Niños y adolescentes nunca más víctimas ni victimarios

Niñas, niños y adolescentes tal vez sean las víctimas menos visibles de la violencia que nos agobia desde hace más de 12 años, pero seguramente son las más dolorosas e inquietantes.

En otros tiempos, nuestra niñez y adolescencia sólo excepcionalmente eran víctimas del delito, pero ahora son arrastradas sin ninguna consideración por el río de la violencia.

Van en ese caudal primero como víctimas ocasionales, pero cada vez más como víctimas intencionales. Niños y adolescentes, incluso bebés, son ahora destinatarios de venganzas y ajustes de cuentas, lo que nos ha llevado al indeseable promedio de entre tres y cuatro homicidios de niñas y niños cada día.

Infortunadamente, van también en esa corriente como victimarios que, en su caso, es otra forma de ser víctimas.

Desde 2017 a la fecha, el Ejército, la Policía Federal, la Marina y la Fiscalía General de la República han detenido en operativos contra el crimen organizado a 9 mil 385 niñas, niños y adolescentes (El Universal, 19 de agosto y 5 de septiembre de 2019).

Por la fuerza, mediante engaños o deslumbrados por el pago pronto y por la ilusión de formar parte de algo, niños y adolescentes son incorporados o se suman a organizaciones delictivas y se adentran en territorios de los que casi nunca hay retorno.

De las ilusorias alturas se precipitan al abismo: del halconeo en calles y carreteras a la vigilancia de lugares del delito; de la extorsión a la agresión; del tráfico de drogas, armas y personas al secuestro y al homicidio; del tiroteo a ciegas a la ejecución a sangre fría. De halcón a sicario puede haber un largo trecho o sólo un paso.

Más allá de los 800 niñas y niños que viven en prisión porque allí nacieron y allí viven con sus madres, normalmente la población de los centros de tratamiento e internamiento de adolescentes es de 2 mil 500. Y un número similar entra y sale cada año de estos lugares.

Hay testimonios de niños que fueron reclutados a los 10 u 11 años, de otros que fueron coaccionados para sumarse al delito y de otros que se ilusionaron con el poder, la aventura y el dinero. Muchos de ellos coinciden en que prefirieron optar por una vida abundante y corta, en lugar de una larga y de carencias.

En algún momento de nuestros años de violencia se tergiversaron valores, referencias y aspiraciones. Pero podemos recuperar su sentido original mediante un profundo compromiso con nuestros hijos e hijas, y con las hijas y los hijos de todos.

En tanto se logra el restablecimiento de la paz que tanto queremos, tenemos la obligación de impedir que nuestra niñez siga siendo arrastrada por el caudal de la violencia.

Nadie, y menos nuestros niños, niñas y adolescentes, merecen formar parte esta tragedia. Nunca más víctimas ni victimarios.

La responsabilidad es nuestra. Está en nuestras familias, casas, escuelas, y en cada rincón de nuestra sociedad.

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