Todas las entradas de: Valeria López Vela

Nuevos tiempos, nuevos rostros

CNN filtró el plan de trabajo para los primeros 200 días del presidente electo Donald Trump y las noticias no fueron buenas para nuestro país. Lamento que lleguen estos días a nuestra historia pero, estoy convencida, de que debemos enfrentarlos con la frente en alto, con esfuerzo y con una enorme lealtad con nuestro México.

La presidencia de Trump será un periodo de crisis y retos para nuestro país. Crisis por los cambios en el comercio y en la política aunque, quisiera insistir, también será un periodo de grandes oportunidades.

Estoy segura de que veremos el surgimiento de nuevos liderazgos políticos y que se renovarán los rostros de los protagonistas de la vida pública pues no se puede servir vino nuevo en odres viejas.

El rejuvenecimiento democrático encara a las necesidades de nuestro país y a la superación de la gerontopolítica de la que muchos nos hemos quejado. Los candidatos “de siempre” —esos que elección tras elección pierden y cierran el paso a los jóvenes— deberían retirarse para que sus propios partidos se refresquen y puedan hacer frente a los retos que México necesita.

Lo que preocupa, principalmente, a los políticos es la posible renegociación del TLC. Se trata de un tema moral y que no debemos dejar pasar; es muy importante que los integrantes del gabinete asuman la posición de liderazgo que corresponde y que, hay que decirlo, hasta hoy han hecho muy bien.

Celebro las oportunas declaraciones de José Antonio Meade, Agustín Carstens y Claudia Ruiz Massieu frente a este nuevo en la relación bilateral, en la economía y en la política interna del país.

Nadie mejor que el secretario Meade para asumir este reto pues su experiencia en Relaciones Exteriores, Sedesol y Hacienda le ofrecen un panorama de 360 grados sobre los retos de los días por venir.

Pero también es importante la participación activa de la sociedad civil; necesitamos defender los valores de la democracia: la igualdad, la libertad y la legalidad no pueden ser puestas en duda, a pesar de las tormentas del país vecino.

Sospecho que la participación de la academia no se hará esperar pues los discursos de odio tienen que ser frenados con los mejores argumentos y con la solvencia intelectual que hay en nuestras universidades. Me gustaría imaginar que el secretario Nuño podría considerar incluir en la reforma educativa una materia transversal sobre Derechos Humanos que mengue el impacto de los desvaríos que se viven en el norte pero que, sin duda, dañan la autoimagen de nuestros migrantes, de sus hijos, de sus connacionales.

No son días para mirar atrás sino para abrir futuro; hay que luchar para alcanzar el horizonte democrático que nos hemos planteado. En los días de crisis se mide la fuerza de nuestras convicciones y amor por México. ¡Bienvenida sea la ayuda de todas y todos!

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La otra América

La noche de ayer fue de nervios, de desconsuelo, de terror. Prácticamente todos los ciudadanos del mundo mirábamos con horror y con temor cómo poco a poco se invertían los resultados de las encuestas.

Las predicciones se equivocaron, los analistas no creímos posible lo que la realidad nos demostró. El candidato republicano se quedó con la Casa Blanca y se lleva a vivir ahí todo el odio que siente por nosotros, por las mujeres, por la dignidad humana.

Trump es el presidente electo de Estados Unidos. Electo a pesar de todo: de insultos, de insensateces, del desprecio por la igualdad.

Ayer no sólo perdió Hillary. Perdimos todos, pues tener por presidente de la nación más poderosa a un gobernante desquiciado —tanto como en su momento lo fuera Nerón para Roma— no augura buenos tiempos para nadie: ni para las mujeres, ni para los europeos, ni para los mexicanos.

Lo que nos mostró esta elección es que la idea de América, ésa sobre la que tanto hemos dibujado y soñado, no es tal. Estados Unidos es un país de bárbaros, de personas que no quieren aceptar la igualdad ni el respeto; por difícil que resulte leerlo —y escribirlo— la civilización americana no deja de ser machista y discriminadora.

