cada uno, con conciencia de comunidad, asumir nuestra responsabilidad en la construcción de un país más justo y próspero.

Al alcance de todas y todos está contribuir al fortalecimiento de la nación.

Contamos para ello con un recurso en apariencia pequeño, pero en realidad de gran trascendencia: la conducta cotidiana como instrumento de cambio.

Tenemos que dar un vuelco a estereotipos negativos que se acumularon en el tiempo y trazaron una caricatura que nos estigmatiza.

Creer más en la cultura que nos engrandece y erradicar los arquetipos que nos minimizan. Luchar por la paz que nos concilia y superar la violencia que nos oprime.

Cambiar la trampa que beneficia a unos cuantos por la conducta que nos beneficia a todos.

Trabajar por la igualdad en derechos y oportunidades, en oposición a la injusticia que escritura inequidades.

Crear nuevos paradigmas en las libertades y derechos para que dejen de ser aspiración y se traduzcan en hechos constatables: igualdad entre mujeres y hombres, respeto a las diferencias y justicia para todos.

Multiplicar nuestra empatía y transformarla en compromiso para trabajar unidos por la igualdad social y la prosperidad colectiva.

Desde la esfera de nuestras responsabilidades y con conciencia ciudadana, podemos aportar lo que nos corresponde frente a nuestros desafíos, es decir, pasar de la demanda a la contribución y de la actitud pasiva a la participación.

Todo país requiere del esfuerzo ciudadano porque allí está el potencial de las naciones.

Así como es legítimo expresar nuestras demandas al nuevo gobierno, es necesario preguntarnos qué estamos dispuestos a hacer nosotros, cada uno y todos a la vez, para resolver con acierto los retos de nuestro tiempo.

Feliz año nuevo.

Migración, derechos humanos y desarrollo

La política migratoria del nuevo gobierno de México se sostiene en dos pilares: derechos humanos y desarrollo, en contraste con la política de contención que imperó durante décadas con lamentables consecuencias.

El cambio de paradigma puede significar para cientos de miles de personas un viraje de 180 grados, capaz de convertir su padecimiento en esperanza.

La política de contención asocia a la migración indocumentada con términos que revelan su visión negativa: problema, ilegalidad, inseguridad, operativos de detención y, en consecuencia, persecución.

Si a una persona se le declara ilegal y se le persigue por buscar una vida mejor en un país distinto al suyo, tiene que caminar en las sombras y renunciar a la justicia y hasta a sus derechos humanos.

Por ello, una gran porción del territorio nacional se convirtió para a los migrantes centroamericanos en escenario cotidiano de un sufrimiento extremo, plagado de abusos y delitos, como extorsiones, secuestros, desapariciones y homicidios.

El cambio de visión implica una enorme diferencia: en lugar de persecución, comprensión; en lugar de abusos y delitos, respeto a los derechos humanos; y desarrollo, en lugar de pobreza, desigualdad, violencia y desempleo.

El plan dado a conocer se enfoca tanto en los mexicanos que migran sin documentos a Estados Unidos como en los centroamericanos que se internan de manera irregular en México con la intención de llegar a la Unión Americana.

Para el desarrollo e infraestructura del sur del país, así como para impulsar el crecimiento en Honduras, El Salvador y Guatemala, se requiere de una considerable inversión en los próximo seis años, pero no hay duda de que el costo de no realizar este esfuerzo sería mayor en sufrimiento humano y rezago económico y social.

El presidente Andrés Manuel López Obrador considera que si Estados Unidos, México y Canadá realizan esta inversión en el marco de un programa de colaboración para el desarrollo, el objetivo de reducir sustancialmente la necesidad de emigrar es alcanzable.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, la presencia de Donald Trump en la Casa Blanca. Podría pensarse que las recientes caravanas de migrantes persuadirían al presidente estadounidense de apoyar el plan del gobierno mexicano. Pero sucede que aunque Trump diga que lamenta las caravanas, en realidad las celebra porque nutren su discurso antiinmigrante.

La política estadounidense no está bajo nuestro control, pero sí lo está hacer lo que nos corresponde como país, y en ello no hay duda: tenemos que cambiar el paradigma y colocar a la migración en la agenda del desarrollo y los derechos humanos.

Hace tiempo que el Día del Migrante era ocasión para reflexionar sobre sus padecimientos; hoy podemos renovar la esperanza.

EL HERALDO DE MÉXICO

Una nueva etapa, rasgos inéditos y grandes desafíos

La nueva etapa del país se caracteriza por rasgos inéditos y enormes desafíos.

Comienza el gobierno de un presidente de izquierda, con un gran respaldo, conocedor del país casi kilómetro a kilómetro, con tres campañas presidenciales, desapegado de las élites y con arraigo popular.

Llega un presidente que ha integrado en su amplio espectro de colaboradores y legisladores afines a priistas, panistas, perredistas y, desde luego, a quienes lo han acompañado desde la fundación de Morena, muchos de ellos también procedentes de diversos orígenes partidistas.

Arriba un presidente que empezó a gobernar casi desde el instante en el que se conocieron los resultados electorales y que cuenta con mayoría en el Congreso de la Unión y en 19 congresos estatales, lo que le da condiciones para llevar a cabo eventuales reformas constitucionales.

Por primera vez llega un presidente habituado a desempeñarse políticamente desde la oposición y con fuertes raíces en la plaza pública.

De acuerdo con recientes encuestas, son mayoría los que depositan en el presidente Andrés Manuel López Obrador altas expectativas, en tanto que otra parte de la población traduce esas expectativas en incertidumbre.

En su mensaje de toma de posesión, el mandatario enfatizó el gobierno para todos, especialmente para los desposeídos, el respeto a las libertades, el aliento a la inversión y la honestidad como emblema de su administración.

Entre las demandas de mexicanas y mexicanos destaca la seguridad, más aún, la recuperación de la paz, luego de tantos años de violencia y luto.

En la misma vertiente están la corrupción y la impunidad, lastres que maniatan el desarrollo, impiden la certidumbre y cercenan la esperanza, y cuyo combate los electores mandatan, entre otras razones porque es necesario recuperar la confianza en nosotros mismos para dar el gran salto hacia el desarrollo.

Por otra parte, es claro que no hemos sido capaces de cerrar el abismo entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco.

Impedir la perpetuación de la pobreza es una exigencia histórica.

Es indispensable, asimismo, generar riqueza y distribuir sus beneficios para que toda la población sea favorecida por el crecimiento económico y tenga acceso a una vida digna.

Cada mexicana y cada mexicano interpretará este inicio de gobierno según su visión, sus convicciones y su preferencia política, pero algo está cambiando en el país que, en todo caso, requería una sacudida, una despresurización social, especialmente de quienes se sentían más agraviados por su marginación y falta de oportunidades.

Por el bien de México, que esta nueva etapa traiga consigo paz, bienestar social y desarrollo, conservando nuestra probada capacidad para convivir en libertad, diversidad y pluralidad.

Y, especialmente, de mantenernos unidos en lo fundamental.

Drogas: cambiar paradigmas para cambiar los resultados

Hace ya más de 100 años que México sostiene en materia de drogas una política y un sistema normativo de carácter prohibicionista.

Lejos de ser el único, formamos parte de los más de 188 países que en su momento suscribieron las tres convenciones de la ONU relativas a este tema y que destinaron recursos, tiempo y esfuerzos para materializar sus disposiciones.

