Cada vida, todas las vidas / Análisis de Valeria López Vela

Nuestro continente, América, no ha sabido —querido, podido— hacer frente al primer gran reto del 2020. Es tristísimo saber que, a partir de esta semana, los tres países con mayor número de pérdidas humanas por la pandemia del Covid-19 están en nuestra región.

Y, no. No se trata de los países con mayor índice de pobreza o inestabilidad política, sino todo lo contrario. Estados Unidos, Brasil y México son los estados más fuertes del continente, con economías sólidas y sistemas democráticos establecidos.

A pesar de ello, el liderazgo de sus presidentes durante la pandemia no ha podido ofrecer la única respuesta aceptable frente a la enfermedad: preservación de la salud y la vida de sus ciudadanos, en medio de un fuerte compromiso social.

Para ilustrar el caso, imaginemos una situación individual. Pensemos que el médico encargado de la salud de su madre tiene que comunicarle su fallecimiento. ¿Qué esperaría que le dijera? Frases como: “hicimos todo lo posible”, “tomamos todas las precauciones”, “buscamos todas las opciones” le ayudarían a sentir resignación en medio del desasosiego de la muerte; sentiría que fue un trabajo en equipo y que no hay culpables por la derrota.

Planteemos un segundo escenario en el que el médico tiene que comunicarle la misma mala noticia, pero utiliza los siguientes argumentos: “su madre falleció a consecuencia de sus malas decisiones alimenticias: era obesa y eso complicó el tratamiento”, “yo no fallé, su deceso se debe a la falta de cuidado de toda su vida”, “su madre ha muerto, pero el índice hospitalario se mantiene estable”. Es posible que el médico no haya faltado a la verdad pero, sin duda, crea distancia y al dolor de la pérdida añade la culpa por la enfermedad, al tiempo que siembra coraje por la falta de empatía.

Finalmente, pensemos una respuesta más: “su madre ha muerto; regrese a su trabajo porque hay que reactivar la economía”; “su madre ha muerto; no tome precauciones: salga y gaste que pronto habrá elecciones”. Frente a esto, no hay palabras.

Y aunque ninguna de las respuestas le devolvería la vida a su madre, sí muestran un enfoque de Estado, de país, de compromiso social. Los retos por la pandemia apenas comienzan; en los días por venir veremos el reajuste económico, el aumento de la inseguridad, la carrera despiadada por el acceso a la vacuna. Y tendremos que enfrentarlos en sociedades divididas o en sociedades solidarias. Un buen liderazgo habría aprovechado la crisis sanitaria para crear cohesión social: nunca como capital electoral ni para evadir la responsabilidad.

Nadie espera que los presidentes tengan los poderes curativos de Macario, el personaje de la novela de B. Traven que con una gota aliviaba al enfermo —siempre y cuando la muerte se encontrara a los pies de su cama pues, si estaba en la cabecera, no había nada qué hacer—. Pero sí esperamos que su liderazgo sea empático con todas las vidas y con cada una de las vidas de los ciudadanos.

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