Ayer votó la América bárbara, esa que estaba escondida y que encontró en Trump a alguien que decía sin miedo y con fuerza todas las insensateces que guardaba en su corazón; la América que late con la fuerza del odio y del desprecio.

Y nos equivocamos al infravalorar la fuerza de la ignorancia; del poder que tienen los estereotipos; que el machismo corre por la sangre de la mayoría de la población; que es más fácil destruir que construir.

Nos engañamos pensando que la cultura de los derechos humanos, de la igualdad, era el imaginario político dominante de la sociedad americana. Pensamos que las ideas de los padres fundadores, de la revolución americana, estaban arraigadas, asumidas, queridas y aceptadas. Y no.

¿Qué sigue?: Asumir el golpe y dar la batalla. No podemos permitir que la intolerancia se vuelva la moneda de cambio de la región. Tenemos que aguantar y resistir: educar y señalar. No perder el orgullo mexicano ni abandonar a nuestros migrantes. Defender lo ganado en el Tratado de Libre Comercio. No permitir las humillaciones.

Sigo sin encontrar las palabras, ni los argumentos, para explicar a mis alumnos, a mis sobrinos, a los jóvenes, que el próximo presidente de Estados Unidos será un machista, misógino, intolerante y discriminador. Le fallamos a los valores democráticos occidentales y, que nadie lo dude, pagaremos por ello.

Trump va a incendiar Washington en medio de la borrachera de éxito que lo acompaña; arrastrará en su desgracia todo lo que la antorcha de la Estatua de la Libertad iluminó durante tantos años, para tantas personas. ¡Cuánto lo lamento! La historia nos lo recriminará.

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Elecciones cardiacas

He tenido la fortuna de acompañar los procesos electorales de Estados Unidos desde hace más de doce años; puedo decir que, esta ocasión, ha sido única y cambiará el modo en el que, a partir de ahora, se harán tanto la política como las campañas.

El perfil de los candidatos, los debates, las características de los votantes, los escándalos e, incluso, la intervención de líderes del extranjero han hecho que, día a día, varíen las encuestas aunque, hay que insistir en esto, no necesariamente el resultado final de la elección.

Ambos candidatos ganarán pero cada uno en el ámbito que le corresponde; seguramente, Hillary Clinton será la próxima presidenta de los Estados Unidos como consecuencia de la sólida carrera que ha construido. Por su parte, Donald Trump hizo de la campaña un nuevo “reality show” de audiencia mundial; así, se convirtió en un extraordinario “show man” y en un político ridículo.

El saldo que dejan las elecciones no solamente es un nuevo presidente. Hay que considerar, también, la configuración de las cámaras y la sensibilidad política de los votantes: la nueva presidenta tendrá que gobernar a una sociedad no solamente divida sino polarizada.

Estas elecciones fueron políticamente maniqueas: se enfrentaron la intolerancia frente a la sensatez; el pasado frente al futuro. Y de dichas tensiones no puede quedar sino una sociedad dividida.

La principal batalla que tendrá que enfrentar Hillary es frente a las sombras de la intolerancia para desmontar los estereotipos, estigmas y humillaciones que dejó Trump durante su campaña. El torbellino de la intolerancia deja en números rojos tanto al partido republicano como a los norteamericanos, en general.

A pesar de las sospechas que hay alrededor de Hillary, estoy segura de que será una extraordinaria presidenta: fiel a los principios del partido demócrata, comprometida con los valores de su país y cercana a la sensibilidad de las personas.

Sin duda, este estilo de liderazgo cambiará los patrones oxidados de la política mundial pues dará oxígeno a los deseos de cambio, al enfoque femenino en la política.

