Los oportunistas

Frente a los actos extremos de maldad, las personas solemos buscar alguna razón —la mayoría de las veces, inverosímil— para explicar dichas acciones, pues reconocer la perversidad inherente a la naturaleza humana, resquebrajaría la falsa idea de seguridad con la que pasamos los días.

Si para el ciudadano medio es complicado aceptar la frívola derrota de su equipo de fútbol —fue el árbitro, hubo mano negra, no era penal—, lo es todavía más convivir con el tío que violó a las hijas de sus hermanos —¡las niñas tienen mucha imaginación—; o con el esposo estafador que pide el divorcio una vez que se ha gastado los bienes de la familia —¡No sé qué pasó, enloqueció!—.

La idea fue fraseada magistralmente por el filósofo inglés Thomas Hobbes: el hombre es el lobo del hombre. La frase rechina e inquieta porque, aunque nos  moleste, en la historia sobran los ejemplos.

No es menos cierto, además, que los malvados envuelvan sus acciones para diluir sus responsabilidades. Así, crean justificaciones para sus actos: “es que a mí también me violaron cuando era chiquito”; “tuve que hacerlo, fue por el bien del país” o “yo sólo recibía órdenes”.

En medio de la pandemia del Covid-19, algunos presidentes han hecho declaraciones inoportunas, por decir lo menos; otros, aprovechan para reducir aún más los derechos de sus ciudadanos. Recupero los casos de los presidentes de las “súper potencias” del siglo pasado.

En Estados Unidos, Donald Trump ha dicho que puede probar que “el Covid-19 salió de un laboratorio de China”. La veracidad de la declaración es imposible comprobar en este momento. Pero, más allá de la verdad o falsedad, es una justificación ideal para imponer sanciones, escalar la tensión armamentista, lanzar una guerra comercial… lo que el mentiroso en cuestión deseé.

En Rusia, mientras tanto, además de las medidas de confinamiento, Vladimir Putin ha aprobado la introducción de un controvertido sistema de seguimiento digital diseñado para mantener a los residentes en sus casas, asfixiando la poca privacidad y el libre tránsito de los ciudadanos. Con esto, ha apretado más el cinturón del control estatal sobre la vida pública y privada; esto constriñe, además, los derechos políticos.

Así, la pandemia es la justificación ideal de los perversos. En su nombre, buscan fortalecer los nacionalismos y los estados totalitarios; para ello, proponen, aprueban o ejercen acciones en contra de las libertades de los ciudadanos y de los mejores intereses del país que gobiernan. Todo ello, bajo el velo de las exigencias por atender a la población, misma a la que condenan a la precariedad económica y de libertades.

En efecto, cuesta trabajo nombrar a la maldad, pero conformarnos con las justificaciones de los perversos y guardar silencio, es un placebo que es mejor evitar si queremos conservar la salud de las democracias.

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