Holanda: resistiendo al populismo

Hoy hay elecciones en Holanda y no son un asunto menor pues, especialmente en este año, se debatirá el futuro de Europa. Junto con las elecciones de abril en Turquía y las de septiembre en Alemania, estos comicios dibujarán el nuevo rostro del continente.

Las propuestas de gobierno son extremas. Por un lado, están las propuestas liberales; por el otro, -envalentonados por los desvaríos democráticos del 2016- están las fuerzas populistas de ultraderecha. Hacía tiempo que no veíamos un escenario tan sombrío pues, de ganar las fuerzas populistas, sería el fracaso de la utopía llamada Europa.

En la contienda holandesa, los dos candidatos que puntean las encuestas son, el actual primer ministro, Mark Rutte y el ultraderechista Greet Wilders quien se adelanta ganará el voto popular pero no alcanzará a formar gobierno pues no logrará tener los 76 diputados que se necesitan para tener mayoría. Así, la esperanza de los liberales está en lograr una coalición postelectoral que deje fuera a Wilders.

Greet Wilders ha ganado notoriedad gracias a su posición antimusulmana –ha prometido cerrar Mezquitas-, antieuropeísta y ultranacionalista. El fantasma a perseguir son los migrantes. Pero la visión de Wilders está equivocada por el vínculo falaz entre migrantes y terroristas; hay que decirlo una vez más: no todos los migrantes son terroristas ni todos los terroristas han sido migrantes.

No deja de llamar la atención que el discurso de Wilders tenga ecos en uno de los países más liberales de la historia y que conoce bien de las desgracias de los abusos de los gobiernos nacionalistas-totalitarios. Holanda, como sabemos, sufrió fuertes ataques aéreos durante el nazismo y su población pagó el precio de la guerra.

Para evitar intervenciones de los hackers, las elecciones de hoy se contabilizarán manualmente. Así, el gobierno holandés ha dicho sin decirlo que la intervención rusa en las elecciones de Estados Unidos es altamente probable; que se está gestando un eje de gobiernos intolerantes y derechosos de los que –¡más nos valdría!– hay que alejarnos.

¿Desde cuándo ser intolerante se volvió una moneda aceptada en la plaza democrática? ¿Cuándo las amenazas pasaron a argumentos? ¿Cómo es que el miedo se convirtió en el motor de la historia? Y no. No me cansaré de repetirlo: en democracia se vale disentir, se debe argumentar, es imperativo incluir y construir. Las próximas generaciones se merecen un mundo que respete las reglas del juego democrático y puedan gozar de los derechos y libertades que nosotros, en las democracias liberales, hemos tenido.

Las elecciones de hoy, en Holanda, son la primera parada electoral para medir si la tendencia en el continente se orientará hacia los gobiernos totalitarios, populistas, ultra conservadores o si hay esperanza para los liberales, la tolerancia y la inclusión.

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