Cuando los votantes salimos a emitir nuestro voto tenemos que ser conscientes de que no hay candidato perfecto. Eso, simplemente, no existe. Pero lo que sí hay son una serie de candidatos con agendas políticas específicas. Algunas de ellas son más cercanas a nuestros valores e intereses; otras, son francamente opuestas o inaceptables.

Así que al momento de votar no hay que buscar ni “al Mesías salvador del pueblo” ni “al Príncipe Azul que sí sabe hacer las cosas”; se trata, en mi opinión, de una apuesta modesta por una candidata o candidato con el que coincidimos en la mayoría de los asuntos —es imposible que sea en todos—, cuya voz hace eco en nuestro corazón, al que confiaríamos las decisiones más difíciles.

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La sonrisa de Hillary

La sonrisa femenina más famosa de la historia es la de la Mona Lisa; el icónico cuadro de Da Vinci nos ha maravillado durante siglos por la enigmática expresión de la modelo. Y es que la sonrisa puede decir tantas cosas sin decirlas: las hay de burla, de engreimiento, de alegría; también las hay de maldad, astucia o venganza.

Respeto a Hillary Clinton. Me gusta su estilo de liderazgo político; me agrada que se asuma como una liberal igualitaria; comparto su defensa de los derechos de las niñas y de las mujeres; pero, lo que más me gusta de ella es su sonrisa.

Me agrada que, frente a cada ataque de Trump, ha sonreído; que frente a las indiscreciones de Bill Clinton ha sabido, también, reír al último. Me gusta la forma en que sus labios cambian y se alegran cada vez que dice el nombre de su hija, Chelsea.

Hillary se enjugó las lágrimas de la derrota en las primarias frente a Obama y, siendo la gran política que es, se convirtió en su colaboradora. Hoy, tiene a la Primera Dama y al Presidente haciendo campaña para ella, zanjando los problemas con el carisma de la Casa Blanca.

Hillary supo perder sonriendo hasta que ganó por sonreír.

Pero la suya no es una sonrisa bobalicona ni complaciente; mucho menos la sonrisita cursi de coqueteo barato: qué nadie me malentienda. Cuando digo que me gusta su risa, me refiero a la astucia que se le escapa por entre los labios; a la seguridad de poder responder con guiño con la misma contundencia que con palabras; y, tengo que aceptarlo, a la maldad que —de vez en vez— se le transparenta cuando parece que se alegra.

Buena parte del éxito que logró Hillary en el segundo debate, se debió a que mostró el temple necesario para enfrentarse a un candidato de tan baja estatura intelectual y moral. Me parece mucho más peligrosa una mujer que ríe, que un hombre que descalifica.

Esta noche veremos el tercer debate presidencial en Estados Unidos. No me sorprendería ver más descalificaciones que argumentos en contra de Hillary. Pero este nivel tan bajo de discusión es excepcional; la tradición de debatir en Estados Unidos es más grande y sólida que las malas artes del candidato Trump.

Ojalá, en nuestro país, adoptáramos esta tradición como algo absolutamente propio, más participativo y menos acartonado; como una práctica que construya el futuro democrático que nos merecemos. ¡Qué tengamos noches de debate en donde se contrapongan las ideas; qué estén llenas de argumentos; que las voces resuenen en sintonía de alta definición pero, por encima de todo, que muestren un gran amor y un profundo respeto por nuestro Estado, por lo nuestro!

La sonrisa de Hillary nos deja ver a una mujer de acero que está lista para ser la primera presidenta de los Estados Unidos de América. Me gustaría, muy pronto, mirar también la sonrisa de Margarita.

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¿Qué tan “Trump” es usted?

Aristóteles señaló, hace más de veinte siglos, que las cosas se conocen por sus contrarios. Tiene razón: la salud se justiprecia en los días de enfermedad; se añora la paz en los días de guerra; comprendemos la importancia de la sensatez cuando nos enfrentamos al absurdo. Lo mismo pasa con Trump cuya figura nos ha servido para valorar lo que damos por supuesto en la convivencia democrática y para rechazar los devaneos con la intolerancia.