Se trataba, según las convenciones internacionales, de lograr “La erradicación del mercado de sustancias psicotrópicas y estupefacientes que atienda fines distintos al médico o
científico.”

Así, casi todas las naciones del mundo se lanzaron formalmente tras ese objetivo, que no se cumplió en ningún caso.

Al paso del tiempo, presenciamos la aparición de efectos indeseables: se impidió que las personas que necesitaban de algún estupefaciente o sustancias psicotrópicas para fines terapéuticos y medicinales tuvieran acceso a ellos; la producción y el consumo para fines no médicos o científicos se incrementaron; surgieron y se expandieron grupos del crimen organizado que capitalizaron el prohibicionismo para enriquecerse y corromper e infiltrar instituciones y, más tarde, para dañar el tejido social e incluso, como infortunadamente lo hemos visto en México y otros países, para generar alarmantes entornos de inseguridad y violencia.

El crimen organizado fue y es el gran beneficiario, como terminó siéndolo también la industria armamentista y, de otra manera, la farmacéutica y los aparatos estatales que recibieron grandes presupuestos para “erradicar las drogas ilegales”.

La senadora Olga Sánchez Cordero apuntó, al presentar la iniciativa en el Senado: “240 mil muertos, 40 mil desaparecidos. Estos números son inaceptables y justifican replantear la política de drogas en nuestro país.”

Sin prejuicios ni dogmas paternalistas, y luego de la experiencia de más de un siglo, exacerbada en la última década, podemos hoy poner frente a frente las dos opciones principales: o seguimos persiguiendo la erradicación del uso de las drogas para fines no médicos y científicos, o nos orientamos a trabajar en favor de la salud y la seguridad.

Las otras dos opciones confrontadas son el prohibicionismo y la regulación del uso recreativo.

Cortesía

A estas alturas, resulta claro que el objetivo de la erradicación, vía prohibicionismo, se agotó, y que hoy lo que procede es proteger la salud y la seguridad, vía la regulación.

Como apunta Jorge Díaz Cuervo en su libro Drogas. Caminos hacia la legalización: “Puede ser más efectivo cuidar el cómo, dónde y qué se consume, que seguir cuestionando el por qué o el para qué”.

Y agrega: “Parte importante del planeta parece estar dispuesta a buscar alternativas, impulso que se gesta en estados democráticos y constitucionales, comprometidos con valores superiores, como el reconocimiento y el respeto a los derechos humanos, y en particular al principio pro persona que deriva de ellos (…) El cambio o ajuste de modelo está en marcha. Incluso dentro del sistema de las Naciones Unidas”.

No será fácil el cambio de visión en la ONU, habida cuenta del papel preponderante que tiene en ella Estados Unidos y lo errático de su presidente actual, pero si se reorientan los acuerdos globales superaremos las contradicciones del sistema normativo vigente con los derechos humanos, entre otros, el derecho a la salud, a un proyecto de vida y al libre desarrollo de la personalidad, y a no sufrir discriminación, entre otros.

Cabe, también, tener en cuenta que si bien es un desafío global que requiere la colaboración internacional, tiene características regionales que deben atenderse al diseñar e implementar políticas públicas, cuya orientación primordial debería ser preservar la vida y la salud, y no la estigmatización de los consumidores y de la asociación droga y delito.

En todo caso, al celebrar la nueva orientación, es preciso tener presente que nos falta mucho camino por recorrer, no para desalentarnos sino para estar conscientes del tamaño y complejidad del reto.

El cambio, dice Díaz Cuervo, “Solo parece posible, en el mediano y largo plazos, si se articulan dos conceptos: visión (adónde queremos llegar) y gradualismo (el ritmo al que se quiere avanzar)”.

Estamos en presencia de un cambio de visión que puede contribuir a la protección de los derechos humanos, tanto de los consumidores como de los que no lo son, y que puede hacer una aportación real a la recuperación de la seguridad y la paz pública.

Solo cambiando paradigmas podremos modificar los
resultados.

Trump y su campaña de odio y miedo rumbo a las elecciones

Las elecciones de mañana en Estados Unidos tienen una enorme relevancia para el futuro de ese país y de Donald Trump, pues pueden resultar determinantes para que las aspiraciones de reelección del presidente se amplíen o se reduzcan severamente.

Ahora los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras: 241 contra 194 de los demócratas en la de Representantes, y 51 contra 47 en el Senado, más dos independientes.

Algunos expertos señalan que en la primera los distritos en disputa son realmente 45, porque los demás pueden estar seguros desde ahora: 198 para los republicanos y 192 para los demócratas. Éstos necesitan ganar 26 de los distritos en disputa para alcanzar los 218 representantes que requieren para ser mayoría. Los republicanos, por su parte, tendrían que ganar 20 de los distritos en disputa. 

Si en este caso existe una posibilidad para los demócratas, en el Senado es más difícil aún que puedan revertir su actual composición, a fin de obtener la mayoría, debido a que sólo se renuevan 35 de las 100 senadurías.

Cortesía

De las senadurías que se renovarán, sólo ocho están en disputa, pues se estima que en las demás los resultados son previsibles: 47 para los republicanos y 43 para los demócratas, quienes requieren ganar las ocho senadurías en disputa para alcanzar la mayoría.

Por esta correlación de fuerzas que se enfrentan mañana es que Trump, cuyo nombre no está en la boleta (y, sin embargo, está), se ha volcado a realizar actividades proselitistas y ha concentrado su esfuerzo en la generación del miedo, incluyendo, en su amplio repertorio de “malos”, a los que todavía no nacen.

Porque para esparcir miedo no hay nada como crear enemigos.

Según su discurso, las caravanas de migrantes centroamericanos que se dirigen a Estados Unidos son una emergencia nacional porque se disponen a invadirlo; entre ellos van delincuentes peligrosos y “desconocidos de Medio Oriente”; todos quieren arrebatarles el trabajo y la paz a los estadounidenses; y los demócratas, que pretenden entregar el país, auspician la invasión. 

Ir en contra de los que todavía no nacen no es nuevo. El 15 de marzo de 2010 publiqué un artículo ante la andanada de republicanos que se proponían modificar la Enmienda 14 de la Constitución.

Esta Enmienda establece en su primer punto que todas las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos y sometidas a su jurisdicción son ciudadanas del país y de los estados en que residen. Ningún estado podrá, dice la Enmienda, dictar ni dar efecto a cualquier ley que limite los privilegios o inmunidades de los ciudadanos de Estados Unidos.

El proceso que se requiere para modificar la Enmienda es largo y requiere el voto de dos terceras partes en cada una de las Cámaras y tres cuartas partes de las legislaturas estatales.

Pero el propósito de Trump es electoral, así es que ha repetido que puede impedir que se otorgue la ciudadanía estadounidense a los nacidos de hijos de inmigrantes indocumentados mediante una orden ejecutiva. No importa si es cierto o no, sino decirlo, como lo ha hecho, antes de las elecciones.

No es la primera vez que recurre a mentiras y a promover miedo y odio, división y encono. Lo hizo en su campaña presidencial, durante su gobierno y en el proceso electoral que culmina mañana. 

Tal es el Trump que ganó la presidencia y tal es el Trump que se propone repetir la mayoría en ambas cámaras y reelegirse en 2020.

Si en 2016 los estadounidenses lo votaron para presidente suficientemente advertidos de lo que vendría, ahora pueden ratificar o rectificar, con absoluta certeza, lo que están eligiendo.

