¡Volvieron las niñas!

El gobierno de Nigeria logró la liberación de 82 niñas más que fueron secuestradas en 2014. Es necesario dejar huella del itinerario del secuestro por la inhumanidad que conlleva; además, porque —para muchos— África está fuera de la historia. Pareciera que lo que allá ocurre se resume en Sida, guerras internas y pobreza. Como si un continente entero pudiera declararse como una causa perdida; como si la existencia de esas personas importara menos que la de cualquiera.

También, porque la vida de las mujeres —incluida la de las mexicanas— se percibe, todavía, como prescindible. Para muestra, el sinfín de feminicidios que quedan impunes.

Desde 2012, Boko Haram ha secuestrado a alrededor de 2,000 mujeres y niñas. A todas ellas las arrebata de sus familias, de sus rutinas, del mundo que para ellas es conocido; además, las somete a tortura sexual —as supervivientes cuentan entre 12 y 15 violaciones por día—; naturalmente, padecen golpizas y balazos —varias de las que han sido rescatadas tenían rastros de metralla en sus cuerpos—; además, son víctimas de violencia psicológica y de adoctrinamiento religioso pues durante el cautiverio tienen que convertirse al Islam para salvar la vida.

En abril de 2014, Boko Haram —grupo terrorista ligado al EI— secuestró a 276 niñas estudiantes de un colegio; este hecho alcanzó notoriedad mundial pero no ha sido el único ni el más numeroso. De ese incidente, lograron escapar 58 niñas durante los primeros días; en octubre de 2016, el gobierno de Nigeria logró la liberación de 21 niñas y un bebé. Finalmente, en mayo de este año, el grupo terrorista entregó a 82 niñas. Todavía, mientras usted lee esta columna, hay 116 niñas que llevan mil 600 días en las condiciones que he descrito antes.

Infortunadamente, para las niñas —a veces, madres— que han sido rescatadas el regreso a casa, tampoco es sencillo. De acuerdo con un informe de la UNICEF, la mayoría de las veces son segregadas de la comunidad, estigmatizadas por la violencia sexual que padecieron y sus hijos son excluidos pues tienen “mala sangre”. Esto hace que la mayoría tenga que prostituirse para poder mantenerse. Pareciera que el infierno no termina ni aunque regresen a sus casas.

Boko Haram quiere decir “la pretenciosidad es anatema”; es decir, parecer más de lo que se es significa estar maldito. Por eso, se oponen directamente a la educación “occidental” de las niñas; para el grupo terrorista, el papel de la mujer se reduce a la procreación y a las labores domésticas. Las más avezadas pueden servir, en todo caso, como bombas humanas.

Cuando pienso en las niñas de Nigeria, o en la vida de cualquier mujer en el siglo XXI, no puedo evitar parafrasear el poema de John Milton, Paraíso Perdido: al mundo entero atrapa una apertura de dolor inmensa pues es imposible cerrar las puertas del infierno.

Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac

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Twitter:
@ValHumanrighter

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