El debate del domingo pasado, situación histórica y que funda tradiciones, dejó una sensación de rechazo y de desprecio por la conducta del candidato republicano. Más allá de encuestas y de posiciones políticas, se impuso un sentimiento unánime de repudio hacia la actitud lerda e irrespetuosa de Trump.

Su conducta, su lenguaje, sus palabras retrataban de cuerpo entero al cretino que es, y ha sido, desde hace años pero que —hasta la noche de este domingo—causó un hastío definitivo y una reprobación generalizada.

Es posible que, con los años, la palabra Trump deje de ser un nombre propio para convertirse en un adjetivo que refiera todo lo que despreciamos en el mundo democrático. Propongo a los lectores ocho preguntas para evaluar ¿qué tan Trump es usted?

a. ¿Se refiere a las mujeres de manera peyorativa? ¿Suele instrumentalizarlas? ¿Piensa que su encanto de macho alfa le permite hacer con ellas lo que quiera?

b. ¿Cree que el dinero y la fama son el pasaporte que le abre todos los caminos a pesar de su impertinencia, estupidez o trato soez?

c. ¿Ha pensado, seriamente, en poner un muro que divida los códigos postales aceptables del país de los que no lo son?

d. ¿Se ufana cada vez que no paga impuestos? ¿Piensa que el SAT es un instrumento estúpido dedicado a criminalizar la riqueza? ¿Cree que los pobres lo son por flojos?

e. ¿Piensa que el derecho a la libertad de expresión le permite mentir públicamente, difamar, descalificar sin fundamento alguno?

f. ¿Ve a los ciudadanos guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses como depredadores de la grandeza mexicana?

g. ¿Cuándo se le agotan los argumentos acude a las amenazas? ¿O a los insultos? ¿”Prepotencia” es su segundo nombre?

h. ¿Piensa que no es posible cometer un acto de violación dentro del matrimonio?

Si respondió a alguna pregunta afirmativamente, es momento de replantear el rumbo y tomar algunas lecciones de civismo para el siglo XXI, derechos humanos y equidad de género. Evite, con todas sus fuerzas, ser un “Trump”.

Con compromiso, con sinceridad, se puede construir un nuevo horizonte de convivencia política. ¡No tenga miedo!

Estoy segura de que Donald Trump sería un presidente terrible: su gestión pasaría a la historia como un periodo oscuro, intolerante y peligroso. Afortunadamente, todo indica que sus posibilidades se evaporan dejando tras de sí un molesto tufo.

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El antihéroe de los Derechos Humanos

El mundo está convulsionando. Tomamos el café de la mañana con las noticias más recientes sobre terrorismo, posibilidades de guerra e intolerancia. Es, precisamente, en estos días cuando se vuelve imperante insistir en el compromiso con los Derechos Humanos y fortalecer a las Naciones Unidas —el uno, como ideal normativo; el otro, como institución—.

La Declaración Universal de Derechos Humanos nació como un compromiso mundial por mantener la paz de un mundo que venía de la bancarrota moral: las dos grandes guerras del siglo XX lastimaron a varias generaciones que tuvieron que reconstruir sus vidas con las cicatrices de las guerras.

Bajo la tutela de Eleanor Rooselvelt y avalada por importantes filósofos —Rene Cassin, John Humphrey, P. C. Chang, Charles Malik y Jacques Maritain—, la Declaración Universal quiso dar sentido a la ONU y, al mismo tiempo, ser la brújula que orientara el desarrollo global: una guía moral que integrara el respeto incondicionado por la dignidad humana articulando las libertades y condiciones culturales de los países firmantes.

