La durabilidad del mal

La medida del tiempo es esa secuencia arbitraria que marca los minutos, las horas, los días, las semanas. Hay, además, otro tiempo: el que mide el ritmo de nuestra memoria conforme a los recuerdos. Así, las noches de verano pasan pronto mientras que las horas en el colegio son largas; los minutos en la sala de espera del doctor son interminables, tanto como la expectativa de una llamada que no llega.

Pero también los hay fugaces: una charla con amigos que no conoce de pausa ni de término; el regocijo al recibir un ramo de cien rosas o las risas interminables de los amigos de infancia.

En política ocurre igual. La presidencia de Barack Obama se fue en cuatro parpadeos, mientras que los seis meses de Trump parecen una eternidad. Cada día ha sido farragoso, impensable, absurdo. A estas alturas parece que estamos en la temporada 23 de The Real House of Cards, que uno sigue viendo nada más por no faltar con la historia.

Pasa igual con el gobierno de Nicolás Maduro. Sin duda, los últimos días han sido los más difíciles, pero a tono con el desvarío de los años pasados. La sinfonía de violencia y autoritarismo es, hoy, un crescendo ensordecedor que parece no terminar.

Finalmente, el gobierno de Erdogan es una cadena de violaciones a los derechos humanos que —además— pretende lograr los beneficios económicos de pertenecer a la Unión Europea. La imagen es tan chillante que sólo mirarla lastima la córnea.

La insensatez de estos gobiernos y el destiempo que imponen al progreso de la humanidad los hace incómodos y de larga duración. Aunque algunos lleven tan sólo unos días.

El común denominador a todos es que han convertido a la política en un juego de mañas. Trump ha usado miles de triquiñuelas para evitar que se descubra la trama rusa, Maduro convocó a un constituyente en el que nadie confía, Erdogan orquestó un falso golpe de Estado para darse poderes ilimitados. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer el fiasco que representan para la humanidad?

Aparecen, así, las preguntas: ¿por qué duran tanto —en el tiempo y en la memoria— los malos momentos? Y ¿por qué los periodos felices se escabullen sin que apenas lo notemos?

En Historia y celebración, el historiador Mauricio Tenorio presenta un compendio de las leyes de la historia, creadas con toda la burla del oficio, de las líneas y de los historiadores mismos. La ley XXV, llamada sobre la naturaleza cronológica de la perversidad, anuncia que: En la historia, al final siempre ganan los malos o lo malo; si los ganadores aparecen como buenos es porque no han ganado del todo, y si son malos los perdedores es porque ya habían ganado antes. Lo que lleva a concluir que la maldad en la historia es una cuestión de tiempo. Mucho me temo, tiempo-duración-historia son inversamente proporcionales a sensatez-equilibrio-progreso. La agonía política es, pues, eterna.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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@ValHumanrighter

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