Valeria

La dolorosa y condenable muerte de Valeria, debe ser el límite de la creciente criminalidad en contra de las mujeres. Debemos hacer un gran esfuerzo para lograr que con este ignominioso episodio, los feminicidios hayan tocado fondo. Y empezar a revertir la tendencia ya, con sentido y compromiso de apremio.

Hace unos meses se cumplieron diez años de la promulgación de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Con todo y el avance que representa, no ha logrado frenar las más graves expresiones de violencia de género.

De acuerdo con cifras del Inegi, de 2000 a 2015 fueron asesinadas 28 mil 710 mujeres, lo que significa un promedio de cinco cada día. En los últimos tres años de ese periodo, el promedio diario fue de seis.

La ley de 2007 estableció la Alerta de Violencia de Género, descrita como el “conjunto de acciones gubernamentales de emergencia, para atender y erradicar la violencia feminicida de un territorio determinado”.

Así pues, la Alerta de Género se declara, en aquellos municipios o estados donde la violencia, en contra de las mujeres, llega a ser alarmante.

Ahora hay siete alertas vigentes y hay 17 solicitudes más.

Voceras de organizaciones civiles afirman que el Sistema Nacional para prevenir, atender, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, suele ser reticente para declarar la alerta.

Relatan que quien solicita esta declaración, debe probar que la violencia es sistémica, que ocurre en un contexto de impunidad y que se origina en conductas misóginas, entre otros requisitos.

El Sistema Nacional se ha negado en varios casos a declarar la alerta. Sus razones tendrá.

Pero, mientras tanto, la violencia en contra de mujeres aumenta su número de víctimas. Reprobable siempre, ahora se ensaña y llega a extremos de abuso y crueldad. Entre las formas de homicidio de mujeres, el mayor porcentaje corresponde a aquellas que sugieren la ventaja física del asesino: a las mujeres se les ahorca, ahoga, asfixia, se les golpea hasta causarles la muerte, se les acuchilla o se les produce traumatismo craneoencefálico. Y en más de 90 por ciento de los casos hay impunidad.

(El agresor de Valeria sabía que el papá de la niña iba tras la camioneta, que era muy probable que se le identificara y se le detuviera. Y aún así cometió su atrocidad. Una hipótesis es que su grado de locura era tal, que fue incapaz de prever tal consecuencia; otra, que sin locura de por medio, sino con absoluta frialdad, simplemente se sintiera seguro de que del otro lado de su delito lo esperaría la impunidad. Hoy sabemos que del otro lado lo esperó la muerte, quizá autoinfligida, quizá impuesta por un inaceptable vengador anónimo.)

En tanto se dan respuestas negativas a declarar la alerta de género, o bien se declara pero ello no implica medidas efectivas de prevención y procuración de justicia, la violencia sigue creciendo.

No se trata de juicios de valor sino de registros numéricos.

Estamos llenos de obstáculos que pueden llegar al absurdo: mientras se discute si se declara la alerta de género, una mujer es asesinada; mientras procuradores y jueces discurren si se trata de homicidio o feminicidio, el sospechoso sale libre; mientras se analiza si se declara la Alerta Amber para localizar a una menor de edad desaparecida, el criminal la ataca sexualmente y la asesina.

Tenemos que quitarnos los grilletes. Si fuera el caso, reformas legislativas, nuevos reglamentos, nuevos protocolos.

Pero no podemos permanecer inmóviles, cuando los hechos gritan que no estamos conteniendo la violencia en contra de las mujeres y que, por el contrario, está creciendo.

O atacamos de lleno este flagelo demencial o nuestra razón de ser como sociedad se hará pedazos.

Twitter: @mfarahg

Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos.

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