El espíritu de la Declaración ha animado el desempeño de la Organización, no sin tropiezos, bemoles y fracasos. Si bien es cierto que los alcances de las Naciones Unidas son —en muchos aspectos— modestos, no podemos dejar de reconocer que el organismo ha podido contener un enfrentamiento mundial.

Ban-Ki-moon, el todavía Secretario General de las Naciones Unidas, dio un fuerte discurso en el que…

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Señor Trump, el que ríe de último…

Hace dos días, la candidata demócrata a la presidencia de EU, Hillary Clinton, rechazó la invitación del Gobierno mexicano. No hacía falta tener elegantes doctorados ni poderes sobrenaturales para anticipar que la respuesta sería negativa.

Hillary, a diferencia de Trump, no es adicta ni a los reflectores ni al conflicto; tampoco tiene que ganar votos con desesperación. La candidata Clinton es una política profesional que ha sido secretaria de Estado y comprende que las formas importan y que estos días no son para hacer campaña en el extranjero.

El principal reto de Hillary es mantener la consistencia que ha mostrado en los últimos meses, presentar un nuevo empuje, y no caer en las provocaciones constantes que lanzará el candidato republicano. Y, lamento decirlo…

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Rajoy: primero soso, después rancio

Valeria López

Sólo hay algo más triste que despertar al lado de un cadáver: ser uno mismo el muerto en vida. El proyecto político de Mariano Rajoy agoniza, lo envenenó la corrupción. Y esta incapacidad de hacer Gobierno muestra que los primeros auxilios políticos que ha recibido no son suficientes. Rajoy debió haber considerado que su otrora retórica (sosa) terminaría siendo rancia.

El discurso que presentó Rajoy frente al Congreso, con la intención de convencer a los otros partidos de permitir su investidura, no tuvo mejores argumentos que “no hay de otra” más que dejarlo hacer Gobierno, pues unas terceras elecciones serían desastrosas para España. Como sabemos todos, un discurso que tiene más de chantaje que de proyecto no puede ser la mejor opción para nadie.

Rajoy nos presentó un discurso de derrota, de resignación, agónico. Y ésa es una triste manera de iniciar un periodo presidencial, un proyecto o un matrimonio: “estemos juntos porque no hay de otra, hagámoslo porque ya qué, déjenme gobernar porque sí”. Por si fuera poco, no dudó en decir que no venía a “cosechar aplausos sino a resolver problemas”.

Además de la…

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El mejor país para ser mujer

Cada año reviso minuciosamente la lista que ofrece el Foro Económico Mundial acerca de los mejores países para ser mujer; con un poco de nostalgia por lo que no tenemos, con un poco de anhelo por lo que podría ser.

El más reciente Foro Económico se enfocó en las distancias entre hombres y mujeres, en el acceso a oportunidades y derechos, condiciones que permiten el desarrollo de una vida en una sociedad igualitaria. Así, se presentaron las brechas de acceso a la salud, a educación, a las oportunidades económicas y a la representación política.

Pero los resultados fueron devastadores pues, en promedio, calculan que la brecha de oportunidades y derechos entre hombres y mujeres tardará 118 años en cerrarse. Lamentablemente, ninguna de nosotras tiene tantos años por delante.

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Maduro: Un loco con poder

Maduro: un loco con poder

Valeria López

Nada más peligroso que un loco con poder. Los hemos visto hacer destrozos en la historia, y villanías en el día a día. Los hay megalómanos, insensibles y hasta asesinos. Son personajes tenebrosos que viven bajo el influjo de las mieles del poder y que en su embriaguez lastiman a la sociedad.

La borrachera de éxito que acompaña al ejercicio del poder es tan peligrosa como potencialmente insuperable. El efecto del vértigo de omnipotencia, el síndrome del emperador o una simple megalomanía pueden poner en riesgo a los ciudadanos pues sus delirios no saben ni de justicia ni de honradez.

De su locura puede esperarse cualquier cosa: un incendio en una ciudad, el encarcelamiento de inocentes o la desaparición forzada.

