Nuevos tiempos, nueva tinta

La música necesita pentagramas, notas, instrumentos y directores pero cada composición e interpretación son diferentes. Es un error aferrarse a los instrumentos viejos o repetir el canon aceptado cuando la versatilidad del tiempo ofrece nuevas opciones y reclama nuevos sonidos.

Lo mismo pasa con las constituciones: demandan principios rectores, articulación de leyes y de poderes pero, sobre todo, que sus letras resuenen en el corazón de los ciudadanos con ritmos sincronizados.

El pulso del mundo ha cambiado, lo sabemos todos. Por eso, es necesario que cambien también las constituciones que acompañan el devenir jurídico de los Estados.

Hay, al menos, tres proyectos importantes de nuevas constituciones que buscan refrescar la legalidad de sus estados y que aspiran a que la tinta que escribe la constitución no sea costra sino torrente sanguíneo que revitalice a los órganos de gobierno. Me refiero al proyecto italiano, al español y –naturalmente– al de la Ciudad de México.

Aunque el referéndum del fin de semana pasado no aprobó una nueva constitución, es claro que los italianos necesitan enfrentar con un texto distinto los retos económicos y de pertenencia a la Unión Europea que, sobra decirlo, encararán inevitablemente.

En España, por su parte, los estragos de la gran recesión apenas dejan de sentirse pero su paso no ha dejado incólume a la sociedad; apenas ayer, los líderes de todos los partidos aceptaron que era necesario que el texto constitucional fuera renovado. Y aunque todavía no queda claro el rumbo, al parecer los derechos sociales –salud, educación, vivienda– ocuparán un lugar central para revitalizar a la lastimadísima sociedad española.

Finalmente, la propuesta de Constitución para la Ciudad de México –la más grande del mundo– ha ocupado los titulares de los periódicos durante los últimos meses. Se trata de una Constitución marcadamente progresista, con un enfoque de derechos humanos, a la que no le faltan críticas. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que nuestra Constitución, en 1917, padeció los mismos ataques: “utópica, inviable económicamente, socialista” y que, al paso de los años, mostró su eficacia para los nuevos tiempos.

Las partituras políticas se renuevan y no podemos ser sordos a los gritos de la historia; los corazones de los ciudadanos han encontrado un nuevo ritmo que se acompañará con nuevos acordes que refresquen el pulso de las naciones. Así, las constituciones reclaman nuevas tintas, nuevas ideas, nuevos tonos, para los días por venir. Nada más absurdo que abrazar cadáveres cuando las emociones que anuncian el siguiente año se sienten a flor de piel.

2017 será un año tenso pues los gobernantes giran hacia la derecha mientras que las constituciones lo hacen a la izquierda. El riesgo máximo sería olvidar el pulso de los ciudadanos.

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