Las fosas clandestinas son una inmensa herida nacional

Estamos por llegar a 12 años de la llamada lucha contra el crimen organizado. Muchos son los saldos; la mayor parte de ellos amargos y, a la vez, desafiantes.

Entre otros, hay uno particularmente doloroso: el país es hoy una inmensa fosa clandestina, con todo lo que ello significa.

Y lo que significa es que cada una de esas fosas alberga restos de personas que alguna vez no regresaron a su casa, que fueron declaradas desaparecidas y que, mientras eran buscadas por sus familiares y amigos, fueron asesinadas y enterradas clandestinamente, con escasas probabilidades de ser localizadas.

Hace apenas unos días se hallaron en Veracruz 32 fosas con los restos de al menos 174 personas, de acuerdo con la autoridad estatal. Este hallazgo se suma a los cientos que se han hecho en el país, cada uno con su lamentable carga de pérdidas, dolor, violencia e impunidad.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos dio a conocer, en abril de 2017, el informe especial sobre desaparición de personas y fosas clandestinas. En él se reporta que, con base en cifras oficiales, del 1 de enero de 2007 a septiembre de 2016, se localizaron 655 fosas, con mil 548 cuerpos. Para el mismo periodo, el muestreo hemerográfico, realizado por la propia Comisión, incrementa estas cifras a mil 143 fosas, con 3 mil 230 cadáveres. Casi el doble de fosas, más del doble de víctimas. Por su parte, organizaciones de la sociedad civil reportan que entre 2006 y 2017 se han exhumado 2 mil cuerpos.

No puede dejar de observarse que, como casi siempre, los datos oficiales reflejan una realidad achicada, ya sea por la falta de registros o por la calculada intención de reducirla.

Aun si se dieran como ciertos los datos oficiales, éstos nos estarían diciendo que durante diez años, de 2007 a 2016, en promedio cada dos días fue inhumada clandestinamente una persona en México, luego de ser asesinada y en algunos casos después de ser torturada y despedazada.

Si partimos de los datos de los registros hemerográficos, el promedio sería de un enterrado clandestinamente cada día. Uno cada día a lo largo de diez años. Demasiada violencia, demasiado dolor e incertidumbre. Demasiada impunidad.

Desafortunadamente no se trata de historia, sino de una continua pesadilla: otro muestreo hemerográfico de la CNDH registra que de enero de 2017 al 30 de agosto de 2018 se han hallado 163 fosas, con 530 cuerpos.

Un dato más para la consternación y el asombro: de estos 530 cuerpos, sólo han sido identificados 54; es decir, uno de cada 10.

El hallazgo o localización de fosas clandestinas no se detiene. Entre las más recientes están las ubicadas en Jalisco, con seis cuerpos, y en Ciudad Juárez, con cuatro víctimas.

Enorme es el desafío del crimen y de la violencia; y enorme debe ser el esfuerzo del próximo Gobierno federal y de los gobiernos estatales para encontrar una respuesta a la desaparición como método frecuente e impune, al homicidio del indefenso y al enterramiento de las víctimas, lo que priva a las familias incluso del alivio del duelo.

A pesar de las dificultades que implique, tenemos que encontrar esa respuesta y contener el crecimiento de lo que es ya una inmensa herida.

Trump: devastador de familias

Que no se nos olvide. Hay cientos de niños migrantes que no han sido reunidos con sus padres. El gobierno de Estados Unidos los llama “inelegibles para la reunificación”.

¿Qué nombre puede darse a la separación dolosa de 2 mil 551 hijos de sus padres por parte de un Estado, como lo hizo la Unión Americana durante los meses de abril y mayo de este año?

Nadie sabía en el gobierno estadounidense qué se haría después. La orden era separar y eso bastaba. 

Doble falta la del presidente Donald Trump: separar a las familias y no asumir la responsabilidad de su posterior reunificación. Así tuvo que reconocerlo su gobierno cuando un juez federal de San Diego, Dana Sabraw, ordenó la reunificación de estos niños con sus padres, y puso como fecha límite el 26 de julio. 

Obligado, el gobierno reunificó a las familias que pudo, pero entonces se dio cuenta de que era incapaz de reunir a todas. Había cortado, irresponsablemente y quizá para siempre, una relación y cercanía familiar que nadie tiene derecho a vulnerar.

Concluido el plazo establecido por el juez Sabraw, el gobierno estadounidense le informó que no había reunido a más de 559 niñas y niños con sus padres porque a algunos de éstos los había deportado y tendría que localizarlos, que a otros los había liberado de la custodia del Servicio de Inmigración y Aduanas y no sabía dónde estaban; otros habían renunciado a la reunificación y unos más tenían acusaciones penales.

De acuerdo con organizaciones civiles de derechos humanos y la Unión Americana para las Libertades Civiles (ACLU), algunos de los padres fueron forzados a firmar documentos escritos en inglés, en los que solicitaban su deportación voluntaria o renunciaban a la reunificación, al tiempo que eran agredidos verbal y emocionalmente.

Y mientras tanto, cientos de niños y niñas tienen que seguir bajo custodia, abismalmente alejados de sus afectos más cercanos.

Ante las protestas internas y externas, Trump se vio forzado a emitir, el 20 de junio, una orden ejecutiva para que cesara la separación de familias migrantes, pero las secuelas de su disposición anterior siguen vigentes y representan una tragedia para cientos de hogares. 

El derecho a la unidad familiar, que está consagrado en los instrumentos universales y regionales de derechos humanos y el derecho internacional humanitario, exige no sólo que los Estados se abstengan de separar a las familias sino también que adopten medidas para mantenerlas unidas y, en su caso, para reunificar a los familiares que se hayan separado.

La deportación o expulsión puede constituir una interferencia al derecho a la unidad familiar, a menos que se justifique de acuerdo con las normas internacionales, lo que no es el caso, como lo demuestra la orden de reunificación de la Corte Federal de San Diego.

Estados Unidos es el único país en el mundo que no ha ratificado la Convención sobre los Derechos de los Niños, como tampoco lo ha hecho con otros instrumentos internacionales, como el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales y la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Pero ello no lo exime de respetar y proteger el interés superior del niño y el derecho a la unidad familiar.

En todo caso, cabe cuestionar si con cargo a la soberanía de un Estado se puede hacer lo que sea, incluso violar derechos humanos, quizá de forma irreparable, como puede serlo para docenas de padres, madres e hijos que hoy no saben si volverán a verse.

Nadie puede arrogarse el derecho de destruir la unidad familia r, así sea Donald Trump, destructor compulsivo, y ahora también devastador de familias.

¿Qué ofrecen los candidatos frente al dolor de México?

“Las criaturas de aquella (esta) realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido (es) la insuficiencia de recursos para hacer creíble nuestra vida”

Gabriel García Márquez, al recibir el Nobel de Literatura

Las campañas por la Presidencia de la República coinciden en el diagnóstico, igual o semejante, al que tenemos también la inmensa mayoría de mexicanas y mexicanos.

En la apreciación convergente de lo que se debe resolver están: inseguridad, corrupción, impunidad, pobreza, desigualdad, insuficiente crecimiento económico y fallas del sistema de justicia, entre otros padecimientos. Como espejo del diagnóstico, López Obrador, Anaya y Meade ofrecen seguridad, justicia, igualdad, crecimiento económico…

Los pronunciamientos en contra de nuestras dolencias y dificultades se multiplican, como ocurre también con los enunciados para combatirlas.