No hay adicción más difícil de dejar: el deseo de dominar se vuelve motor, deseo y fin único del loco con poder que no entiende razón alguna ni hay lógica detrás de sus pensamientos. Es ahí en donde aparecen los atropellos, las humillaciones y las violaciones a los Derechos Humanos.

Para muestra: Nicolás Maduro, quien no ha dudado —una vez más— en dejarnos saber que su adicción y su indecencia no conocen límites. Para Maduro, la única ley es la que marca su gorda e insaciable ambición que depende de sus delirios y de sus inseguridades.

El encarcelamiento de Leopoldo López, como en su momento escribí para La Razón, fue un claro ejemplo de persecución política, de mal uso de las leyes, de abuso de poder. Pero la simulación del juicio y de la apelación han desnudado la ilegalidad que reina en Venezuela.

Maduro no respeta la independencia de los poderes, pues ha sometido a su capricho al poder judicial venezolano. Venezuela, así, vive al margen de las leyes y de la justicia; la vida de los ciudadanos depende del vaivén de un dictador; el rumbo del país está marcado por el andar chueco de un pobre borracho de poder.

La comunidad internacional no puede seguir guardando silencio frente a violaciones a los Derechos Humanos tan descaradas, tan groseras, tan ruines. Guardar silencio frente a la injusticia, lo he dicho antes, es ser cómplice. Y nuestra región se merece mejor suerte que regímenes como el que tienen que padecer, todavía, los venezolanos.

Pero ésta es sólo una batalla perdida; quienes deben temer son los infames, los injustos, los borrachos de poder pues son ellos los que padecerán la resaca. No hay nada que el tiempo no ponga en su lugar; la verdad termina por imponerse y la justicia alcanza a los malvados. Me pregunto si Maduro y sus secuaces están listos para enfrentar los reclamos políticos y jurídicos que en cualquier momento verán la luz en los tribunales internacionales. Supongo que no, pues los locos con poder suelen ser pequeños cobardes cuya maldad depende de su puesto y nunca de su grandeza ni de su nombre. Al tiempo…

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La nueva alianza en Oriente

La nueva alianza en Oriente

Valeria López

Hace tiempo que la política del presidente Erdogan, de Turquía, nos tiene muy preocupados. Primero, por el ataque sistemático hacia la comunidad kurda; segundo, por la tensión con Rusia tras el derribo de un avión; tercero, por el permiso de tránsito que da al EI y que permite vender en el mercado negro el petróleo que subvenciona los ataques terroristas; cuarto, por las purgas tras el intento de “golpe de Estado”; quinto, por las intenciones de restaurar la pena de muerte; sexto, la destitución de 2,745 jueces; séptimo, el hostigamiento en contra de mil académicos que demandaban respeto a los Derechos Humanos de los turcos… la lista es interminable.

No hace falta ser un genio para reconocer el ADN político de los gobernantes; más allá de los discursos y las posiciones oficiales, los hechos se imponen. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha hecho de la censura, el encarcelamiento y la represión, la realidad de sus atemorizados ciudadanos.

Desde hace tiempo, el presidente de Amnistía Internacional, Shalil Setty, había advertido que la situación de los Derechos Humanos en Turquía vivía tiempos difíciles.

Y ayer, en un giro inusual, se reunieron Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan para mejorar las frías relaciones entre sus países. El encuentro es de suma importancia, pues Putin ha respaldado consistentemente al presidente sirio, Al Assad, principal opositor del EI; mientras que Erdogan ha permitido que la organización extremista reciba ingresos de millones de dólares al exportar y vender petróleo en el mercado negro de su país.

A diferencia de su homólogo norteamericano, Putin ha deseado ansiosamente el conflicto militar que lo vuelva el rey de Europa. Por lo que además de las claras intenciones comerciales y petroleras, es posible sospechar que se gesta una nueva alianza militar en el medio oriente, liderada por Rusia y la cual incluye a Siria, Turquía e Irán y que amenaza a la OTAN y a Israel.

