Racismo y Trump: la semilla y el fertilizante

El racismo estadounidense es mucho más que una nota del día o una frase de Donald Trump. Para quienes cruzan la frontera sur de Estados Unidos y sobre todo para los 35 millones de mexicoamericanos que conforman el 11 por ciento de la población, el racismo es una realidad concreta, cotidiana, amenazante, incluso letal.

El arraigado segregacionismo tiene múltiples expresiones en la vida de todos los días, pero también se manifiesta de manera más organizada, extrema y sistemática, como es el caso, por ejemplo, del Ku Klux Klan, cuyas asociaciones afiliadas pasaron de 72 a 190 de 2014 a 2015. En ese mismo periodo, los grupos de derecha radical pasaron de 784 a 892.

Por su parte, las asociaciones de supuestos “patriotas” y “conspiracionistas”, entre los que se encuentran los envalentonados Minute Man, que “protegen” la frontera de la presencia de migrantes, pasaron de 874 a 998 de 2014 a este año.

Estas organizaciones radicales aprovechan el Internet y la fuerza de las redes sociales para reclutar miembros, sobre todo jóvenes. El foro “Stormfront”, que se distingue por su discurso de odio, cuenta ahora con 300 mil usuarios registrados. Durante cada uno de los últimos siete años se han sumado 25 mil nuevos miembros.

Recientemente, estos grupos han encontrado respaldo y aliento en Donald Trump: de acuerdo a un estudio de America’s Voice, lo seguidores del candidato republicano han cometido actos de violencia contra latinoamericanos y migrantes en general en 25 de los 50 estados de la Unión Americana. Consecuencia previsible, si el ejemplo es la palabra incendiaria y el puño cerrado.

Está ya tan extendido este veneno social, que 52 por ciento de los estadounidenses piensa que el racismo es un problema “muy” o “extremadamente” serio. Además, 69 por ciento considera que las relaciones entre los diversos grupos raciales son “generalmente malas”, y 60 percibe que están empeorando, cuando un 38 pensaba eso mismo hace sólo un año.

El propio presidente Barack Obama ha reconocido que los asesinatos de ciudadanos afroamericanos a manos de policías blancos no son “incidentes aislados”, sino parte de “un conjunto de disparidades raciales” en el sistema de justicia norteamericano.

Así, a pesar de su grandilocuencia y estridencia, es evidente que Trump no es la enfermedad sino el síntoma, y que la retórica del republicano sólo ha sido fertilizante de una semilla, el racismo, que sigue viva al paso de los siglos.

En mayor o medida exhibido o disimulado, el racismo corroe a un grupo significativo de estadounidenses, muchos de los cuales cuentan con recursos económicos, armas, contactos políticos y presencia en la administración pública, lo que desemboca en acciones agresivas tanto de grupos radicales como de agentes del Estado.

Una vez que pase la elección presidencial y Donald Trump pierda los reflectores mediáticos, la violencia xenófoba y racista continuará, tanto porque le precede una gran inercia como porque los leños arrojados por el magnate han avivado el fuego.

Quizá Trump se vaya a su casa, pero es probable que sus dichos, lanzados con tanta ligereza, sigan poniendo en riesgo a los migrantes latinos, particularmente a los mexicanos.

¿Estará consciente el Estado Mexicano del desafío que tiene enfrente, o abandonará una vez más a los paisanos en suelo estadounidense? Es una pregunta que se tiene que responder muy pronto con hechos.

Twitter: @mfarahg

Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos.

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