Aplastado contra el asiento del piloto por la potente fuerza g, el cosmonauta soviético Yuri Gagarin vio llamas fuera de su nave espacial y se preparó para morir. Su voz rompió el tenso silencio en el control de tierra: “Estoy ardiendo. Adiós, camaradas”.
Gagarin no sabía que lo que observaba desde una escotilla era una nube de plasma que envolvió la Vostok 1 durante su reentrada en la atmósfera terrestre, y que aún iba camino de regresar a salvo.
Fue su tranquila compostura bajo la presión lo que le ayudó a convertirse en el primer humano en llegar al espacio hace 60 años.