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Oscar Wilde, el impertinente esteticista

Poeta y esteta. Dandy y mundano. Dramaturgo, cuentista, crítico de arte. Sensible y provocador. Ingenioso e irónico. Icono del mundo gay, padre, esposo, amante. Oscar Wilde: un hombre que alcanzó la gloria y el máximo reconocimiento de la élite intelectual europea de finales del XIX, pero también el desprestigio y la ruina en sus últimos años de vida por haber perturbado la Londres victoriana, que no vio con buenos ojos que su homosexualidad fuera de conocimiento público.

Esa fue su mayor impertinencia, aunque no la única. Desde que empezó a hacerse un nombre como crítico de arte, Wilde fue atacado por promover el esteticismo, según el cual el único fin del arte es exaltar la belleza.

El 2 de enero de 1882, Wilde desembarcó en Nueva York para dictar una serie de conferencias sobre “lo bello” y las artes decorativas. Las reacciones homofóbicas no tardaron en aparecer y se imprimieron avisos y caricaturas en los que se recreaba su imagen con textos que decían “Atácame con un girasol” o “Inglaterra nos ha enviado muchas cosas curiosas. Wilde, fiel a su deseo de cosechar “el éxito, la fama e incluso la mala fama”, solo se refirió una vez a esas viñetas cuando estaba de regreso en Londres. “Nada nos separa ya de América. A excepción, claro está, de la lengua”, dijo.

De ese viaje le quedaron una estrecha amistad con el poeta neoyorquino Walt Whitman y los recursos económicos suficientes para instalarse en París a comienzos de 1883. Durante algunos meses se hospedó en la casa de Víctor Hugo, donde escribió Vera o los nihilistas y La duquesa de Padua. Más tarde regresó a Londres y, por insistencia de su madre, se casó con Constance Lloyd.

Tres acontecimientos ocurridos por ese tiempo marcaron la vida y leyenda de Wilde: publicó su primera y única novela, El retrato de Dorian Gray; escribió en París y en francés la pieza de teatro Salomé, y conoció a Lord Alfred Douglas, su más querido amante, a quien llamaba ‘Bosie’. Salomé fue prohibida en Londres y nunca se llevó a escena en Inglaterra mientras que Wilde estuvo vivo, a diferencia de París, que sí la acogió en sus teatros.

Tras un proceso judicial, lo encontraron culpable de “actos obscenos” y “homosexualidad”, y lo condenaron a dos años de trabajos forzados en la prisión de Reading, a ochenta kilómetros de Londres. Después del primer año tras las rejas, Wilde pidió una reducción de su pena.

Cuando Wilde fue liberado, el 19 de mayo de 1897, abandonó Inglaterra, se radicó en Francia y escribió Balada de la cárcel de Reading, un largo poema que cuenta su experiencia como prisionero. Las primeras ediciones inglesas se publicaron sin el nombre de Wilde y se firmaron con el número de su celda: C.3.3.

Wilde murió el 30 de noviembre de 1900 en París, tras sufrir una meningitis. Se sabe cómo transcurrieron los últimos días gracias a una carta en la que escribió: “Vivo tranquilamente en un pequeño albergue al borde del mar y resido, por el momento, en soledad. Durante mi encarcelamiento, Francia me trató con mucha gentileza; hoy –como madre que es de todos los artistas– me ha dado el asilo. Para escapar de las tontas lenguas y de las miradas inquisidoras, he tomado por el momento el nombre de Sébastien Melmoth. Le ruego guardar sólo para usted el secreto de mi nombre y de mi lugar de residencia. Espero vivir en la paz y la soledad”.

 

MiHeL