Se buscan héroes y patriotas

En Bolivia, el Ejército ha pedido la renuncia del presidente Evo Morales tras las acusaciones de fraude electoral. El presidente asegura que el único delito que ha cometido es ser indígena y ayudar a los pobres; se exilia en México.

México da asilo político a Evo Morales. Al tiempo que en la frontera mantiene en condiciones de dudosa humanidad a los migrantes latinoamericanos. Esto, como parte de un acuerdo con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

En Estados Unidos, el presidente enfrenta un juicio político por intentar sobornar políticamente a Ucrania mediante un cuestionable intercambio de información sobre Joe Biden, su rival electoral.

En España, tras varios comicios, Pedro Sánchez logrará hacer gobierno apoyado por el partido Unidas Podemos, de izquierda radical. Tras las elecciones, el décimo país con mejor calidad de vida vio crecer a Vox —el partido de ultraderecha que se ha posicionado como la tercera fuerza política del país—.

Al tiempo, en Santiago, Ciudad de México, Hong Kong, Berlín, La Paz o Caracas, las personas salen a las calles a gritar sin miedo porque lo han perdido todo: la seguridad, la esperanza en la democracia, las ganas de progresar.

Así, resulta que el miedo se ha apoderado de nuestras decisiones políticas. Miedo de mucha y de poca democracia; miedo de mucha o de poca fuerza militar; miedo de la ultraderecha y de la izquierda radical; miedo de la recesión y de las sanciones económicas; miedo de los migrantes indígenas pobres y de los indígenas empoderados; miedo de las manifestaciones, miedo de gobernar…

Después de revisar los periódicos de los últimos tiempos, uno no puede dejar de preguntarse ¿hacia dónde va la historia? ¿Cuál es el rumbo que los ciudadanos esperan al elegir a cierto tipo de políticos? ¿A dónde nos llevan las decisiones que tomamos por miedo? ¿Hacia dónde las que tomamos cuando nos deshicimos de él? No anticipo un buen puerto de llegada pues, mucho me temo que el carro de la historia necesita mejor gasolina que el temor y el temblor del estallido social; que el rechinido de los cartuchos; que los gritos de la intolerancia.

Para encender la chispa del progreso hace falta no tener miedo de incendiarse con ella; creer en la patria y en los ideales, por encima de los intereses propios. Atreverse a ser un héroe y un patriota, pues.

Y si eso no es posible, me conformaría con políticos profesionales: razonables y respetuosos de la Constitución. Sensibles a las necesidades de los más débiles; estratégicos en las negociaciones con los poderosos; leales a la ciudadanía. Implacables con la delincuencia organizada.

Pero de eso se ve poco en estos días. Hay políticos iluminados y enfermos de poder; también hay soberbios que se llenan los bolsillos de monedas; otros, que van por la revancha henchidos de odio.

No son buenos días para creer, junto con Kant, en el progreso constante de la historia.

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