Steve Bannon: López Vela – Análisis

En el libro Réquiem por el sueño americano, el influyente Noam Chomsky presentó diez principios que –en su opinión– son los artífices del resquebrajamiento de los ideales políticos norteamericanos. A saber: reducir la democracia; modelar la ideología; rediseñar la economía; desplazar la carga fiscal; atacar la solidaridad; controlar las entidades reguladoras; manipular las elecciones; someter a la plebe; fabricar el consenso y, finalmente, marginar a la población.

A partir de ellos, se crean los escenarios que vemos no sólo en Estados Unidos sino por el mundo: el resurgimiento de los nacionalismos, de los nativismos; el impulso de los discursos excluyentes; el auge de los populismos. Y esas tendencias, por más que nos molesten, parecen estar apropiándose de la arena pública. Con desencanto y con miedo, reconozco que la geopolítica se desplaza hacia las fronteras del totalitarismo.

Pero esto no hubiera sido así sin la intervención de los depredadores de la democracia, como Steve Bannon, exasesor de Donald Trump y artífice de la campaña presidencial y del asalto al Capitolio, quien activó varios de los principios señalados por Chomsky para debilitar a la democracia y empoderar a Trump.

El viernes pasado, un jurado federal encontró culpable a Bannon por desacato: se rehusó a declarar sobre los eventos del 6 de enero, día del asalto al Capitolio. El comité quería interrogar a Bannon sobre su participación en el cuarto de guerra, instalado en el Hotel Willard, desde donde se dirigió el asalto al Capitolio con el fin de anular los resultados de las elecciones. El 21 de octubre se fijará la sentencia a Bannon, quien ha declarado que iría gustoso a la prisión por defender a Trump.

Ojalá así sea; pero todo indica que la estrategia de Bannon se centra en apelar cuantas veces sea necesario y, así, ganar tiempo; la apuesta política del exasesor es que, en las próximas elecciones, la camarilla trumpiana recuperará el control de la Casa Blanca y, desde ahí, lo exonerará con el argumento del “privilegio ejecutivo”, una convención legal que permite la secrecía del Presidente y sus colaboradores.

En 1974, el Tribunal Supremo determinó que los presidentes tenían efectivamente una “necesidad válida” de mantener el secreto en sus relaciones con asesores y funcionarios; aunque el mismo Tribunal concluyó que había algunas circunstancias excepcionales que anulaban este privilegio, como la seguridad nacional.

Más allá de las sutilezas jurídicas, llama la atención la falta de respeto por la verdad, por las instituciones, por la democracia. Las acciones de Bannon muestran que ha perdido la brújula de la decencia y que los principios éticos le son, simplemente, indiferentes.

De vuelta al libro de Chomsky, retomo una frase reveladora: Hoy en día, lo que sentimos es que nada volveráque todo ha terminado. Los magros resultados de la administración Biden, la invasión a Ucrania por parte de Putin o el cinismo de los presidentes populistas nos muestran que lo que no resistamos y peleemos en el día a día, será devorado por los depredadores de la democracia, quienes nos dejarán sin certezas jurídicas, derechos humanos ni cultura de la tolerancia.

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