Mientras tanto, hechos infortunadamente cotidianos martillean nuestro ánimo:

Asesinan a secuestrado y lo dejan en Viaducto. A un año de Valdez, matan a periodista en Tabasco; van 140 desde el año 2000. Narcotraficantes usan a Iztapalapa como su guarida. Consumo de drogas en niñas enciende alerta de especialistas. Sustraen hackers 400 millones de pesos de bancos. Crece en México venta de drogas online. Acelera 476% robo a trenes. El Tribunal Electoral dice que homicidios son una forma de quitar candidatos; ya suman 91 políticos asesinados. Afecta el crimen a 30 por ciento del agro. Los servicios forenses del país tienen registrados 27 mil cadáveres como desconocidos. Ninguna de estas líneas es producto de la imaginación, a manera de ejemplo. Cada una de ellas es real, como lo son otras de similar talante que usted ha leído o escuchado cualquier día de la semana, durante años. Dardos cotidianos en un escenario que nunca imaginamos.

Es esta narrativa lacerante la que parece estar lejos de los pronunciamientos de campaña, no porque esté ausente, pues en ocasiones uno u otro candidato alude a ella, sino porque una de las demandas más sentidas es saber qué y cómo se actuará frente a esta pesadilla que se empeña en perpetuarse.

La impresión, en consecuencia, es que, o no existe o no hemos podido identificar el antídoto para esta violencia que se expande y diversifica; y que la realidad nacional está rebasando los discursos por la derecha, por la izquierda y por el centro.

Coincidente el diagnóstico en temas torales, se extrañan proyectos de solución en muchos de ellos. Más aún, surgen divisiones sociales y polarizantes en tiempos en que la unidad es indispensable.

Es urgente dar un giro al tono y contenido de las campañas, para hacerlas empáticas con el dolor de México e identificarlas con una realidad que demanda nuestras mayores capacidades y una gran solidaridad social para promover la unión y proponer soluciones explícitas y viables. Los ganadores del proceso electoral debemos ser todos, pues este periodo nos ofrece la posibilidad de asumir nuestros desafíos y contrastar las vías que se propongan para superarlos. Si nutrimos de ideas y opciones específicas a la competencia política, el resultado será la claridad de rumbo y la unión nacional, imprescindible para reemprender el camino.

No tiene por qué haber lugares equivocados

Este texto está enfocado a los jóvenes como víctimas
de la violencia, pero en el Día del Niño hay que recordar
también que en 11 años han desaparecido 2 mil 788
bebés y niños de entre cero y 14 años

 

Imposible imaginar el sufrimiento padecido por los tres jóvenes jaliscienses que fueron asesinados por la crueldad de una batalla criminal a la que eran ajenos.

Imposible imaginar el dolor de sus padres, hermanos y familiares. La noticia del secuestro, la angustia continua y finalmente la información desoladora.

Deplorable, y ya no tan imposible porque hay antecedentes de hechos similares, es que dos jóvenes, tan jóvenes como las víctimas, se hayan encargado de disolver los cuerpos. Uno de ellos declaró que le pagaban por esta práctica tres mil pesos a la semana.

Ahora Omar “N” y Gerardo “N” tendrán que pagar por sus delitos, lo mismo que los otros implicados, los que interceptaron a los muchachos y los mataron y los que ordenaron tal vileza.

De acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero de 2007 a enero de 2018 se reportaron 34 mil 268 desapariciones, de las cuales 9 mil 404 corresponden a jóvenes de entre 15 y 24 años, 27% de los casos, lo que equivale a decir que tres de cada 10 víctimas tenían ese rango de edad, en el infame momento de su desaparición.

Daniel Cunjama, investigador del Instituto Nacional de Ciencias Penales (El Universal,Teresa Moreno, 25 de abril), acierta al destacar que la juventud se encuentra en un estado de vulnerabilidad, ante la violencia en México: en un porcentaje alto, son jóvenes quienes la ejecutan y jóvenes los que la padecen

“Es una violencia esencialmente joven, masculina, de clase media o baja, enfocada en delitos de alto impacto, sobre todo el homicidio doloso, y ubicada en territorios donde la delincuencia organizada tiene una gran actividad.” Alto riesgo ser joven en México: ser víctimas de la violencia, ser criminalizados, a veces en vida y a veces después, y ser reclutados por la delincuencia para obligarlos a hacer lo que jamás imaginaron.

Prácticamente todas las instituciones nacionales tienen algo que aportar en la atención y solución de esta situación inaceptable, la que hoy debe ser una prioridad para la candidata y los cuatro candidatos presidenciales, más allá de la condena y la condolencia.

Necesitamos saber qué se proponen hacer Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya, José Antonio Meade, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, para impedir que los jóvenes sigan siendo amenazados por estos graves y desgraciadamente reales riesgos. Hace falta que expongan la esencia de las políticas públicas y las líneas de acción que pondrían en marcha, así como el compromiso que asumen con las mujeres y los hombres jóvenes de México.

Me parece que un cambio de paradigma relevante es alejarnos del cliché que afirma que las víctimas inocentes tuvieron la mala fortuna de estar en el lugar y en el momento equivocado, lo que volvió a invocarse en el caso de los jóvenes de Jalisco.

Tiene razón Francisco Rivas, director del Observatorio Nacional de Seguridad, cuando dice: No tiene por qué haber lugares equivocados.
No, no tiene por qué haber momentos ni lugares equivocados.
Impedirlo es una responsabilidad del Estado.

Cuatro candidatos y un infiltrado

El mensaje que envía la aparición de Jaime Rodríguez Calderón en la boleta electoral es que se puede llegar a ella mediante trampas e incluso, presumiblemente, incurriendo en delitos. Y que, por tanto, así se puede aspirar, aunque sea ilusoriamente,  a la Presidencia de la República.

Desafortunado en sí mismo, el mensaje es doblemente lamentable cuando uno de los temas centrales de las campañas, por estar presente en la preocupación y el enojo ciudadano, es la corrupción. ¿Y qué es, si no corrupción, falsificar de diversas maneras cientos de miles de firmas para alcanzar el número requerido, a fin de registrarse como candidato independiente?

Luego de que el Instituto Nacional Electoral (INE) detectó que de los dos millones de firmas que presentó Rodríguez Calderón, más de la mitad eran inválidas, el propio INE y el aspirante revisaron cientos de miles de firmas sospechosas; de las cuales, 15 mil, aproximadamente, se rescataron como válidas.

A Rodríguez Calderón le faltaban, en números redondos, 16 mil firmas para llegar a las 866 mil requeridas. Y entonces, cuatro magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación lo inscribieron en la boleta. ¿Y cómo lo hicieron?

De acuerdo con lo dicho por los propios magistrados, ellos infirieron que si continuaba el proceso de revisión, Rodríguez Calderón alcanzaría la cantidad de firmas necesaria. Los cuatro magistrados ni siquiera se percataron de que su argumento en realidad es confesión: ellos pusieron las firmas que faltaban, digamos que a razón de cuatro mil por cada uno.

Absortos en sus cuentas predictivas y no en el derecho, avalaron una candidatura fraguada con trampas en el proceso de recolección de firmas.

Sabemos por qué está Jaime Rodríguez en la boleta, pero habría que preguntarle para qué. En busca de la candidatura presidencial, abandonó a sus electores de Nuevo León, al dejar el cargo de gobernador cuando le faltaban cuatro años.

