Por: Philippe Waechter
¿Deberíamos cambiar la meta de inflación?
Si la inflación se mantiene permanentemente alta y durante un período prolongado, los bancos centrales pronto se verán limitados por una meta del 2%.
La economía experimenta cambios radicales con la transición energética. Los bancos centrales también deben tener esto en cuenta. Cambiar el nivel de la meta de inflación es una forma de adaptarse a este nuevo entorno sin perder credibilidad.
En un artículo publicado en el periódico francés Les Echos, Olivier Blanchard sugiere que los bancos centrales modifiquen su meta de inflación y lo establezcan en 3% en lugar de un 2%.
¿Por qué un 2%?
Desde la década de los 90, los bancos centrales han establecido o fiajdo un objetivo de inflación de 2%. Esta cifra está asociada con la estabilidad de precios.
Una meta inferior no era deseable debido al riesgo de deflación asociado con muy poco cambio en los precios. Los banqueros centrales desaprueban la deflación porque puede cambiar profundamente el desempeño y perjudicar el crecimiento y el empleo.
En un informe previo, la Comisión Boskin afirmó que la inflación calculada a partir del IPC era generalmente algo más alta que la “inflación real”. Esta brecha era de alrededor del 1.3% hasta 1996. Desde entonces, elegir una meta demasiado baja significaba correr el riesgo de caer en deflación. Se podría entonces optar por el objetivo del 2%. Sin embargo, no existe una base teórica que identifique una tasa de inflación óptima con tendencia hacia este número mágico.
Argumento de Blanchard
Su punto se puede resumir de la siguiente manera: el riesgo principal de una inflación persistente está en los salarios. Se destaca este punto en un artículo reciente escrito junto a Bernanke, el exjefe de la Reserva Federal. Otras fuentes de inflación pueden reducirse (los efectos del plan de estímulo de Biden), revertirse (el precio de la energía), pero los empleados no desean ver reducido su poder adquisitivo de forma permanente. Con el tiempo, pueden demandar aumentos salariales a riesgo de causar efectos de persistencia.
Por tanto, debemos aceptar el riesgo de una persistencia de una inflación algo más alta por más tiempo, o hacer todo lo posible para converger rápido hacia una meta de 2% y recuperar cierta normalidad.
Blanchard señala que los bancos centrales, al no querer desviarse de esta meta de 2%, corren el riesgo de castigar permanentemente al mercado laboral. De hecho, si los salarios son la principal fuente de persistencia, reducir su evolución considerablemente significa forzar a la economía a entrar en recesión para revertir el impulso demasiado sólido del mercado laboral.
En un artículo escrito en 2015 junto a Larry Summers y Eugenio Cerruti, Blanchard concluye que cada recesión tiene un costo a largo plazo, y por eso debemos evitar correr este tipo de riesgo. Así que luchar a toda costa para romper finalmente el mercado laboral es un arbitraje que podría llevar rápidamente a los bancos centrales a tener tasas de interés más altas que las actuales. En Estados Unidos y la zona euro, la generación de empleo es fuerte y la tasa de desempleo está en su punto más bajo. Revertir esta dinámica sería castigador.

Sin embargo, esta es la postura recién reiterada por Christine Lagarde durante el seminario del Banco Central Europeo en Sintra. El Banco Central Europeo comparte la idea de que la persistencia vendrá de los salarios, pero en vez de adaptarse a ella, ve la obligación de una política restrictiva a largo plazo, esperando no causar una gran recesión.
Blanchard sugiere que en lugar de seguir este camino, puede ser mejor vivir con una inflación más alta y ganar flexibilidad de ajuste. Propone un objetivo del 3%, ya que un 4% podría tener efectos más marcados en el consumidor. Al abogar por un 3%, indica que no es una cifra muy diferente al 2% y que el cambio no perturbaría al consumidor.
Comentarios de Gita Gopinath
En su participación en Sintra, Gita Gopinath, ex-economista en jefe del FMI, sugiere que la economía del mañana podría ser más inflacionaria que en el pasado, por dos razones principales:
La primera se relaciona con las restricciones de la oferta, donde las restricciones al comercio y la inversión directa afectan directamente el flujo de los procesos de producción. Esto se evidenció con las lecciones de la pandemia y la posterior recuperación. También es consecuencia de las restricciones impuestas a los intercambios (como la relación entre Estados Unidos y China) o del deseo de favorecer los intercambios bilaterales.
La segunda razón es la consecuencia de los ajustes que marcarán el largo período de la transición energética. Los trastornos resultantes tendrán efectos inflacionarios. También puede ser positivo para facilitar ajustes macroeconómicos.
El riesgo entonces es tener una tasa de inflación permanentemente más alta que en el pasado reciente, debido a lun entorno macroeconómico disruptivo que ya no se parece mucho a lo que conocíamos antes de la pandemia.
Además, como señala Gita Gopinath, las referencias que teníamos en el pasado, como la curva de Phillips que vincula la inflación y la actividad, ya no son tan relevantes.
La economía cambia radicalmente con la transición energética. Los bancos centrales también deben tener esto en cuenta. Cambiar el nivel de la meta de inflación es una forma de adaptarse a este nuevo entorno sin perder credibilidad.
Cortesía: Ostrum