El altar de la hipocresía: López Vela – Análisis

Hace apenas dos días, el Papa Francisco se refirió a la renuncia del exarzobispo de París, Michel Aupetit; el Papa dijo que “se trata de una injusticia” aludiendo que monseñor Aupetit fue víctima de rumores y que no son claros los hechos.

El Santo Padre señaló que: “Cuando el rumor crece, crece … destruye la reputación de una persona [que] ya no podrá gobernar, y esto es una injusticia porque su reputación se destruye, no por su pecado […] sino por el rumor”.

El Papa Francisco dijo que, en todo caso, “Mons. Aupetit cometió una falta contra el sexto mandamiento (no cometerás adulterio), no de forma total, sino de pequeñas caricias, masajes que le dio a su secretaria. Ésta es la acusación. Es un pecado. Pero ése no es uno de los pecados más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves”.

Y, en ese sentido, el Papa acierta y se equivoca: en efecto, los pecados más graves son los que van en contra de la caridad —los de soberbia, específicamente—; sin embargo, los actos de la carne no están exentos de cierta dominación y de ejercicio de poder. No se puede perder de vista que la relación carnal ocurrió con una subordinada y, aunque medie el consentimiento, vale la pena preguntarnos si éste fue pleno o estuvo coaccionado —indirectamente— por la posición de poder del obispo.

La narrativa de los hechos ofrecida por monseñor Aupetit es chocante, por decir lo menos; el obispo dijo que: “Cuando era vicario general, una mujer se manifestó ante mí varias veces con visitas y cartas, a tal punto que a veces debí poner distancia entre nosotros”.

Monseñor Aupetit se muestra como víctima de la seducción de su subordinada. Al hacerlo, no asume la responsabilidad de sus decisiones y refuerza el estereotipo de las mujeres como objeto de pecado; y eso es profundamente injusto.

El Papa resumió su posición en la siguiente frase: “Acepté la dimisión del obispo Aupetit, no sobre el altar de la verdad, sino sobre el altar de la hipocresía”. Pero, para hacer honor a la verdad, es indispensable reconocer todo lo que ha señalado el Papa y bastante más: el vínculo estrecho entre la sexualidad y el poder, la estructura jerárquica como mecanismo de dominación, el uso de estereotipos para evadir la responsabilidad y tantos más.

El caso de Aupetit, como cualquier otro, es complejo. Por ello, cualquier respuesta fácil —la demonización o victimización del señalado— no construye cimientos para la justicia sexual que tanta falta hace en la Iglesia.

Llama especialmente que Aupetit se presente como una doble víctima: de la seducción y de los rumores; como si un hombre poderoso de la Iglesia no tuviera capacidad de acción y de decisión. Esto, en mi opinión, reduce su credibilidad. Sería más honesto aceptar los errores —si es que los hubo—, o enfrentar los ataques con el aplomo de quien se sabe inocente porque, lamento decirlo, quien se pone en el altar de la hipocresía y rechaza el altar de la verdad, es él.

Las opiniones de los columnistas y colaboradores expresan su punto de vista, y no necesariamente los de Pilotzi Noticias o de su servicio informativo Online.

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