Los escasos puntos porcentuales que puede alcanzar en la elección no justifican tal incumplimiento. Quizá, según sus cálculos, sí lo justifica servir de peón en el ajedrez electoral para prestarse a estrategias de terceros y quitar votos a otro o a otros candidatos.

Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade y Ricardo Anaya están en la boleta postulados por sendas coaliciones; y Margarita Zavala por casi un millón de respaldos ciudadanos, y ahora, según una reciente encuesta de Parametría, con 13 por ciento de la intención de voto. El quinto candidato está con ellos por decisión de cuatro ciudadanos que por su investidura pudieron apuntarlo directamente en la boleta.

La solidez y credibilidad de las instituciones electorales es indispensable cuando está en marcha el proceso y se avecinan las elecciones más copiosas de nuestra historia, lo que requiere que árbitro y juzgador sean y se perciban firmes, congruentes, autónomos, justos y confiables; cualidades que son consustanciales a la conducción del proceso y a la impartición de justicia.

Tienen 75 días para dejar de confrontarse y desgastarse mutuamente, optimizar su desempeño y generar la imprescindible confianza que brinde un marco de certidumbre a la elección y, en su caso, a los días posteriores.

Campañas políticas: ¿el arte de lo incidental o de lo trascendental?

Las campañas 2018, en las que participan al menos 12 mil candidatos en busca de más de tres mil cargos, pueden representar, según la orientación de sus contenidos y formas, un avance en la calidad de nuestra democracia o un eventual retroceso.

David Van Reybrouck, prestigiado analista belga, sostiene que si bien “la política siempre ha sido el arte de lo factible, en la actualidad es el arte de lo microscópico”.

En este mismo sentido, el autor cita un estudio del Parlamento neerlandés que alude al “creciente incidentalismo de la política”.

En efecto, el incidente tiene enorme presencia en la política de hoy, lo que se acentúa en las campañas electorales.

Ahora los equipos de campaña definen como prioritario responder de inmediato a lo que dijeron otros; o bien, aclarar, reforzar o matizar lo que uno mismo dijo hace una hora o dos minutos.

Es tal la demanda de medios y sociedad respecto al “tema del día” (también hay “temas de mediodía” o de unas horas), que los candidatos y sus equipos dedican gran parte de su esfuerzo a participar en el incidente del momento.

Y como los trending topic van de prisa, a cada instante hay que pronunciarse respecto de la cuestión que flota en el ambiente, los medios y las redes, lo que, incluso, pude ir en detrimento de lo programado en la campaña.

Si es condición de los tiempos, ya verá cada candidato cómo resuelve este desafío; tan real o tan ficticio como a cada quien le parezca.

Estar presente en la vertiginosa sucesión de incidentes requiere habilidad verbal, mediática y digital, todo lo cual es valioso en campaña, pero puede producir un efecto contrario al interés de la sociedad, al posponer, minimizar o incluso desaparecer de la agenda electoral lo verdaderamente importante.

Para nuestra democracia, y en un sentido más amplio, para nuestra política, será muy importante que José Antonio Meade, Ricardo Anaya, Andrés Manuel Lopez Obrador y Margarita Zavala sean capaces de hacer prevalecer los temas trascendentes para la vida de 120 millones de mexicanos.

Es indispensable que los asuntos torales se aborden con claridad, desde el diagnóstico hasta la propuesta de solución.

Los temas de fondo tal vez no sean tan atractivos como los incidentales, pero no hay duda, por ejemplo, de que la atención a la pobreza es del interés de todos los mexicanos, especialmente de los más de cincuenta millones que viven en esa condición. Qué hacer, cómo, con cuánto y de dónde.

Lo mismo sucede con la seguridad pública, el empleo, el crecimiento, la seguridad social, la justicia, el Estado de Derecho, la igualdad de género, los derechos humanos…

Esperemos que los candidatos se coloquen por encima de debates incidentales o coyunturales para que conozcamos lo que ofrecen a un México urgido de compromisos y expectativas viables.

La responsabilidad es de todos: tenemos que lograr poner lo trascendental por encima de lo incidental.

Tenemos auditor

La Auditoría Superior de la Federación (ASF) es un órgano toral en el marco jurídico e institucional, con el que ahora contamos para fortalecer nuestra democracia en materia de ejercicio de los recursos públicos y rendición de cuentas, y es la única instancia que participa en los sistemas fundamentales de anticorrupción. fiscalización y transparencia.

Por ello, la elección de su titular constituye un acontecimiento relevante, tanto por la importancia de esta responsabilidad como por la calidad del proceso llevado a cabo desde la convocatoria emitida por la Comisión de Vigilancia de la ASF hasta su votación final en el pleno.

Luego de efectuar el registro de 42 aspirantes, la Comisión eligió por unanimidad una terna de profesionales probados y con experiencia: David Rogelio Colmenares, Salim Arturo Orcí y Ángel Trinidad Zaldívar, terna que el pasado jueves fue puesta a la consideración del pleno, cuyo resultado fue la elección del primero.

A este ejercicio democrático y de transparencia contribuyó el Canal del Congreso con la transmisión de las entrevistas a todos los candidatos y de la votación final.

Tenemos auditor. De ello resultan beneficiadas la fiscalización, la rendición de cuentas, la transparencia y, en consecuencia, la población y la institucionalidad.

Como se hizo notar durante las entrevistas con la Comisión de Vigilancia, especialmente las de los tres candidatos finalistas, la complejidad y magnitud de la fiscalización es enorme: mediante el gasto público, que es el principal instrumento de política económica, se proporcionan bienes y servicios a 120 millones de mexicanas y mexicanos, 53 millones en pobreza y 9 millones en pobreza extrema; sus destinatarios están dispersos en 190 mil localidades, de las que sólo 36 son mayores de 500 mil habitantes y 186 mil tienen menos de 2 mil 500.

En 2016 el gasto federal ascendió a 5 billones 400 mil pesos. Hay en México alrededor de 5 millones de servidores públicos, de los cuales cientos de miles participan en la administración de recursos en los tres órdenes de gobierno.

Las diversas instancias responsables de la fiscalización, entre federales y estatales, realizan cada año aproximadamente seis mil auditorías sólo de gasto federalizado.

Las recientes reformas constitucionales y legales ampliaron las facultades de la ASF, que cuenta con un presupuesto de dos mil 700 millones de pesos, de tal forma que ahora puede revisar el gasto en tiempo real, así como ejercicios anteriores, auditar las participaciones pagadas a los estados y revisar la deuda pública estatal, su destino y ejecución. Prácticamente la totalidad del gasto estatal y municipal forma parte del universo auditable.

Muchos son los retos que enfrenta su nuevo titular, David Rogelio Colmenares, y sus tres mil colaboradores, entre otros, consolidar la calidad del trabajo de la ASF y su autoridad moral, impulsar el enfoque preventivo y la participación de la sociedad civil, fortalecer las auditorías de desempeño, el Servicio Fiscal de Carrera y las áreas de seguimiento, y abatir los rezagos, así como establecer criterios y protocolos claros que aseguren la verticalidad de su actuación y den solidez institucional a su desempeño.

La gran tarea de la ASF es contribuir de manera decisiva a dar operatividad al Sistema Nacional Anticorrupción, una instancia de coordinación diseñada para integrar los esfuerzos de las diferencias instituciones que la integran, incluida la participación de la sociedad civil.

Por el bien del país, que su desempeño sea exitoso.

(*) Los datos de este artículo fueron tomados de lo expuesto por los candidatos finalistas (David Colmenares, Salim Orcí y Ángel Trinidad) durante las entrevistas con la Comisión de Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación de la Cámara de Diputados.