La misteriosa alianza rusa con el mandatario sirio Al Assad fue el punto de inflexión con la administración Obama pues la paradoja política —apoyar a un dictador o permitir el crecimiento del terrorismo del EI— era la trampa perfecta. Sin que importara la decisión de Obama, Putin saldría ganando.

Si consideramos como parámetro el gasto militar respecto del PIB, Rusia es uno de los países que más gasta en defensa con el 4.5%; mientras que Estados Unidos invierte el 3.5% y China, el 2.5%. Los países que más gastan son Arabia Saudita con el 10.4% y los Emiratos Árabes con el 5.1%, respectivamente.

Así las cosas, no sorprende el aumento de presupuesto militar norteamericano ha aumentado a 3,400 millones de dólares para reforzar su presencia militar en Europa; noticia que fue muy bien recibida por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.

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Un mal gobernante

Valeria López

 

Cubrir la nota internacional, en estos días, se ha vuelto más exigente, tanto por la cantidad de acontecimientos como por la inverosimilitud de los mismos. Frente a nuestros ojos, los de los hijos de la revolución de Silicon Valley han aparecido prácticas políticas medievales en high definition: el absurdo político llevado a su máxima expresión.

 

En todos los continentes hay protagonistas del autoritarismo que frente a nuestros ojos han contradicho, groseramente, las libertades y los derechos de los ciudadanos.

 

Aquí, una breve estampa de tres actores políticos por cuyas venas corre la sangre del totalitarismo político; tres personajes cuyas acciones roban la vida a sus conciudadanos: succionadores de existencias humanas que nutren su ambición de poder a costa nuestra.

 

Desde noviembre pasado, en la Feria Internacional del Libro, varios asistentes se mostraron preocupados por la posibilidad del triunfo electoral de Donald Trump. Esto sería una mala noticia para los estadounidenses, los migrantes, pero, que nadie lo dude, también para el mundo. ¿Por qué? Porque la visión del universo de Trump es incompatible con los pilares de la civilización occidental del siglo XX y XXI; Trump desprecia la tolerancia, la inclusión, la mirada igualitaria. Se burla de los discapacitados e instrumentaliza a las mujeres.

 

Infortunadamente, no es el único que se aleja de los valores de nuestros días. En Latinoamérica, Nicolás Maduro se ha encargado de desoír todo lo que no le haya dicho “un pajarito”: sólo escucha las voces de sus delirios. Y sus caprichos han dañado a una generación de venezolanos que han visto pasar muchos de sus días hundidos en la desazón de un gobierno autoritario.

En Turquía, el dictador Erdogan ha encontrado, en el reciente “golpe de Estado”, el pretexto perfecto para endurecer las prácticas constantes de derechos humanos y que, desde hace años, Shalil Setty —Presidente de Amnistía Internacional—venía denunciando.

 

Trump, Maduro y Erdogan lastiman, deconstruyen y restan a la historia de la humanidad.

 

A pesar de las malas noticias —atentados terroristas, violaciones a derechos humanos, autoritarismos, candidaturas obscenas—, no podemos perder de vista los liderazgos positivos que no se rinden y que siguen construyendo un mundo más humano. En los últimos días ha sido refrescante escuchar las voces de Michelle Obama y de Hillary Clinton, quienes con la perspectiva femenina ofrecen soluciones —a veces mejores; otras, no tanto— pero dan salidas al laberinto de insensateces de los totalitarios.

Cada día que un ciudadano vive debajo del absurdo político es un día que le ha robado su gobierno; el riesgo de un mal gobernante es que la generación que inicia su vida adulta pierde la oportunidad de construir su vida, de hacer su existencia. No debemos permitirlo, menos México. Es momento de analizar los perfiles de los posibles candidatos.

 

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