Complacencia de fin de ciclo: reflexiones sobre la liquidez

El carácter exógeno de la recesión provocada por el Covid-19 aceleró diversas referencias temporales con respecto a los ciclos económicos normales. Cabe recordar que en la primavera de 2020, el mercado tardó solo tres semanas en reflejar la recesión, y la respuesta de los gobiernos y los bancos centrales se produjo a una velocidad y con una magnitud sin precedentes. Un año después, creemos que el S&P 500 —buque insignia de los índices— refleja en un 95% la normalización de la economía mundial. El índice VIX, que mide la volatilidad implícita de las opciones de las acciones que cotizan en el S&P 500, se sitúa ahora por debajo del umbral crítico del 20%.

La confianza en las perspectivas económicas aún no es total, pero los inversionistas se muestran optimistas con respecto al futuro. El problema es que la línea que separa confianza de complacencia es muy tenue y es, por lo general,propia del comportamiento típico de los inversionistas en un fin de ciclo. Esto conlleva un gusto excesivo por el riesgo y un interés desmesurado por las (seudo) innovaciones financieras que prometen revolucionar las paradojas históricas de la rentabilidad y el riesgo. En estos tiempos, se olvidan incluso los principios más básicos de las inversiones exitosas y duraderas.

Una de las reglas elementales de la inversión consiste en comprender, integrar y respetar las características de liquidez de los activos a los que se pretende asignar el capital. Incluso en mercados líquidos, la liquidez varía considerablemente. De hecho, —y por desgracia— esta tiende a desaparecer justo cuando los inversionistas más la necesitan. En los mercados privados, la liquidez resulta menos difícil de comprender, ya que se supone que es nula o, prácticamente, inexistente. En realidad, algunos gestores de activos —deseosos de captar fondos adicionales y siguiendo una lógica de acumulación de activos— ceden a la tentación de prometerlo todo. Prometen dar acceso a activos o estrategias sin liquidez a través de fondos que proporcionan estrictos, como el establecimiento de períodos mínimos de tenencia y de preaviso.

Tal vez en sueños, pero en circunstancias normales es imposible compatibilizar simultáneamente una mayor rentabilidad esperada y un menor riesgo esperado con una liquidez inmediata. Desgraciadamente, en un momento de entusiasmo pasajero, algunas personas lo olvidan. Este problema es especialmente agudo en el caso del sector inmobiliario —una de las clases de activos con menor liquidez—y, particularmente, en tiempos de crisis o recesión cuando se restringe el acceso al crédito. La iliquidez de las inversiones privadas también varía mucho en función de las circunstancias.

¿Cómo podemos realizar una gestión eficaz o incluso beneficiarnos de los inversionistas obligados

por la normativa a disponer de liquidez, como ciertos actores institucionales? No existe ninguna razón para facilitar a los coinversionistas una liquidez que no necesitamos nosotros mismos. La liquidez tiene un precio, no se da gratis.

En el caso del sector inmobiliario existen tres modalidades de inversión. La primera es invertir directamente, es decir, adquiriendo bienes inmuebles. Esta opción es complicada, pues requiere muchos recursos y pocos inversionistas disponen de margen para diversificar su cartera de manera directa.

La segunda modalidad es invertir en una estructura con plazos adecuados, como el private equity (por ejemplo, siete años más tres o similar). Cabe señalar que, con un poco de paciencia, es posible salir de esta inversión si es necesario, ya que el mercado secundario de fondos privados de calidad funciona con eficacia. En la tercera modalidad existen bienes inmuebles titulizados que cotizan en los mercados bursátiles bajo forma de fondos inmobiliarios de capital fijo. Evidentemente, el precio fluctúa más que el subyacente, lo que acentúa la volatilidad de esta clase de activo. No obstante, podemos salir beneficiados si compramos con importantes descuentos cuando todo el mundo está vendiendo.

Actualmente, estamos viendo cómo se multiplican los fondos que hacen caso omiso de esta norma básica de prudencia. Esta consiste en respetar, en términos de liquidez, la realidad de los activos subyacentes en los que invierten los inversionistas. El largo período sin costo de oportunidad con tasas de nterés cero y negativas, unido a la desesperada búsqueda de rendimientos de bajo riesgo por parte de los fondos institucionales obligados por la regulación vigente a aceptar estos compromisos son probablemente síntomas del fin del ciclo. Los inversionistas privados no tienen por qué someterse a tales limitaciones y comprar espejismos. Al contrario, pueden incluso beneficiarse de ello en la próxima crisis. Siempre y cuando, por supuesto, no contribuyan a crearla para después verse atrapados en ella una vez que se produzca.

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