Donald Trump: quemar, quemándose

Faltan 502 días para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de 2020 y, para dolor de cabeza de Trump, las encuestas no lo favorecen.

A pesar de haber convertido a la Casa Blanca en algo más parecido a un reality show; a pesar de tener cobertura mundial; a pesar de ser el foco de atención nacional. A pesar de todo…

Desde el día en que se convirtió en el presidente de Estados Unidos —20 de enero de 2017— no ha desperdiciado ninguna oportunidad, tampoco un solo momento, para lanzar su campaña para la reelección. Y aunque parece una buena estrategia, hay que sopesar los aspectos positivos y los negativos.

Trump transformó su estrategia electoral en un plan de gobierno. Al hacerlo, convirtió las convicciones y los intereses de los grupos más radicales de Estados Unidos —los supremacistas, los evangélicos— en su proyecto de país. Con ello, buscó cumplir sus promesas de campaña y mantener las intenciones electorales.

Pero, por donde se mire, es un error: los objetivos de campaña y de gobierno son distintos. Pero Trump no ha podido dejar atrás al candidato y sentarse, pleno y seguro, en la Oficina Oval.

Gobernar como candidato genera división y fortalece a los contrincantes, quienes aprovecharán cada reto, cada desacierto y cada error para afianzar y para atraer, a su vez, nuevos votantes. Y esta vía funciona muy bien para la oposición demócrata, pero debilita al presidente. Al igual que el alcohol, el discurso de odio es incendiario, flamígero y aparatoso. Pero, no dura. Produce más humo que energía y no hay que olvidar que su punto de inflamación es muy cercano a su propio punto de autoinflamación; dicho en buen castellano: hay sustancias y políticos que quemando se queman. Eso es lo que le ha pasado al gobierno de Trump, lo que lo pone detrás en las encuestas.

Los sondeos muestran que Joe Biden —vicepresidente de Barack Obama— es el favorito en la intención de voto. Quedan lejos Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Kamala Harris. Ojalá los demócratas aprendan de sus errores e incorporen todas las fuerzas de su partido. Los demócratas deben sumar, sumar y sumar… los errores de Trump, las fortalezas de los precandidatos, los reclamos sociales que han enfrentado a este gobierno. Así, terminarán por decantar la balanza electoral hacia un lado menos caprichoso y más razonable.

Posiblemente, el principal reclamo que haga la historia a Trump fue que no supo gobernar para los Estados Unidos sino para satisfacer a ciertos grupos: sus donantes y sus votantes. En términos lógicos, el error es simplísimo, el presidente confundió la parte coyuntural con el todo histórico.

Y esto no puede describirse más que como una tragedia social; la historia recordará la presidencia de Trump como una desgracia política y cultural basada en el encono, la división y el desprecio.

Los políticos memorables son los que unifican, los que logran reconciliar los principios constitucionales con los intereses de los grupos; los que se sientan a la mesa con los otros gobernantes para, juntos, crear las condiciones para la paz.

Cortesía de LA RAZÓN

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