Aprendizajes de la pandemia

La pandemia por la que atravesamos pone a prueba a los sistemas de salud del mundo; se trata de una suerte de examen final de desarrollo civilizatorio; los ciudadanos de este siglo, nos pensamos como humanistas cívicos, pero los rastros de barbarie aparecen continuamente: ya en las instituciones, ya en los liderazgos, ya en las relaciones sociales.

El saldo que dejará la pandemia deberá evaluarse no sólo en términos cuantitativos sino, especialmente, en términos cualitativos. Esta crisis es una suerte de “check up” sobre tres factores fundamentales: el desempeño de los gobiernos, la efectividad de los derechos humanos y la moral pública.

Las desgracias naturales crean las condiciones para notar cuando un gobernante ha sido rebasado por las exigencias de la historia. En ese sentido, es inevitable contrastar la gestión de los diferentes gobiernos. El desempeño de Boris Johnson, en Reino Unido, ha sido distinto que el de Emmanuel Macron, en Francia, o el de Jair Bolsonaro, en Brasil. Más allá de las fobias y filias partidistas, las crisis retratan de cuerpo entero a los líderes del mundo y nos hacen recordar lo oneroso que resultan los dislates políticos: las ocurrencias, las omisiones y las impericias las pagan, directamente, sus ciudadanos. Permítame preguntarle, respetado lector: frente a esta emergencia global, ¿ejercería su derecho al voto considerando más factores? Espero que sí.

A la luz del enfoque de Derechos Humanos, la emergencia sanitaria pone a prueba el alcance y la eficiencia de los derechos sociales. La pandemia tensiona al sistema de salud y a los aspectos económicos que se traducen en la posibilidad de hacer la vida: las condiciones de trabajo, el ingreso, la educación, el cuidado y la vivienda.

Por ello, el liderazgo de los presidentes debe considerar tanto medidas sanitarias como ajustes económicos —control del aumento de precios, medidas extraordinarias en la gestión de hipotecas y créditos, condiciones de apoyo a las personas que no tienen ingresos fijos—, y medidas específicas para las mujeres, pues el cuidado de los enfermos estará a cargo y a costa de nosotras, entre otros.

Es momento de reconocer las debilidades de los sistemas de salud, los abusos de los servicios particulares, la necesidad de prevenir y no de reaccionar. La urgencia de la coordinación nacional e internacional porque, ya se ha visto, las fronteras no son más que porosas cicatrices coloidales.

Todavía es muy pronto para identificar el perfil de los grupos que fueron más afectados; pero, es previsible que los grupos vulnerables sean los que tengan mayores costos, tanto en vidas como en calidad de vida.

Finalmente, para atravesar y superar la crisis, es indispensable contar con el compromiso moral de la sociedad; ningún programa puede funcionar sin disciplina y solidaridad ciudadana.

En fin, es un buen momento para recordar que o vamos juntos o no llegamos.

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