Dos sentencias por violencia sexual

La última semana, los tribunales internacionales encontraron culpables a dos importantes figuras por casos relacionados con la violencia sexual.

El primer caso fue el de Harvey Weinstein, quien fue declarado culpable por un tribunal de Nueva York de dos de los cinco cargos que enfrentaba, tras ser acusado por varias mujeres de acoso, abuso sexual y violación. El jurado lo encontró culpable de violación en tercer grado y por cometer un acto sexual criminal en primer grado, pero lo exculpó de los dos cargos principales en su contra: agresión sexual depredadora y violación en primer grado.

El juicio de Harvey Weinstein es un hito en la historia del movimiento #Metoo y de los delitos por violencia sexual. Sobre el productor pesan más de 80 denuncias de conducta sexual inapropiada; a pesar de ello, ha decidido no declarar durante el juicio. Su defensa es la de siempre: desacreditar a las víctimas silenciando su voz. Irónicamente, su representante es mujer.

Me parece que, en esta ocasión, no estamos frente a una sentencia cualquiera, sino a una que será recordada durante años, con consecuencias que impactarán en el destino de las mujeres norteamericanas y en las legislaciones internacionales. La sentencia de este juicio es un punto de quiebre respecto de la violencia sexual, aunque se queda corta: después de tantas denuncias resulta inverosímil que se haya descartado el delito de agresión sexual depredadora.

El segundo caso fue el del tenor Plácido Domingo, tan cercano a nuestro país. Cuesta trabajo creer que alguien con tanto talento, compromiso humano y carisma haya actuado de manera tan baja, en tantos casos.

El informe del Sindicato de Músicos de Ópera señaló que las faltas del tenor van “del flirteo hasta proposiciones sexuales, dentro y fuera del ámbito de trabajo”; en términos técnicos: acoso y hostigamiento sexual. Una vez más, el abuso de poder se materializó en violencia sexual.

Estos casos son muy útiles para recomprender la violencia sexual, pues muestran que el nivel educativo, social o económico no es un factor determinante para ser un agresor sexual. Lo más importante es, en la mayoría de los casos, la decisión del perpetrador de humillar con su cuerpo de manera sexual a la víctima.

Dicho de otra manera, el acoso, el hostigamiento o la violación son una demostración de poder, mediada por el cuerpo con hostilidad sexual, en diversos grados, en la que el agresor humilla a la víctima, privándola de la capacidad de decisión sobre su propio cuerpo.

Celebro que haya sentencias y que los responsables enfrenten las consecuencias de sus actos. Esto, sin duda, marca un respiro para las víctimas y desincentiva la repetición de estas conductas. Porque, no me queda duda, el principal aliado de la violencia sexual es la impunidad.

En México estamos todavía muy atrás en ese camino, pues los casos siguen sin procesarse, se desincentivan las denuncias y se revictimiza a las víctimas. Sin duda, éstos y otros temas se replantearán en los próximos días.

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