Guía práctica para crear una crisis humanitaria

La situación de los migrantes —lo mismo en Europa que en América— ha llevado al límite a los gobiernos y a los ciudadanos. Los primeros, prometen acogerlos pero carecen del plan de ejecución y de los recursos para llevarlo a cabo. Los segundos, sienten tanto miedo como compasión, por lo que las respuestas oscilan pendularmente.

Por si esto fuera poco, las expresiones xenófobas se han despertado en todos los estratos sociales y tendencias políticas.

La situación de México nunca ha sido fácil, pero hoy lo es menos. Nuestro país pasó de ser “el patio trasero” a cumplir con las labores que Turquía hace para Europa; territorio contenedor de migrantes. Atrás quedaron los años de vecindad y de sociedad; la principal función de México ahora es detener la migración y esperar una caricia económica de Donald Trump.

Este nuevo papel aunado a las difíciles condiciones de seguridad hace que se creen las condiciones perfectas para una crisis humanitaria.

Pensemos en la frontera norte. Del lado americano, no son pocas las voces que han señalado las condiciones de detención de los migrantes; por su parte, las imágenes son espeluznantes: niños en jaulas, bebés separados de sus padres, cartones por camas, convivencia insalubre. En la zona mexicana ni siquiera hay techos; tan sólo casas de campaña y condiciones de hacinamiento.

Hace apenas unos días, la senadora republicana, Alexandria Ocasio-Cortez dijo lo que muchos pensamos: tenemos a los migrantes en campos de concentración; es decir, creamos centros de detención masiva para civiles, sin que medie un juicio. Están encarcelados porque la necesidad los hizo huir de sus países de origen.

Pensemos en la frontera sur. Del lado mexicano hay un despliegue militar que busca detener el paso de los migrantes. El Presidente López Obrador ha hecho lo que muchos presidentes norteamericanos hicieron antes: incentivar la economía del sur para evitar los desplazamientos masivos de personas. Pero, mucho me temo, 30 millones de dólares no harán la diferencia que se necesita.

Los americanos han sabido bien que la seguridad de sus fronteras depende de la estabilidad económica mexicana y del resto de la región; por ello, invirtieron millones en crear condiciones de desarrollo. Ése fue, precisamente, un argumento fuerte para la firma del Tratado de Libre Comercio, en 1994. La diferencia es que Donald Trump no ha favorecido las condiciones económicas y tampoco le importan las vidas de los migrantes.

Y aunque hoy la migración mexicana sea poquísima, no podemos obviar las décadas en las que el programa paisano nos dio estabilidad con las remesas; todavía este febrero, el envío subió 6.4 por ciento. Pareciera que nos gusta vivir del dinero de los migrantes mexicanos y despreciamos, sin ninguna consideración, a cualquiera que se atreva a “mancillar” nuestras fronteras. Este doble criterio no hace un favor a nadie.

Nuestro país tiene que encontrar la forma de mantener un trato respetuoso hacia los migrantes, al tiempo que crea mejores económicas y genera un discurso de apoyo e inclusión. Sin estos elementos, estamos en la antesala de una crisis humanitaria cuyas imágenes darán la vuelta al mundo y perdurarán en la historia.

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