Los cambios trascendentes

“Si no hay lucha, no hay progreso”.

Frederick Douglass, reformador social estadounidense afroamericano y abolicionista del siglo XIX.

Este fin de semana y el lunes subsecuente se presentaron distintos eventos que por su relevancia resulta indispensable abordar.

En primer lugar, el domingo, la extraordinaria, asombrosa y vibrante movilización de mujeres que se dio en todo el país. Atravesando clases sociales, afiliaciones políticas, niveles de participación social y nivel cercanía u oposición con las muy diversas (todas justificadas) demandas de los distintos grupos feministas; presenciamos una movilización que es imposible desestimar, por más que desde el poder y con sus emisarios voluntario e involuntarios, se le quiera atribuir intereses ocultos; por más que los misóginos de clóset muestran su verdadera cara; por más que, quienes siguen viviendo en el siglo pasado, piensen que pueden destacar más los aislados eventos de violencia (unos sembrados, otros espontáneos; todos plenamente comprensibles).

Después, con el paro del lunes, se evidencia la enorme capacidad de solidaridad que tienen la mayoría de las mujeres, en el afán evidenciar lo que es ya insostenible: la sistemática e histórica desatención del Estado para atender los problemas más básicos en torno a su seguridad.

Estos eventos, mostraron además esa extraña mezcla entre paraíso e infierno, que son las redes sociales. Donde se mostraron los temores y la solidaridad, pero también lo más abyecto de la conducta humana; haciendo además evidente las enormes carencias de un sistema de educación que arrojan a la sociedad personas con nula capacidad de comprensión de problemas complejos, de estadística y de capacidad de empatía hacia la sociedad a la que pertenecen.

Porque a cada persona que dice que a los hombres nos matan igual, le urge un curso de estadística y una terapia que le permita comprender la distinta naturaleza, y por lo tanto gravedad, de la violencia que se ejerce en contra de las mujeres. Porque a cada persona que le duele que se dañe el patrimonio ojalá acuda alguna vez a un museo y lea algo de la verdadera historia de nuestro país. Porque a cada mujer que dice que no se descalifique a los hombres porque ella educó buenos hijos, habría que preguntarle si puede afirmar que ninguno de sus hijos nunca, por lo menos toleró, solapó o se rio de conductas o actitudes violentas o misóginas, que le habrían escandalizado y humillado si las hubiese recibido en carne propia.

El futuro del movimiento es incierto. Pero marca un hito, al tratarse de un momento en que, por primera en la historia reciente de México, una sociedad movilizada reclama, no a este gobierno, sino al Estado y a su sociedad, el derecho que tienen de vivir sin miedo y en condiciones de igualdad.

Los que dicen que el problema se resuelve sólo con educación, tal vez crean que es posible educar a los niños de hoy, mantenerlos aislados de cualquier influencia perniciosa y esperar a que se vuelvan adultos que actúen correctamente en la sociedad. Los cambios sociales urgentes se resuelven siempre en dos vías: el camino de la educación y la transformación que genera gradualmente cambios estructurales, culturales y de largo plazo (pero nunca definitivos), e invariablemente, de forma simultánea un Estado de derecho e instituciones que hagan valerlo, para lograr que el cambio, aunque sea por la fuerza del derecho inicie hoy y de inmediato.

Admiro y agradezco a las mujeres de mi familia, amigas, alumnas, colaboradoras y simples conocidas, que han tenido el coraje y la visión de iniciar algo que, sin duda, transformará a nuestro país.

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