Vox, la llegada del fascismo

Las últimas semanas he releído con atención la obra de Judith Shklar, la reconocidísima filósofa política norteamericana cuyo pensamiento —al lado del de Hannah Arendt— tuvo como motivo las condiciones de posibilidad de las sociedades después de Auschwitz.

Biográficamente, los caminos de las dos pensadoras corren paralelos: ambas tuvieron que huir de sus países de origen tras el triunfo del autoritarismo y el ascenso de los regímenes totalitarios; las dos sobrevivieron a los campos de concentración; ambas encontraron en Estados Unidos el refugio y el asilo para sus carreras académicas.

Las dos pensadoras coincidieron en que la única salida viable para el laberinto del totalitarismo y los horrores que entraña, pasa por el establecimiento de un estado liberal. Sin embargo, a pesar del pasado compartido y del horizonte intelectual común, sus planteamientos son distintos.

Para Shklar, el liberalismo tiene que impedir situaciones condenables, que son aquellas que nos hacen sentir miedo del propio miedo; mientras que para Arendt, el liberalismo tiene que crear condiciones deseables en donde se respete el derecho a tener derechos.

Apenas el domingo pasado, el partido político Vox logró un triunfo importante en las elecciones de Andalucía con un discurso antiderechos que hace que nuestros peores temores vuelvan a tomar forma. Vox logró convencer al 11% de los votantes que es deseable construir un muro para proteger a Andalucía de los migrantes; sostuvieron, también, que vetarían las leyes que protegen la igualdad y los derechos de las mujeres; además, prometieron derogar la ley de la memoria histórica.

En palabras de Shklar, Vox convenció a los ciudadanos de perder el miedo a la crueldad; de la irrelevancia de que un grupo de personas caiga en la miseria social y de que el horror a encontrarse desamparado, no es responsabilidad del estado.

Vox es un partido de ultraderecha que ha sabido lucrar con el odio de los ciudadanos; desafortunadamente, no es el único que ha hecho esto. Lo mismo en Brasil, que en Hungría o en España, cada día miramos con miedo el avance de las democracias iliberales: aquellas que han pervertido el proceso para hacerse con el poder y, tras conseguirlo, actúan en contra del espíritu de la democracia mediante la interpretación irrespetuosa de las constituciones y el desconocimiento de las libertades individuales.

Y, sí. Los liberales tenemos miedo porque no son pocos los ciudadanos que encuentran en el desprecio y el odio, la única vía para mantener sus privilegios. Y este camino, mucho me temo, ya lo hemos transitado; fue, precisamente así, que llegamos a los laberintos de los totalitarismos del siglo pasado.

No sería mala idea mirar nuevamente los textos de Judith Shklar para recordar a los votantes, de cualquier partido, que el objetivo primordial de la política es garantizar las situaciones necesarias para el ejercicio de la libertad individual y que, por ningún motivo, es válido crear condiciones para tener miedo a tener miedo ni truncar el derecho a tener derechos.

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