Violencia contra la mujer, pandemia global

25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer

La violencia contra las mujeres es la mayor pandemia del mundo. Ninguna otra se le compara porque las pandemias pueden extenderse por amplias zonas, pero no están en todas partes, y porque aunque sus periodos son largos ninguna está presente todo el tiempo.

Infortunadamente, la violencia en contra de las mujeres se aferra con ánimo de perpetuarse. Podemos, debemos, evitarlo.

Según datos de la ONU, 70 de cada 100 mujeres sufren algún tipo de ataque sexista en su vida.

El gran movimiento por el rechazo a la violencia machista, la cotidiana y disfrazada de broma, la ofensiva y revestida de insultos, la grave y convertida en ataque, y la extrema que arrebata la vida, debe expresarse con la mayor energía y mantenerse en pie hasta que cesen los atentados en contra de los derechos y la dignidad de las mujeres.

Y debe ser respaldado por todos, mujeres y hombres unidos en una misma causa, con independencia de edad, oficio, etnia y lugar. En la mayoría de los países es clara la tendencia al aumento de agresiones y feminicidios. Es urgente poner freno a esta violencia. Sería absurdo esperar a que la estadística de la muerte crezca para contenerla.

Debe cerrarse el paso a la minimización, a la apatía, a los argumentos defensivos de las autoridades o a las explicaciones acerca de lo complejo del desafío. Todo eso ya se sabe. Lo que importa es encontrar cómo sí es posible acabar con el desprecio por la integridad física, la vida y los derechos de la mujer.

Hay que premiar los comportamientos honestos y reprobar los abusivos; reconocer en las escuelas aquellas conductas que revelan respeto y corregir las que acosan, insultan y agreden; fortalecer la relación cordial y señalar las expresiones y las acciones discriminatorias.

Es necesario contar con un entorno de armonía y erradicar el actual estado de cosas en el que se han “normalizado” los insultos en las calles, los abusos en los transportes públicos, los acosos en escuelas, oficinas y fábricas, como si las mujeres tuvieran que vivir siempre en medio de ofensas veladas, molestias sistemáticas, amenazas permanentes.

Es indispensable que los Estados cuenten con mecanismos de protección eficientes, que garanticen la vida en paz, sin sobresaltos, sin agobios sexistas, sin contrariedades frecuentes, sin que ninguna mujer vuelva a tener que denunciar, como se leía en una cartulina en una manifestación de la Ciudad de México: “Desde niñas todas sufrimos acoso sexual”.

Es sabido que la impunidad es detestable aliciente para que el delito se perpetúe y se incremente. Lo sabemos, pero ello no nos ha llevado a abatirla. Hacen falta voluntad política, compromiso, sensibilidad y eficacia para acabar con ella.

La misoginia es una expresión que tiene su soporte en costumbres y contextos culturales que debieran haber sido superados desde hace mucho tiempo. Tenemos que lograrlo ahora.

Por todas las mujeres, por todos sus derechos.

Y por la dignidad social y el respeto como norma de conducta, único camino por el que podemos alcanzar la justicia, la equidad y la armonía.

Twitter: @mfarahg

Secretario general de la Cámara de Diputados y especialista en derechos humanos.

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