Ejército: un servicio de alto riesgo

Se han cumplido poco más de once años de la intervención del Ejército en la lucha contra el narcotráfico y ahora, más ampliamente, en contra del crimen organizado.

En ese tiempo los soldados de México han recibido reconocimiento en general, así como reproches y reclamos en casos específicos. Puede entenderse esta proporcional combinación de  agradecimientos y acusaciones en una sociedad plural, a la que nadie puede dictarle sus opiniones. Más difícil de entender son las andanadas de imputaciones que periódicamente surgen, no ya para cuestionar sino para agredir a las Fuerzas Armadas sin siquiera exponer el sustento de sus afirmaciones.

Es exigible, desde luego, que los militares lleven a cabo sus acciones con apego al marco legal y con respeto a los derechos humanos y que, de ser el caso, los elementos que incurran en conductas irregulares sean sancionados.

Esta exigencia es cuestión de postulados constitucionales y principios del derecho internacional, por lo que no está a discusión.

Demandar o estar atentos a esta conducta no implica regatear, y menos desconocer, la aportación del Ejército en muchos y diversos ámbitos de la vida nacional, como el propio combate a la delincuencia organizada y la irremplazable ayuda que brinda a la población en caso de desastres naturales o de emergencia por diversos motivos, lo mismo en las grandes ciudades que en los rincones más apartados del país.

Hoy, es inimaginable la realidad que enfrentarían millones de mexicanos en los estados más acosados por la violencia extrema e irracional, que imponen los cárteles de la droga, cuyos empeños delincuenciales se han extendido y diversificado.

Los integrantes de las grandes bandas matan para proteger sus actividades, para arrebatar o conservar rutas o mercados, para abultar sus ganancias, para amedrentar o vengar, para extorsionar o secuestrar, para aumentar sus víctimas de trata y tráfico de personas. Al parecer no bastan la agresión o la muerte. Los cárteles han aumentado su violencia y brutalidad: cuelgan, decapitan, descuartizan, desuellan, disuelven en químicos, reducen a cenizas, desaparecen a personas o arrojan cadáveres y restos a lugares públicos. Se trata de exhibir la crueldad, la que pueden ejercer respaldados por arsenales que les dan una enorme capacidad de fuego, nunca antes registrada en los anales del crimen en México.

Es a esta fuerza destructiva, que asuela a gran parte del territorio nacional, a la que hacen frente los oficiales y soldados del Ejército y la Marina.

No es un juego y tampoco una batalla ventajosa. Los soldados, que son enviados a las regiones más conflictivas, que patrullan calles, carreteras, rancherías y parajes solitarios, hijos de alguien, hermanos de alguien, esposos y padres, viven todos los días condiciones de alto y latente riesgo. Su protección es sólo su preparación, su arma asignada y su ánimo de servicio, puesto siempre a prueba, todos los días, sin importar circunstancias externas o situaciones personales. Y en contra de la sorpresa de la ventaja que tienen los criminales en la emboscada que preparan.

El sicario es un homicida por definición, de manera que su alevosía, su crueldad, su carencia del sentido del honor, se dan por descontadas. Al soldado, en cambio, se le exige cumplir protocolos y normas. Así debe ser. Es un agente del Estado, un servidor público sujeto a principios y conductas constitucionales.

Lo menos que podemos hacer por los miembros del Ejército, la Marina y la Policía Federal, así como por aquellos que honestamente cumplen su trabajo desde corporaciones estatales y municipales, es reconocerles su valor ante los riesgos que enfrentan, así como agradecerles su esfuerzo y la protección que nos brindan, incluso a costa de su integridad física y de su vida.

Elecciones: alto a los homicidios de políticos

 

Todos los atentados deben ser esclarecidos y castigados; es inaceptable que en algunas regiones ser candidato sea una condición de alto riesgo.

La violencia en diversas entidades federativas ha alcanzado a políticos: en 11 años han sido asesinados 114 alcaldes, ex alcaldes o candidatos a alcaldías.

Es innegable que el crimen organizado ha incluido en sus intereses, presiones o venganzas el homicidio de quienes ocupan, han ocupado o se postulan a cargos de elección popular.

Antes de 2007 la perpetración de atentados contra presidentes o ex presidentes municipales era infrecuente, pero su incidencia ha ido creciendo hasta alcanzar cifras mayores en los casos de 2010, con 18 homicidios; 2013 con 12; y 2017 con 21. Al 25 de enero de 2018 ya son tres los alcaldes privados de la vida.

De los pocos casos que se han esclarecido se deduce que las más de las veces estas agresiones se deben a que las víctimas no aceptaron colaborar con el crimen organizado.

No solo alcaldes han sido atacados. Por ejemplo, del 15 de noviembre a la fecha han sido asesinados 18 políticos locales, entre alcaldes, regidores, diputados y líderes de partido: cinco de ellos en funciones, cuatro después de haber dejado sus cargos, tres precandidatos, tres candidatos, dos ex candidatos y uno electo.

El detalle es relevante porque muestra que se puede ser blanco del crimen antes, durante y después de haber desempeñado un cargo.

Los victimarios, cuya mayor parte se desplazó en camionetas y motocicletas para cometer el delito, han sido sobre todo sicarios del crimen organizado, pero también hay casos de policías o de competidores. El número de atacantes varía, desde dos hasta el caso extremo de 30.

Las víctimas, prácticamente de todos los partidos, han caído con sus familias o frente a ellas, sin o con escoltas, en carreteras, domicilios propios, restaurantes y hasta en las plazas principales de algunos municipios. Hay acribillados, decapitados e incluso uno fue previamente secuestrado y torturado.

Rumbo a las elecciones del 1 de julio, esta tendencia del crimen organizado a asesinar políticos, y la vulnerabilidad en que algunos se encuentran, especialmente en municipios pequeños, representa para las autoridades un desafío que debe ser atendido con urgencia y eficacia.

Aunque algunas autoridades, partidos y organizaciones de la sociedad civil han señalado este fenómeno criminal, nos falta alzar la voz con mayor énfasis para garantizar, en el caso de las autoridades, y para demandar, en el caso de los institutos políticos y la sociedad civil, seguridad y justicia.

El pasado 5 de enero la Secretaría de Gobernación anunció, luego de una reunión con dirigentes del PRD, la instalación de una mesa nacional de análisis de riesgos y generación de protocolos de seguridad para candidatos y funcionarios, foro al que, se asegura, se convocará a todos los partidos.

Es urgente que se lleven a cabo estos trabajos y que se considere lo subrayado por la Asociación Nacional de Alcaldes, en cuanto a que de los 114 alcaldes o ex alcaldes asesinados, 35 lo eran de municipios de menos de 10 mil habitantes y 55 de jurisdicciones de entre 10 mil y 50 mil habitantes. Los 24 restantes presidían o habían presidido municipios más grandes.

Todas estas circunstancias merecen atención específica para tomar todas las medidas posibles a fin de que los candidatos puedan sustraerse a las amenazas y no paguen por ello con su vida.

Más aún, en tiempos de una enorme presión a los políticos locales por parte del crimen organizado, es indispensable responder con un claro mensaje de cero impunidad. Todos los atentados deben ser esclarecidos y castigados. Es la forma más eficaz de frenar esta ola de crímenes e impedir que el homicidio de políticos se normalice e invada la esfera electoral. Es inaceptable que en algunas regiones ser candidato sea una condición de alto riesgo.

