Por una niñez y juventud libre de violencia

Hoy se cumplen 10 días de la tragedia que nos conmovió y conmocionó profundamente. Ocurrida en un colegio de Torreón, con dos víctimas mortales y seis heridas, el hecho causó un hondo pesar y una reflexión colectiva que continúa.

Las primeras informaciones nos hicieron evocar los lamentables y frecuentes tiroteos en escuelas y universidades de Estados Unidos. Allá, pese a los loables esfuerzos de instituciones, académicos, legisladores y activistas, en general parecen no haberse percatado de las alarmantes señales de los primeros casos ni de las consecuencias de no atenderlas, lo que ha desembocado en docenas de hechos similares.

Aprendamos de ello. No puede haber indiferencia ni omisión, tampoco olvido; sólo la memoria nos mantendrá alertas y nos impulsará a la acción. Las motivaciones y circunstancias concretas de lo sucedido en Torreón serán determinadas por las autoridades judiciales y por lo tanto están fuera de la intención y alcance de este artículo. Ya se conocerán en su momento.

La reflexión posible es, entonces, de naturaleza amplia: en nuestro país hay ahora 32 millones de niñas y niños menores de 14 años. Sin dramatismo ni exageración, convengamos en que ellas y ellos han vivido toda su existencia en un entorno, cercano o distante, de inseguridad, violencia y miedo.

Hay otros siete millones que pueden sumarse porque tenían menos de cinco años en diciembre de 2006. Así, en total 39 millones de mexicanas y mexicanos menores de 18 años sólo conocen este México, que puede tener mil rostros, desde luego, pero que dibuja uno de sus más relevantes en las diarias noticias de desapariciones y homicidios, venganzas y ejecuciones, y que recurre a las estadísticas criminales como una forma de medir nuestra presión arterial colectiva.

Reflexionemos en ello: la tercera parte de nuestra población, la más vulnerable por edad, es una generación a la que hemos nutrido de una experiencia atroz: noticias, imágenes, series, juegos y entretenimientos de violencia. Más grave aún es que más allá de este fenómeno de comunicación y tecnología está la realidad de la violencia, que ha enlutado a miles de hogares.

Sin embargo, así como sería un error tratar de minimizar el hecho del colegio de Torreón, sería equivocado extrapolar su significado hasta hacer creer que ese trágico episodio representa a nuestra niñez. Desde luego que no es así. Porque si bien es cierto que enfrentamos el desafío de impedir que nuestras niñas y niños sean víctimas y victimarios, también lo es que hay decenas de millones de niñas, niños y adolescentes que, a pesar de más de 12 años de inseguridad y violencia a flor de piel, siguen adelante en la construcción positiva de su vida en las más diversas condiciones y circunstancias. En todo caso, el bienestar de nuestra niñez y juventud reclama y merece el mayor despliegue de nuestras capacidades en favor de su desarrollo y protección.

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