Ghislaine Maxwell: la Madame / Análisis de Valeria López Vela

Analizar el caso de Jeffrey Epstein sobre abuso sexual de menores ofrece la oportunidad histórica de poder recomponer todas las piezas que integran el rompecabezas de la violencia sexual.

Epstein era un acaudalado empresario, rodeado de relaciones poderosas, que disfrutaba violando mujeres menores de edad que atravesaban problemas económicos. Asimismo, compartía a sus víc-

timas entre sus amigos. Así, lo primero que quiero resaltar es que ni Epstein ni sus amigos padecían alguna enfermedad mental; al contrario, se trata de personas que llevan una vida dentro de los márgenes de normalidad social y que, de fiesta en fiesta, rompen la ley y la vida de sus víctimas.

Además, los depredadores sexuales suelen tener un encanto social excepcional, un carisma especial que los hace aparecer inocentes a los ojos de los testigos e inofensivos para las potenciales víctimas. Así, San Juan Pablo II dijo que Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo, era “un guía eficaz de la juventud”. De Epstein, por su parte, Donald Trump ha dicho que era “un hombre fantástico”.

Aunque, en la dinámica del abuso, además del encanto del depredador, se necesita un señuelo, alguien que dé valía moral a la circunstancia: una monja o consagrada que lleve a los niños al confesionario o una exitosa mujer que presente a las menores con el magnate para que no se sientan intimidadas. En el caso de Epstein, ese papel lo desempeñaba Ghislaine Maxwell, quien ha sido detenida hace unos días por el FBI.

Los estereotipos son esas creencias silenciosas que se cuelan en nuestros razonamientos y, sin que nos demos cuenta, crean sesgos o validaciones respecto a los hechos cotidianos que enfrentamos. De esta forma, los depredadores suelen utilizar la figura moral de las mujeres para atraerse a nuevas víctimas quienes bajan la guardia “por la presencia de otra mujer” en la situación, normalizando la violencia que están a punto de padecer. Este modo de operar funciona tanto para los casos de violencia sexual, violencia laboral e incluso doméstica. Al principio de este milenio, en México tuvimos un sonado caso del mundo de la música en el que había un genio carismático acompañado por una exitosa cantante, con la que mantenía un vínculo sexo-emocional, al tiempo que ella reclutaba nuevas menores para complacerlo.

Con esto, no quiero culpar a las mujeres de la violencia que padecen otras mujeres; mi objetivo es resaltar que la mecánica de la violencia no es simple y que involucra a más personajes que el perpetrador y la víctima.

Están también, los testigos normalizadores, como Maxwell. Sería interesante conocer los nombres de los testigos normalizadores del caso Maciel, quienes probablemente sigan vistiendo sotana o viviendo con votos y educando a menores de edad.

El juicio a Maxwell nos dará la oportunidad de comprender un poco mejor la mecánica del fenómeno y será, con suerte, oxígeno para la recuperación de las víctimas.

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