Valeria y Óscar: vergüenza en la frontera

Al ver la foto de Óscar Alberto y Valeria, muchos revivimos aquel vacío, aquella sensación de indignación y desamparo que sentimos frente a la imagen de Aylin Kurdi, el niño sirio de tres años que murió en su tránsito migrante en una playa turca en 2015.

En esencia, la tragedia es la misma: esta vez son salvadoreños, padre e hija, él de 25 años y ella casi de dos, abrazados sin vida en las aguas del río Bravo, en Tamaulipas. La foto es dura, pero necesaria. Porque ésa es la realidad y porque ocultarla o no querer verla es engañarse.

En tiempos de migración irregular intensa, cuando es fácil confundirse y terminar por condenarla, es indispensable recuperar la sensibilidad y la claridad respecto de lo que significa. Significa necesidad y esperanza, separación y sufrimiento, a veces éxito y a veces muerte. Ahora que el gobierno mexicano está conteniendo la migración, mayoritariamente centroamericana, es muy importante el cómo.

Desde luego, no como el presidente estadounidense Donald Trump, quien ve a los migrantes como objetos de desecho y lucro político. Quiere frenarlos y exhibir que los frena. Quiere que su caza vaya a dar a su sala de trofeos y luego a las urnas. Nada importa si hay ganancia electoral. México, por su parte, tiene otro espíritu y debe estar a la altura de su vocación solidaria, que puede materializarse así:

a) Pulcritud en sus acciones de verificación migratoria.

b) Respeto a los derechos humanos.

c) Provisión de seguridad y protección.

d) Asunción de responsabilidad sobre la integridad física y psicológica de los migrantes bajo su resguardo.

e) Ataque a los recursos de los traficantes de personas mediante inteligencia financiera y capacidad en la procuración de justicia.

f) Simultáneamente, seguir impulsando la agenda del desarrollo regional para sumar compromiso y esfuerzos internacionales a fin de atender las causas de la emigración en la zona: pobreza y violencia.

g) Salvaguardar y fortalecer su autoridad moral para defender a los migrantes mexicanos en Estados Unidos.

Es fundamental tener presente que cuando los gobiernos estadounidenses, desde 1994 hasta ahora, han extremado la vigilancia en los puntos urbanos, se han producido dos grandes efectos negativos: 1) los migrantes han optado por rutas de alto riesgo, como ríos, montañas y desiertos, lo que ha causado la muerte de miles de personas a lo largo de 25 años; y 2) las tarifas de los traficantes se han incrementado, lo que ha atraído la atención y participación de poderosas bandas del crimen organizado.

Debemos estar atentos a que estas dos conocidas e indeseables consecuencias no se reediten en nuestras dos fronteras.

Sólo actuando de manera irreprochable en las actuales circunstancias, podremos ser positivos agentes de cambio en materia de migración y derechos humanos, y podremos servir a las causas de nuestros migrantes con fuerza y autoridad moral.

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