Obsesión por el poder: rebatingas o bocetos

Las elecciones de ayer en Estados Unidos fueron, al tiempo, construcción y destrucción; esperanza y terror; claridad y penumbra. El país otrora líder del mundo occidental presentó, nuevamente, un rostro inesperado. Y aunque todavía quedan algunos días para conocer al ganador -pues quedarán pendientes los votos de Wisconsin, Michigan y Pensilvania-, hay algunas reflexiones que hacer.

Por un lado, el temor de enfrentamientos violentos en las calles no se materializó. Y esa es una buena noticia; pero un signo terrible de la poca salud democrática del país de la libertad. No es una buena cosa saber que las diferencias no alcanzan a dirimirse en las urnas y que la violencia es una carta más a jugar.

Las amenazas del Presidente Trump de no reconocer los resultados del proceso electoral muestran la perversidad que permite el juego democrático: los candidatos participan y condicionan las reglas a su victoria. La sola declaración muestra cuán mal jugador es el contendiente del partido republicano y, en mi opinión, habría de ser motivo de descalificación.

Para cualquier analista político, la cercanía en votos entre los candidatos rechina como una vieja bisagra oxidada; pareciera que los debates carecen de impacto en las decisiones electorales; lo mismo que los magros resultados, los escándalos o las victorias.

Estas elecciones mostraron, con más claridad, algo que percibimos hace cuatro años: las votaciones no son más que la expresión de las fobias y de las filias de la sociedad que “elige”; son un simple concurso de popularidad, en donde los votantes proyectan sus ilusiones fallidas, al tiempo que aprovechan para vituperar al contrario. Pero no más que eso.

Lamento que ya no haya discusión de ideas; las propuestas parecen irrelevantes mientras que las mofas o las descalificaciones resultan más redituables que un mínimo de previsión por la conveniencia de los resultados.

Solo así se explica que haya latinos que respalden la candidatura del presidente más antimexicano que ha habido en la historia, por ejemplo.

Cualquier votante, tendría que haberse hecho estas preguntas: ¿es necesaria una regulación sobre el mercado de armas? ¿el sistema de salud me da garantías para la cobertura de mis enfermedades? ¿Podré distinguir entre el gobierno una banda de matones? En las boletas electorales, se tendrían que reflejar las respuestas razonadas a estas cuestiones y otras más.

Para mejorar la calidad de la democracia, americana o mexicana, tendríamos que insistir en que las reglas del juego se respetan o no se participa; que las emociones políticas son importantes, pero no pueden ser el factor de decisión y que se vota un proyecto de país que impacta, a su vez, la vida de cada uno de los ciudadanos. Las elecciones no pueden verse como un rebatinga de poder sino como el boceto de los días por venir.

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