Por la protección de la vida en primer término, pero también por la protección de la democracia y el proceso electoral, tenemos que ser muy eficaces al brindar seguridad a los candidatos, unos porque están a la vista de todos y otros, en contraste, por no estar a la vista de nadie. Todos son relevantes y todos representan el sistema de relevo institucional y democrático que hemos elegido y que tenemos que defender en favor de nuestra estabilidad social y política.

@mfarahg
*Especialista en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados

Un presidente al revés

Ser el presidente número 45 de Estados Unidos y no parecerse a ninguno de sus antecesores, que gobernaron al país durante 227 años, es una hazaña. O una tragedia.

Donald Trump es ambas: realizó la hazaña de llegar a la Casa Blanca haciendo todo lo posible para no lograrlo. Y ya instalado, parece en sí mismo una tragedia.

Ha cumplido un año en el gobierno con énfasis en el desgobierno; ha presidido el país de las libertades desde la intolerancia; ha conducido a una nación de inmigrantes desde el rechazo a los migrantes; ha liderado al líder del mundo occidental renunciando a ese liderazgo; ha puesto en riesgo la paz desde la supuesta silla promotora de la paz; se ha pronunciado contra la equidad, en tierra que presume de igualdad; y se ha empeñado en atacar la libertad de prensa desde la aparente cima de la libertad de expresión.

Trump gobierna desde la realidad virtual, con base en una peculiar visión de los hechos: los hechos alternativos. Una es la realidad de Estados Unidos y del mundo, y otra su realidad. Por eso, por ejemplo, a su juramento como presidente acudieron más personas que al de Barack Obama. Así fue y punto.

Dedica más tiempo a ver la televisión que a sostener acuerdos con sus colaboradores, a los que nombra por impulso, riñe por sistema y descalifica por Twitter. Tiene más información sobre los ratings de la programación televisiva que sobre los asuntos de Estado. Habla y tuitea antes de pensar y se desdice pronto, porque otra ocurrencia lo apremia. Desdeña su propia palabra porque lo que cuenta es lo que declara hoy, aunque mañana sostenga lo contrario.

Conduce la política internacional de su país a partir del capricho del instante, desprestigia la seriedad de los compromisos, se deshace de los acuerdos como cambiarse de camisa, se engalla ante Corea del Norte y reta a su líder a la guerra nuclear como si lo desafiara a las canicas, atribuye a China la falacia del calentamiento global, insulta a las naciones y a sus pueblos, y en cuanto tiene un tiempo libre retorna a su hit inicial: un muro con México y que lo paguen los mexicanos

Cuando el embrollo de la presidencia lo asfixia, organiza mítines para retornar a su nicho, el de candidato. Se dice que no creía, ni quería, llegar a la presidencia, pero parece no haber duda de que quiere ganarla por segunda vez.

Genio estable, desestabiliza a su equipo de trabajo, a su gobierno, a sus gobernados y al mundo.

El despacho oval es pequeño e inútil comparado con su centro de operaciones: su celular, el que no usa para hablar y escuchar, sino para dedicarse a una de sus vocaciones más firmes, la de tuitero compulsivo. Su visión de largo plazo es el incidente del día. Fugitivo de la discreción, adora el espectáculo. Adorador de sí mismo, condena la crítica.

Desde candidato enalteció a Rusia y a su líder, lo que parecía descalificarlo ante los electores y lo que alcanzó su clímax con las evidencias de que ese clásico enemigo de su país lo ayudó a llegar a Washington. Y, sin embargo sus seguidores y muchos otros le han perdonado la que podría ser la máxima falta de un político estadounidense.

Donald Trump es racista, intolerante, misógino, mitómano, piromaniaco, xenófobo, antiinmigrante, caprichoso, autoritario, irreflexivo, censurador, soez, injurioso. Con estas características, podría definirse como destinado a la derrota en cualquier tipo de elección.

Pero así lo eligieron.

Atónito, el mundo observa y trata de adivinar lo que vendrá, pero es inútil intentarlo. Porque es imposible prever lo que hará un presidente al revés.

Y faltan tres años.

Elecciones 2018, democracia y paz social

Partidos políticos, candidatos y equipos de campaña tienen una enorme responsabilidad en cómo habrán de realizarse y concluirse los comicios en los que se decidirán más de tres mil cargos de elección popular (más que nunca antes en nuestra historia), incluida la elección presidencial más disputada.

El hecho de encontrarnos en un proceso electoral muy dinámico y competido es una señal de nuestro avance democrático. Éste es un activo nacional, construido por todos, y hay que apreciarlo, conservarlo y, en su caso, defenderlo. La madurez cívica de una sociedad y de su clase política es una aportación imprescindible para la paz social.

Es deseable que los candidatos, que representan corrientes y plataformas políticas, actúen con responsabilidad y diseñen sus acciones y discurso con énfasis en su oferta política, sus propuestas y sus compromisos.

Desde luego, acentuar la diferencia de su trayectoria o de su plataforma respecto de las otras opciones es un derecho y ofrece a los electores claridad y elementos para su análisis y voto. Destacar la propuesta propia no implica descalificar dogmáticamente la del adversario y menos recurrir a la difusión de informaciones falsas o exageradas para denigrarlo.

México es mucho más que unas elecciones y más, desde luego, que las aspiraciones partidarias o individuales de cualquier político. El proceso electoral de 2018 es una etapa, después de la cual el país seguirá su curso. Hay que subrayarlo para que la aspiración de ganar no conduzca a sembrar divisiones, odios o exclusiones.

Así pues, debe prevalecer la cordura, el discurso de unidad, el respeto a las propuestas ajenas y al derecho de todos de exponerlas.

Convocar a la unidad no despoja a nadie de sus ideas; permite, en cambio, que en lugar del sobresalto de la retórica del rompimiento, se transmita certeza a los electores, a la población entera y a la comunidad internacional.

El mensaje general que debemos darnos a nosotros mismos y al mundo es que gane quien gane las elecciones, los mexicanos estaremos más unidos que antes, en beneficio de nuestra paz social. Sólo con paz social tendremos probabilidades de enfrentar exitosamente nuestros múltiples y graves desafíos.

Si pasadas las elecciones nos encontramos divididos, con resentimientos y visiones excluyentes, todos perderemos.

En contraste, si luego de conocer los resultados tenemos la certeza de que por una parte, las mayorías ganadoras han actuado limpia y maduramente durante el proceso y la jornada electoral, y por otra parte, de que conducirán al país con absoluto respeto a las minorías, todos nos sentiremos incluidos y con espacios de participación.

De ahí la importancia de que vivamos campañas limpias, ajenas a la promoción de rencores, y orientadas al coincidente proyecto de país del que todos somos parte esencial. Aunque estas elecciones están lejos de darse en estos términos de madurez y responsabilidad política, es lo que los ciudadanos debemos exigir.

Campañas, responsabilidad política y social

 

En el próximo año nos espera un desafío que ya comenzó: un proceso electoral en cuyo centro estará la Presidencia de la República y que incluye más de 3 mil 400 cargos de elección popular, entre los que están siete gubernaturas y la Jefatura de Gobierno de Ciudad de México, así como la renovación del Congreso de la Unión.

Iniciado el periodo de precampañas, puede decirse que las tres coaliciones que compiten ya tienen definidos sus candidatos presidenciales, registrados como precandidatos en el siguiente orden: José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador, a los que se sumarán uno o dos independientes.

