Sociedad y gobierno: contaminadores irresponsables

Tantas veces hemos tenido alarmas ambientales que incluso ya hemos hecho un protocolo de facto, cuyo guion seguimos con resignación y hasta con aceptable armonía:

Cuando la crisis asoma, primero lo negamos: no es para tanto. Después aceptamos que sí, y nos espantamos. Escondidos bajo techo, como si casas y oficinas fueran herméticas, respiramos con cuidado.

Entonces mudamos del susto al enojo. Y del enojo a la culpa, es decir, a culpar a otros, especialmente al gobierno, que a su vez culpa a otros gobiernos.

Cuando pasa el susto, esto es, cuando se reducen los índices extremos, aunque sigan siendo altos, como ya no se nos imponen restricciones pensamos que ya todo está bien y nos despreocupamos. El último paso de este protocolo costumbrista es olvidar lo sucedido.

En el periodo de tregua seguimos contaminando y respirando contaminación con admirable naturalidad… hasta que asoma una nueva crisis.

Con la contingencia, repetimos el ritual en el que participamos con asombro y miedo.

Así hemos vivido desde la segunda mitad de los 80, cuando grupos de ecologistas promovieron “Un día sin auto”, antecedente voluntario de lo que sería el Hoy No Circula, medida que en un principio fue sólo para la temporada invernal y que a partir de 1990 fue permanente.

Cuando nos dimos cuenta de que respirábamos raro, empezamos a hablar raro: de pronto todos hablábamos de inversión térmica, contingencia ambiental, Imecas, ozono, plomo, partículas suspendidas, verificaciones, hologramas, suspensión de clases, léxico que se ha ido enriqueciendo cada vez más: altas temperaturas, incendios, anticiclones, crisis extraordinaria, concentración de contaminantes, ojos llorosos, irritación de garganta, padecimientos respiratorios, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y las recién estrenadas, al menos en el habla popular, PM 2.5. Más allá de síntomas, la contaminación ha traído consigo, fatalmente, estadísticas de muerte por su causa.

Se han cumplido 30 años de esta batalla cíclica. Entre avances y retrocesos, el saldo es negativo. Es sencillo: la contaminación sigue rebasándonos. Al parecer, somos más eficientes contaminando que defendiéndonos de la contaminación.

Podemos buscar culpables, pero la intención no es hacer un ejercicio de culpas, sino de responsabilidad. De nuestros actuales desafíos, la contaminación es uno en cuya solución podemos participar todos, así como todos hemos contribuido a su gestación y desarrollo.

Dejemos de generar desechos no biodegradables, de ir a todas partes en auto, de quemar al aire libre, de tirar basura en la calle, de derribar árboles, de ensuciar mares y ríos, de instalar y operar fábricas contaminantes…

Es una elección, que cada vez deja menos opciones: o somos parte de los agentes contaminadores o asumimos nuestra responsabilidad y empezamos por dejar de serlo.

Cortesía de EL HERALDO DE MÉXICO

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