Columbia: la tragedia que cambió el rumbo de la exploración espacial

La mañana del primero de febrero de 2003 centenares de personas aguardaban en el Centro Espacial Kennedy de Florida el regreso a la Tierra del trasbordador Columbia. Muchas eran familiares de los siete astronautas que habían pasado 16 días en el espacio en una misión con fines científicos que había transcurrido sin grandes sobresaltos.

Poco antes de la hora prevista para el aterrizaje, en la sala de control de la Agencia Espacial Estadounidense (NASA, por sus siglas en inglés) empezaron a recibir información de los sensores de temperatura de la nave que indicaba que el ala izquierda se estaba calentando en exceso. Minutos más tarde perdieron todo contacto con el trasbordador.

El Columbia se había desintegrado al reingresar en la atmósfera terrestre, causando la muerte de todos sus tripulantes. Los restos de la misión cayeron en un área de centenares de kilómetros sobre los estados de Texas y Luisiana.

Los estadounidenses asistieron con incredulidad a un nuevo accidente de un transbordador, 17 años después de que presenciaran en directo por televisión cómo el Challenger se desintegraba 73 segundos después de despegar con siete astronautas a bordo.

Pasarían meses antes de que los investigadores pudieran determinar qué había causado el accidente del Columbia: una pieza de espuma de uno de los tanques de combustible se desprendió durante el despegue, golpeando el ala izquierda de la nave y abriendo un agujero en la misma que resultaría fatal cuando la nave regresó a la Tierra 16 días después.

La comisión de investigación que se creó a las pocas horas del accidente tuvo la ardua tarea de responder a las numerosas dudas que surgieron tras la tragedia, que sería determinante en la decisión de las autoridades estadounidenses de poner fin al programa de trasbordadores de la NASA.

El desprendimiento de fragmentos de espuma protectora era algo habitual en los lanzamientos de los trasbordadores y hasta el momento sólo habían causado daños menores, por lo que muchos en la agencia no le dieron importancia.

Además, nadie estaba seguro de si se había producido algún daño estructural en el Columbia y, en caso de que hubiera sido así, las opciones para repararlo eran prácticamente nulas.

En los días posteriores al despegue del Columbia, algunos ingenieros de la Agencia Espacial estadounidense dieron a conocer a sus superiores sus sospechas de que el percance con la espuma aislante podía ser más grave de lo que se pensaba.

Durante la misión, pidieron en repetidas ocasiones que se tomaran imágenes satelitales del trasbordador para ver si se había producido algún daño, pero sus solicitudes fueron rechazadas.

Además, según el experto, los astronautas no contaban con los medios para reparar el agujero.

Otra hipótesis que se barajó tras el accidente fue si hubiera sido posible mandar una misión de rescate en un segundo trasbordador para evacuar a la tripulación del Columbia y traerla de vuelta a la Tierra sana y salva.

Aunque factible, se cree que la operación -que hubiera requerido el visto bueno de la Casa Blanca- habría sido muy arriesgada y se habría puesto en peligro la vida de los astronautas que hubieran acudido al rescate.

El 7 de julio de 2003, frente a las cámaras de televisión y numerosos reporteros, se lanzó con un cañón a unos 800Km/h una pieza de espuma de iguales características a la que impactó contra el Columbia contra una réplica del ala de la nave.

La teoría de que un agujero en el ala del trasbordador había hecho que la nave se desintegrara durante su entrada en la atmósfera quedaba así reivindicada.

Las conclusiones de la comisión de investigación fueron concluyentes y la NASA las aceptó sin objeciones.

A raíz del accidente, la estructura organizativa de la agencia estadounidense y sus procedimientos técnicos fueron reformados profundamente, a la vista de la cadena de errores que contribuyeron a la tragedia.

La última misión de un trasbordador de la NASA tuvo lugar en agosto de 2011 y, desde entonces, estas naves que fueron fundamentales en la exploración espacial, han pasado a ser piezas de museo.

MiHeL

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