Tanto lo previsiblemente apretado de la contienda presidencial como el alto número de puestos en disputa hacen de la elección del 1 de junio próximo un entramado complejo, quizá el más competido y tenso de la historia del país.

Una acalorada disputa electoral no debe espantar a nadie. Después de todo, a pesar de propiciar temperaturas políticas elevadas, la democracia da cauce a las diferencias y permite que los relevos en el poder se realicen de manera pacífica, ordenada e institucional, lo que no sucede en los países que padecen una dictadura o en aquellos que se embarcan en conflictos violentos y costosos en dolor y pérdidas humanas.

Por ello y valorando lo que hemos construido, quizá el mayor desafío que tenemos en este ámbito es consolidar nuestra democracia, hacerla funcional y eficaz y, desde luego, asegurar su viabilidad.

En consecuencia, el afán de triunfo no debe implicar la división social y menos aún la confrontación.

Encaminarnos a una jornada electoral no significa ir a la guerra. Se trata de un proceso civilizado en el que los actores políticos exponen su historia y sus proyectos y la ciudadanía opta por alguno de ellos mediante el voto.

Recientemente, en diversos países ha prevalecido en las campañas políticas la confrontación entre el odio y el miedo. Quienes ofrecen cambios suelen promover el resentimiento y el encono, en tanto que los que ofertan continuidad o estabilidad acostumbran sembrar el miedo.

Ni el encono ni el miedo son valores ni propuestas, sino recursos propagandísticos que minimizan la importancia de sus consecuencias sociales más allá de las elecciones.

La política electoral no suele desarrollarse como modelo de cortesía, pero sí puede ser, debe ser, escenario de responsabilidad social.

En todo el mundo, las campañas se han teñido de noticias falsas, calumnias, difamaciones, verdades a medias, exageraciones, adjetivos duros, insultos. Además de distorsionar la libertad del elector, que tiene derecho a decidir a partir de información cierta, la virulencia verbal y el odio que siembra pueden polarizar a la sociedad e incluso llevarla a la confrontación y a la violencia, de la misma manera en que se traslada a las gradas la violencia que se produce en la cancha.

Por ello la responsabilidad de los actores políticos será enorme. Si su discurso, su actitud, sus estrategas o sus seguidores alientan el encono y la polarización, ningún disfraz pacifista los relevará de su porción de culpa si la sociedad se confronta.

Si la discusión se centra en las ideas, éstas pueden ser rebatidas, minimizadas e incluso descalificadas. Pero si se centra en las personas, cada adjetivo o insulto asestado a un adversario es golpe que lastima a sus seguidores. Cuando la competencia política se desvirtúa se convierte en arena de combate, en la que cada golpe que se propina es celebrado y cada golpe que se recibe genera resentimiento y ánimo de venganza, lo que potencia una eventual escalada.

Lo paradójico y riesgoso es que en cualquier país en el que partidos y candidatos eligen el camino de la beligerancia, las verdaderas víctimas son la tranquilidad social y la unidad nacional.

En el entendido de que las contiendas electorales no son intercambio de flores, esperemos campañas intensas, si se quiere de alto volumen, pero dentro de los cauces de la civilidad.

La democracia no promete senderos aterciopelados, pero sí ofrece y requiere una conclusión indispensable: las campañas pueden llegar a ser rudas, ásperas o agrias siempre que, finalmente, el relevo en el poder sea terso.

En síntesis, ese es el desafío en 2018.

@mfarahg
(*) Especialista en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados

Campañas, responsabilidad política y social

En el próximo año nos espera un desafío que ya comenzó: un proceso electoral en cuyo centro estará la Presidencia de la República y que incluye más de 3 mil 400 cargos de elección popular, entre los que están siete gubernaturas y la Jefatura de Gobierno de Ciudad de México, así como la renovación del Congreso de la Unión.

Iniciado el periodo de precampañas, puede decirse que las tres coaliciones que compiten ya tienen definidos sus candidatos presidenciales, registrados como precandidatos en el siguiente orden: José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador, a los que se sumarán uno o dos independientes.

Tanto lo previsiblemente apretado de la contienda presidencial como el alto número de puestos en disputa hacen de la elección del 1 de junio próximo un entramado complejo, quizá el más competido y tenso de la historia del país.

Una acalorada disputa electoral no debe espantar a nadie. Después de todo, a pesar de propiciar temperaturas políticas elevadas, la democracia da cauce a las diferencias y permite que los relevos en el poder se realicen de manera pacífica, ordenada e institucional, lo que no sucede en los países que padecen una dictadura o en aquellos que se embarcan en conflictos violentos y costosos en dolor y pérdidas humanas.

Por ello y valorando lo que hemos construido, quizá el mayor desafío que tenemos en este ámbito es consolidar nuestra democracia, hacerla funcional y eficaz y, desde luego, asegurar su viabilidad.

En consecuencia, el afán de triunfo no debe implicar la división social y menos aún la confrontación.

Encaminarnos a una jornada electoral no significa ir a la guerra. Se trata de un proceso civilizado en el que los actores políticos exponen su historia y sus proyectos y la ciudadanía opta por alguno de ellos mediante el voto.

Recientemente, en diversos países ha prevalecido en las campañas políticas la confrontación entre el odio y el miedo. Quienes ofrecen cambios suelen promover el resentimiento y el encono, en tanto que los que ofertan continuidad o estabilidad acostumbran sembrar el miedo.

Ni el encono ni el miedo son valores ni propuestas, sino recursos propagandísticos que minimizan la importancia de sus consecuencias sociales más allá de las elecciones.

La política electoral no suele desarrollarse como modelo de cortesía, pero sí puede ser, debe ser, escenario de responsabilidad social.

En todo el mundo, las campañas se han teñido de noticias falsas, calumnias, difamaciones, verdades a medias, exageraciones, adjetivos duros, insultos. Además de distorsionar la libertad del elector, que tiene derecho a decidir a partir de información cierta, la virulencia verbal y el odio que siembra pueden polarizar a la sociedad e incluso llevarla a la confrontación y a la violencia, de la misma manera en que se traslada a las gradas la violencia que se produce en la cancha.

Por ello la responsabilidad de los actores políticos será enorme. Si su discurso, su actitud, sus estrategas o sus seguidores alientan el encono y la polarización, ningún disfraz pacifista los relevará de su porción de culpa si la sociedad se confronta.

Si la discusión se centra en las ideas, éstas pueden ser rebatidas, minimizadas e incluso descalificadas. Pero si se centra en las personas, cada adjetivo o insulto asestado a un adversario es golpe que lastima a sus seguidores. Cuando la competencia política se desvirtúa se convierte en arena de combate, en la que cada golpe que se propina es celebrado y cada golpe que se recibe genera resentimiento y ánimo de venganza, lo que potencia una eventual escalada.

Lo paradójico y riesgoso es que en cualquier país en el que partidos y candidatos eligen el camino de la beligerancia, las verdaderas víctimas son la tranquilidad social y la unidad nacional.

En el entendido de que las contiendas electorales no son intercambio de flores, esperemos campañas intensas, si se quiere de alto volumen, pero dentro de los cauces de la civilidad.

La democracia no promete senderos aterciopelados, pero sí ofrece y requiere una conclusión indispensable: las campañas pueden llegar a ser rudas, ásperas o agrias siempre que, finalmente, el relevo en el poder sea terso.

En síntesis, ese es el desafío en 2018.

@mfarahg
(*) Especialista en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados