Elecciones: destruir o construir futuro

Más allá de la jornada de ayer, los procesos electorales en cuatro estados del país dan motivos de reflexión acerca de nuestra democracia y, en particular, de los modelos de persuasión y convencimiento que se están poniendo en práctica para atraer la preferencia de los votantes.

Sobresale la tendencia, también manifiesta en otras partes del mundo pero no por ello menos lamentable, a denostar a los adversarios. Pareciera que más que destacar lo propio, ideas y compromisos, la fórmula de la victoria consiste en pulverizar al otro.

Es claro que una senda válida para hacerse de la simpatía de los electores es hacerles ver las deficiencias del adversario, sus contradicciones y sus errores, que, se supone, contrastan con las virtudes o aciertos propios, pero este recurso se desequilibra cuando el énfasis se pone en la ofensa e incluso en la injuria, de tal manera que el ambiente se enrarece al dar preponderancia al agravio en lugar de a la propuesta.

No es un fenómeno nuevo, desde luego, pero la reiteración, incluso la exacerbación de las acusaciones, marca una tendencia que es necesario contener y revertir.

Cuesta mucho, y los mexicanos lo sabemos, construir una democracia. La nuestra, con todo y sus deficiencias, es una democracia vigente y por lo tanto un valor de nuestra convivencia. Todo lo que hagamos para fortalecerla será en nuestro beneficio.

Para evitar su descarrilamiento es preciso realizar un esfuerzo consciente y constante.

La excesiva carga de contenidos negativos deja secuelas, entre ellas el hartazgo, porque hasta quienes más se divierten con la batalla campal de fango terminan por resentir una sensación de vacío y decadencia.

Puesto que todos los participantes quedan marcados con acusaciones, quien gana tiene un reducido margen de actuación para gobernar, en tanto que quien pierde difícilmente puede representar una oposición legítima.

Ello al margen de personas y partidos. Lo relevante es que si la contienda electoral es de lodo, de lodo será el escenario para gobernar, lo que aumenta el distanciamiento de los ciudadanos de la política. Tanta es la descalificación, que descalificada queda la política como instrumento de construcción de presente y porvenir.

Al parecer, la lucha por el voto nubla la visión de largo plazo y, en pos del corto plazo, se nubla el futuro.

Siempre será oportuno hacer un alto, reconsiderar las formas de contender y decidirse por mejores caminos, como el contraste de plataformas, ideas, compromisos y trayectorias. La lucha política en el marco de la democracia es la mejor vía para dirimir diferencias, ganar la confianza del electorado y asegurar transiciones pacíficas, que brinden certidumbre y estabilidad.

Ya vendrán otras elecciones y con ellas nuevas oportunidades. El futuro no se agota en el presente. El porvenir es mucho más extenso que un domingo de urnas.

La democracia nunca está segura ni su permanencia garantizada. Tienen que ser los actores políticos y la sociedad entera los que le den viabilidad y certeza.

En ello todos tenemos una responsabilidad. El país requiere madurez, ética y absoluta determinación para seguir viviendo en democracia, en la que se puede perder hoy y ganar mañana, y en la que es inadmisible que se destruya el mañana por la obsesión de ganar hoy.

Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos.

Mauricio Farah Twitter: @mfarahg

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