“Hacemos la revolución cuando escribimos un poema”
Rosario Murillo
Lo que hemos visto los últimos tiempos en Nicaragua es angustiante y repulsivo. La dictadura de Ortega-Murillo se ha convertido en aquello que juraron destruir. Borges lo expresó magistralmente: “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”. Y esto es, precisamente, lo que le ocurrió a Ortega: cada día se parecen más al régimen de Somoza, al que se enfrentaron en el siglo pasado.
El ejemplo más claro es la persecución a los opositores. Ortega ha ordenado, emulando al dictador al que luchó por derrocar, otra “Operación limpieza” que, de acuerdo con Amnistía Internacional, está dirigida en contra de las personas que protestaban; la nueva versión de la “Operación limpieza” incluyó “detenciones arbitrarias, tortura y el uso generalizado e indiscriminado de fuerza letal por parte de la policía y fuerzas parapoliciales fuertemente armadas”.
En 1978, la “Operación limpieza” se enfocaba en los miembros del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN); hoy, desde el gobierno, miembros del antiguo FSLN reactivan la “Operación limpieza” en contra de ciudadanos que ejercen su derecho a la libertad de expresión, a la protesta y a la participación política.
El embate más reciente fue el que ayer discutió el Parlamento de Nicaragua la disolución de la Academia Nicaragüense de la Lengua, por considerarla un agente extranjero. La institución fue fundada en 1928 y, desde entonces, ha realizado actividades culturales y de promoción de la literatura, principalmente.
Sin embargo, para el dictador Daniel Ortega cualquier voz que no resuena sus barbaridades son agentes extranjeros, disidentes de su pueblo, enemigos de su gobierno. Es su voz, son sus palabras, son sus formas o es nada.
La compañera, musa y cómplice de Ortega lo escribió en 1982, en el poema “Retrato desfigurado” de la obra Amar es combatir:
“Yo hace rato que los vidrios
y siempre siempre mi pofi
es el mismito patín
es el bisnes la carrera
son los truenos y el despegue y
entienda usted que no hay nada
chivas con esa nota
eso de Revolución
eso de cambios y aires
chivas con eso mi brother
vamos tranquilos al suave
sigamos el despabile
no se nos ponga chusmon
que aquí estamos bien arriba
mejor consígame ‘un día’
que eso de Revolución
eso es puro despelote”.
Los dictadores no buscan el bienestar del pueblo; todo lo contrario. Codician imponer sus reglas, sus modos y sus palabras. La retórica dictatorial necesita demeritar el lenguaje para evitar que se cuenten sus tropelías, sus abusos. Ortega y Murillo, atacando a la Academia de la lengua, a escritores o a la Fundación Enrique Bolaños, quieren reducir la capacidad analítica de los nicaragüenses, la sonoridad de las voces disidentes, pero —sobre todo— la posibilidad de perder el poder de dominar.