Un preso presidente: el efecto Lula

Lula sigue liderando las encuestas para las próximas elecciones presidenciales en Brasil; a pesar de la detención y de la imposibilidad de hacer campaña. Creo que, moleste a quien moleste, los electores han hablado con contundencia. Sin embargo, aún no está claro que Lula pueda presentarse como candidato. Y eso debe preocuparnos.

El posible triunfo de Bolsonaro, segundo en las encuestas, representaría la instauración del totalitarismo; su campaña tiene a la discriminación como criterio y al odio como método. Sus banderas son el clasismo, el racismo, el machismo.

Los imaginarios sociales son difíciles de cambiar; no hay nada más complicado que convertir a un villano en héroe o viceversa. Y eso es, precisamente, lo que el gobierno de Michel Temer quiere hacer con el expresidente Lula. Dada la dificultad del caso, tendría que haber trazado la estrategia de manera distinta: objetiva, precisa, aséptica: un planteamiento en donde se privilegiaran los caminos de la justicia por encima de los momentos electorales. No fue así.

El itinerario jurídico que mantuvo a Lula en prisión nos mantuvo a todos —locales y extranjeros— al pendiente minuto a minuto de las decisiones judiciales. El juez Rogerio Favreto ordenó la liberación del expresidente y, para ello, utilizó un buen argumento acorde con el derecho internacional de los derechos humanos: la situación de detención de Lula le impide ejercer sus derechos políticos; específicamente, el derecho a ser votado.

Para muchos, el gobierno de Lula fue aire fresco pues, en cierto modo, fue la materialización de las utopías de la izquierda latinoamericana. Su gestión dio brillo internacional a Brasil, con crecimiento económico y social. El liderazgo petrolero de Petrobras hizo palidecer las esperanzas de Pemex; la inversión aérea y los nuevos modelos de negocio económico en el Amazonas marcaron una ruta inexplorada en nuestra región. Y eso no debe olvidarse.

Sin embargo, este encarcelamiento responde a motivos electorales y, sólo eso, me hace verlo con recelo. Es posible que haya cuentas pendientes sobre corrupción; sin embargo, los días en los que ocurre, cuando el expresidente se preparaba para contender en las elecciones —que muy probablemente ganaría— hacen que el proceso sea desaseado, por lo menos. Encuentro motivos de venganza más que razones de justicia.

No rechazo que se haga una investigación a Lula, pues la fama o el cariño del pueblo no pueden ser motivos de impunidad: la popularidad no puede estar por encima de la ley. A pesar de esto, hay que considerar que el renombre tendrá peso en la percepción y en el desarrollo del juicio. Y que no se vale enjuiciar por motivos ajenos a la justicia.

Así, la elección se debate entre un candidato con los derechos políticos suspendidos y un fascista reaccionario. No son buenos días para la democracia brasileña.

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