La victoria de Javier Valdez

Que nos maten a todos,
si es la condena por reportear este infierno

La pérdida del periodista Javier Valdez es enorme. Aun cuando los homicidas intelectuales y materiales sean identificados y sentenciados, lo que debe ocurrir, nada devolverá la vida al periodista; su familia y sus amigos padecerán un eterno vacío y nunca leeremos un nuevo texto suyo.

La sociedad sólo puede verse a sí misma en la libre circulación de informaciones y opiniones. Sin información de calidad, sin interpretaciones públicas, sin libertad, es imposible la conciencia de lo que se vive y es inviable la democracia. Javier Valdez lo sabía y por eso se empeñaba en saber y hacer saber. Su vocación, su tesón y su compromiso hacían inimaginable que renunciara a la profesión que fue ruta y destino de su vida, pero no le impedían saber el riesgo que corría. Sus múltiples testimonios revelan que estaba consciente de lo que podía pasarle y que asumía el eventual costo con valor y convicción, sin victimismos. Simplemente sabía que si seguía escribiendo, si seguía en busca de informaciones extraídas del submundo del delito, continuaría irritando a quienes se veían descubiertos con su trabajo.

Sabía, también, que el talante de los protagonistas de sus denuncias hacía probable que tal irritación desembocara violentamente en su contra.

A pesar de tanto riesgo consciente, lo suyo no era un suicidio lento, sino una lucha constante, una búsqueda con sentido, una batalla por la vida en contra de la muerte dolosa. Y, no obstante las evidencias de su valor, afirmaba que no se consideraba una persona valiente ni un héroe, sino alguien con dignidad. Dignidad, palabra inabarcable e imprescindible. Vivió intensamente porque su vida tenía un sentido. Le preocupaba la niñez mexicana, de la que llegó a decir: “tiene su ADN tatuado de balas, fusiles y sangre, y ésta es una forma de asesinar el mañana. Somos asesinos de nuestro futuro”.

Lamentaba también que el periodismo honesto, valiente, estuviera solo. Por eso, afirmaba, “si van contra nosotros no va a pasar nada”. A Javier lo asesinaron intereses necesariamente temporales, en tanto que su lucha tenía su raíz y aliento en la defensa de valores permanentes. Ésa es su victoria a pesar de que una primera lectura haga parecer que fue vencido por los agresores. Su victoria será socrática: “Es mejor padecer una injusticia que cometerla”, sostenía el filósofo hace 25 siglos. Si la fructífera vida y la injusta muerte de Javier nos hacen recordar este principio, por ésta y otras razones la semilla de su tarea será fértil en un mundo convulsionado, porque la frase invoca un razonamiento profundo: si se padece una injusticia, se duele la materia; si se comete, se violenta el valor de la justicia.

Más vale, pues, sufrir una injusticia en el cuerpo que tener el infortunio de actuar injustamente. Quería Javier quedarse hasta el final para apagar la luz. No pudo lograrlo porque antes voluntades asesinas intentaron apagar su luz. De los periodistas y de la sociedad entera depende que ese intento sea fallido. Desde ahora afirmo que lo fue. Tenemos que lograr que la muerte de Javier y de los otros periodistas privados de la vida no sea en vano.

Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos.

Twitter: @mfarahg

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