Justin Trudeau o de los revuelos democráticos

Entre los vértigos democráticos en los que vivimos, resulta acertado hacerse la siguiente pregunta: si el país en el que actualmente vive tuviera un giro autoritario, ¿a qué otro Estado le gustaría emigrar? Mi respuesta, durante muchos años, ha sido la misma: Canadá.

Para una liberal igualitaria, como yo, el gobierno que encabeza Justin Trudeau resulta una bocanada de aire fresco, en medio de los Bolsonaros, los Trumps, los Erdoganes y tantos otros que nos han enseñado a sobrevivir tras varios micro infartos.

Justin Trudeau nos hizo sonreír con la primera foto de su gabinete: incluyente, plural, representativo. Los ministros fueron seleccionados con precisión inclusiva; pensamos, entonces, que estábamos frente al concierto de los derechos humanos y la perspectiva de género.

Además, Trudeau se ha declarado abiertamente feminista –es difícil no serlo si se confía en los Derechos Humanos–, ecologista, aliado de la comunidad LGBTTITQ; un auténtico liberal, pues.

Pero no hay gobierno inmaculado; desde hace años, he escuchado los reclamos hacia las mineras canadienses por las prácticas neo extractivistas con las que se aprovechan de varios países; entre ellos, el nuestro. Pensé entonces que Trudeau había heredado el problema y que su gobierno haría algo para contener y reparar la situación. “Es imposible para alguien como él permitir semejante injusticia; y, además, no hay sombras de corrupción”, me dije tranquilizando mi conciencia y convenciéndome de que Canadá podría ser mi país adoptivo, en caso de ser necesario.

Y el escándalo no vino por las mineras sino por el óxido de cualquier democracia: la corrupción. Desde la semana pasada, se hicieron públicas las presiones de Justin Trudeau a la exfiscal general Jody Wilson-Raybould para lograr un acuerdo con la compañía SNC-Lavalin acusada por fraude y corrupción en contratos con el gobierno libio de Gaddafi entre 2001 y 2011.

El nudo que ahorca a la administración Trudeau es que la constructora SNC-Lavalin es una de las principales donantes del Partido Liberal, al que pertenece el presidente.

A siete meses de las elecciones, el escándalo cimbra al hasta entonces incólume presidente Trudeau.

A pesar de mis simpatías con Trudeau, espero que la verdad se conozca con precisión. La corrupción es un ácido irreversible que corroe las estructuras de la democracia; lo hemos visto en el otros países, incluido México. Y si a ello mezclamos unas gotas de impunidad, el resultado se vuelve catastrófico.

Los canadienses se merecen respuestas claras, sin enjuagues políticos ni conflictos de interés; tampoco vale la cacería preelectoral; solo la verdad: el claro y justo retrato de los hechos. También los potenciales exiliados –amigos, dicho de otra forma– esperamos que la resolución de su sistema de justicia sea, una vez más, la bocanada de oxígeno que necesitan las democracias del mundo. Ojalá …

Cortesía de LA RAZÓN

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