La irracionalidad de la decisión de voto

“La democracia es un medio que asegura que no seremos gobernados mejor de lo que nos merecemos”. George Bernard Shaw, escritor irlandés, ganador del

 Premio Nobel de Literatura.

“La democracia es un medio que asegura que no seremos gobernados mejor de lo que nos merecemos”.

George Bernard Shaw, escritor irlandés, ganador del Premio Nobel de Literatura.

Para cuando esta columna esté impresa, salvo que se presente alguna situación similar a la ocurrida en la elección presidencial entre G. Bush y Al Gore, deberá haber una relativa claridad respecto de cuál de los candidatos estadounidenses ganó la contienda por la Presidencia de su país.

Los procesos electorales democráticos, si bien, criticados, continúan siendo los únicos vehículos para reducir la posibilidad de que el poder se concentre de forma autoritaria, absoluta y permanente, sin ningún mecanismo de rendición de cuentas.

Sin embargo, los cambios sociodemográficos y económicos de las últimas décadas, la mayor complejidad social, el desgaste de los mecanismos tradicionales de participación política y la creciente complejidad de los temas asociados con las decisiones de política pública llevan a un cuestionamiento permanente sobre la necesidad de realizar cambios a los modelos de participación imperante, para asegurar resultados óptimos para la sociedad.

Generalmente se asume que si bien existe el riesgo de encontrar votantes desinformados, los sesgos de ignorancia son posibles tanto en un sentido como en otro y, por ello, tienden a cancelarse. A ello se le conoce, en el libro El mito del votante racional, como el “milagro de la agregación”.

Sin embargo, como todo proceso de decisión, el acto de votar no sólo implica manejar información, sino analizarla a partir de percepciones y sesgos.

En una primera encuesta que publicó CNN apenas cerrando las primeras casillas se señaló que 66% de las personas definió su candidato desde el mes de septiembre, lo que implicaría que la información adicional obtenida no incidió en la percepción previa de las personas.

Pero ¿qué es lo que dificulta tanto que los votantes se informen? En el libro se señala que al analizar el proceso de voto en términos de costo-beneficio, el votante promedio no percibe un beneficio claro individual frente al costo (en tiempo y esfuerzo) asociado con informarse adecuadamente. En este mismo sentido, el costo de la ignorancia y su efecto en una equivocación en el voto no son percibidos como un efecto negativo directo para la persona; al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en una decisión financiera personal.

Adicionalmente, en este tipo de decisiones, en las que la consecuencia de una mala decisión es difusa en términos del efecto negativo personal, es en el que con mayor frecuencia se presentan decisiones conscientemente negativas, destinadas a castigar a otros, aun cuando el resultado final sea de afectación negativa propia.

El tema resulta importante, no sólo por el efecto que la elección en Estados Unidos tendrá para el comercio, el crecimiento económico y la migración para nuestro país, sino porque en el 2018 estaremos celebrando en México una elección que hoy apunta a ser dominada por perspectivas, juicios y muchas de las irracionalidades y sesgos que hoy criticamos en la elección estadounidense.

Uno de los errores graves que cometemos al pretender analizar información es la sobresimplificación, la cual, típicamente, se da en dos sentidos.

El primero se refiere a la idea de que la resolución de los problemas se trata de un tema de voluntad. Como si los problemas se dejaran de resolver sólo porque no se desea hacerlo; sólo hace falta la persona adecuada para que los problemas desaparezcan.

La segunda se refiere a la naturaleza de los problemas. En casi cualquier problema grave que enfrenta este país su solución requiere análisis serios, discusiones de expertos y un proceso largo para atender las causas multifactoriales que frecuentemente los provocan. Sin embargo, las personas tendemos a sobresimplificar los problemas, reduciéndolos a una sola explicación.

En toda sociedad existen elementos que pueden propiciar la desinformación, en uno otro sentido, generando falsas creencias y percepciones que sesguen nuestro juicio. Pero atribuir toda la responsabilidad de nuestras malas decisiones a factores externos es precisamente caer en una ingenua irresponsabilidad.

Hoy cualquier votante promedio está en la disyuntiva de tener al alcance de su mano la mayor cantidad de información posible y, al mismo tiempo, estar completamente desinformado o erróneamente informado.

Desde la sociedad tenemos que construir con el mayor grado posible de objetividad y pluralidad los caminos de información que nos permitan discutir los problemas, entenderlos en toda su dimensión, y entonces buscar los partidos y candidatos que tengan genuinas propuestas puntuales y viables para resolverlos.

El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual, columnista en El Economista y  director general de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo.

 

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