Notre Dame en llamas

Antier mirábamos incrédulos las imágenes de París durante el incendio de la Catedral de Notre Dame; un edificio simbólico por diferentes motivos. Primero, por la exquisita arquitectura gótica: por los vitrales y por las altísimas cúpulas. Segundo, porque es un símbolo de la identidad francesa. Tercero, porque sus paredes han sido testigos silenciosos de las batallas políticas y económicas de la historia occidental.

Los edificios son más que techos y ventanas, son el escenario donde se desarrollan nuestras historias. Notre Dame es un punto de referencia arquitectónico, un edificio entrañable, cuyos arcos, bóvedas y paredes han resguardado la fe de muchos, el amor de tantos, los sollozos de todos. Notre Dame fue motivo de novelas y películas, por lo que el trágico incendio causó conmoción en todo el mundo.

El presidente de Francia, Emanuelle Macron, supo responder inmediatamente a la crisis. Con el incendio en curso y sin saber cuál sería el estado final del edificio, anunció la reconstrucción y solicitó apoyo a los franceses: en menos de 24 horas, se habían reunido 600 millones de euros. Así, sin necesidad de pasarlo a un comité, ni de una ociosa rebatinga de poder, el proyecto está en marcha. ¿Por qué? Porque París —a diferencia de otras ciudades— es muy querida por sus habitantes; no existía posibilidad alguna de renunciar a la belleza ni a la majestuosidad de su catedral. Y eso, envía un mensaje de que el amor no sabe rendirse ni puede ser derrotado por el fuego.

Notre Dame volverá a ser Notre Dame gracias al dinero de empresarios franceses y ciudadanos del mundo. La catedral se construyó como edificio religioso pero se reconstruirá como símbolo de Francia y de Europa. Hasta el momento de escribir esta columna, el Vaticano no había anunciado ningún tipo de apoyo para la reconstrucción.

Mirar consumirse en llamas a la catedral de Notre Dame me obligó a repensar su significado en nuestros días pues, aunque se trata de un edificio religioso, ha dejado profundas marcas más allá de las creencias religiosas. En Francia, solamente el 52% de los ciudadanos son católicos. Es el segundo país que, de acuerdo con la geografía actual, ha dado más santos al mundo. Y sin dar la espalda a su pasado católico, Francia es uno de los países con mayor diversidad y tolerancia religiosa.

Los franceses han sabido mantener las tradiciones del pasado en un marco de legalidad laica; ese espíritu de continuidad sin fanatismos es lo que ha hecho posible el difícil tránsito a una sociedad en la que conviven musulmanes, judíos, cristianos, ateos: todos franceses que se lamentan por el incendio de un símbolo de su ciudad.

Dijo Octavio Paz que: “La arquitectura es el testigo insobornable de la historia, por que no se puede hablar de un gran edificio sin reconocer en él el testigo de una época, su cultura, su sociedad, sus intenciones…”. Como en tantas otras cosas, el poeta tuvo razón. Hoy, Notre Dame es más una obra de arte, un símbolo de identidad, que una iglesia, signo de nuestros tiempos.

Cortesía de LA RAZÓN

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