La guerra como rutina: López Vela – Análisis

En México, hace dos años, se declaraba el gran confinamiento; vendrían meses de miedo en lo que cada estornudo —la acción más común, que suele pasar inadvertida— hacía que se nos estremeciera la piel. Llegaron, también, las compras de pánico; los rituales de protección; las pérdidas. Aprendimos a respirar con miedo, a ver al dolor a los ojos, a habitarnos dentro para salvarnos fuera.

La vida cotidiana se convirtió en estado de alerta. Afortunadamente, los científicos encontraron la forma de devolvernos el aliento y la esperanza: desarrollaron las vacunas y, con ellas, el pánico se convirtió en precaución.

Veinticuatro meses después estamos frente a una nueva amenaza, con tintes apocalípticos: la invasión rusa a Ucrania. Semanas antes del inicio del conflicto, la posibilidad de un enfrentamiento sonaba inverosímil, para muchos. Otros, desde hacía tiempo, habíamos detectado las intenciones de Putin: convertirse en zar de Europa.

Todavía la semana pasada, el enfrentamiento con la OTAN parecía improbable. Hoy, parece inminente.

A pesar de eso no todo es pérdida, todavía hay algunas muestras de prudencia. La primera, Kiev no ha caído y el presidente Zelensky mantiene el liderazgo de Ucrania; el fin de semana cenó con sus militares y visitó los hospitales; además, ha mantenido el control de la información con cápsulas puntuales. La resistencia que ha mostrado el pueblo ucraniano es un ejemplo de dignidad, de sacrificio, de humanidad.

El gobierno chino, por su parte, se ha comportado de manera prudente. En la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, se abstuvo en la votación para respaldar la invasión. A pesar de las suspicacias norteamericanas, tampoco ha dado muestras de apoyo contundente a Rusia.

Finalmente, la respuesta de los países miembros de la OTAN y de sus líderes ha sido moderada; han impulsado cuatro rondas de negociación, apoyaron mediante el envío de armas y recursos económicos, sin enfrentarse directamente al gobierno de Putin. Las sanciones económicas han sido, hasta hoy, una medida eficaz.

Así, pareciera que la estrategia de Putin no ha dado los resultados esperados. Y eso es una buena noticia, a largo plazo. Pero riesgosa para los días inmediatos; la resistencia ofrecida hará que Putin redoble los esfuerzos y plantee medidas más agresivas.

En tanto, los ciudadanos del mundo continuamos en estado de alerta, con incertidumbre, respirando miedo, como hace dos años con la pandemia. En la crisis anterior, la razón de los científicos permitió que la historia de la humanidad diera el siguiente paso; hoy las cosas son distintas pues dependemos de la razón de los políticos.

En ese sentido, se vuelve todavía más importante contar con profesionales, con estrategas, con estadistas, pues los últimos meses nos han enseñado que el futuro de la humanidad se juega en las urnas. Las elecciones tienen que dejar de ser concursos de popularidad entre ambiciosos pendencieros y convertirse, en vez, en un serio debate de ideas de futuro locales y globales. Ojalá.

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