El muro y sus consecuencias

El 1 de octubre de 1994, vigente ya el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el gobierno de Estados Unidos puso en marcha la Operación Guardián en la frontera de ambos países en el estado de California.

La operación, cuyo objetivo era contener la migración en las zonas urbanas, se replicó desde entonces en muchos tramos fronterizos, acompañada de la lenta y persistente construcción de vallas y muros.

Los resultados todos los conocemos aunque a veces impere la conveniente amnesia. La migración no se detuvo, pero muros físicos y virtuales desembocaron en dramas individuales y, finalmente, en la gran tragedia colectiva: más de 10 mil migrantes mexicanos han muerto durante los 22 años transcurridos desde aquella decisión amurallada. Muerte lenta y dolorosa, goteo diario, más de un fallecimiento en promedio cada día en la frontera.

Los gobiernos de EU y Mexico se dedicaron a contar las muertes, sin que ninguno de los dos hiciera algo concreto para impedirlas. Era el peaje sin remedio que tenían que pagar los flujos migratorios.

Los muros y la vigilancia extrema dificultaron la internación de los migrantes; las dificultades aumentaron las tarifas; las altas tarifas atrajeron al crimen organizado; y la presencia de bandas delictivas transformó la franja fronteriza en territorio de más ilícitos: aparecieron los bajadores, que arrebataban grupos de migrantes a otros traficantes; surgieron los secuestros, se incrementó la trata, se multiplicaron las víctimas de homicidio, la violencia y la separación de familias.

Los tramos de muro fueron creciendo hasta alcanzar alrededor de 1,200 kilómetros, un poco más de un tercio del total de la frontera.

Las autoridades estadounidenses se alarmaron por la atmósfera delictiva y no repararon en su responsabilidad, aunque muchos otros norteamericanos sí lo asumieron y lo dijeron claramente, como el investigador académico Wayne Cornelius, quien denunció insistentemente lo que ocurría y los orígenes de la tragedia.

Éste es el antecedente del muro que el presidente estadounidense Donald Trump quiere extender a toda la frontera. El muro, se dice con razón, es una señal de rechazo y una oprobiosa muestra de desprecio, lo que bastaría para oponerse a su prolongación. Pero es mucho más que eso: es causa de sufrimiento y muerte, de prosperidad para el crimen organizado y de violencia en la frontera, y ahora puede serlo de la generación de campamentos de refugiados, los damnificados de una política migratoria errada.

Más allá de la inviabilidad de su construcción, de su costo y de la absurda pretensión de que México pague por él, el muro es una sentencia que ordena que se repita y se incremente la tragedia: tarifas más altas, más ganancia para los traficantes, más trata, más secuestros, más violencia, y más padecimientos y más muerte para los migrantes.

Hay responsables de lo que pasa ahora y los habrá de lo que suceda después, en el entendido de que si bien la construcción de todo el muro es una tarea imposible en cuatro años, cada kilómetro que se agregue será causa de sufrimiento y muerte, pues cada vez los migrantes tendrán que recurrir a rutas más inhóspitas, peligrosas y mortales. Hasta ahora la decisión permanece: habrá más muro. Por todo lo que ya sabemos, tiene sentido oponerse a tal propósito.

T: @mfarahg

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