El presidente y el T-MEC

Desde su triunfo en las pasadas elecciones, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha venido tomando una serie de decisiones que impactan de manera determinante en el desempeño de nuestra economía tanto de manera positiva como negativa. El vacío de gobierno que presentó Enrique Peña Nieto un año antes de que concluyera su periodo de gobierno, que se agudizó dramáticamente a partir del 1º de julio, y la toma del control de la política económica por parte del presidente electo, que determinó buena parte del actual rumbo económico que, a la luz de la mayoría de los resultados estadísticos y el ánimo de los inversionistas, reflejan un claro ciclo de aguda desaceleración. A lo anterior se suma el efecto negativo del entorno económico internacional que, sin embargo, hasta el momento no ha sido determinante gracias a tasas de interés estables y un fuerte crecimiento en EU. En efecto, puede ser pertinente esbozar que este episodio de estancamiento económico es fundamentalmente provocado por decisiones políticas totalmente internas.

La cancelación del NAIM en Texcoco, el impasse en las licitaciones en materia energética y la abrupta retención de escaso gasto público con el que contamos los mexicanos representan los tres elementos centrales que han detenido a la economía en México durante los pasados 11 meses. Al mismo tiempo, todos los analistas en la opinión pública se han centrado en expresar la parte negativa sustentándose en los datos duros que día con día vienen surgiendo. Sin embrago, se les ha escapado una de las principales aportaciones eminentemente positivas del presidente López Obrador para con nuestra economía: su relevante papel en el impulso y próxima concreción del nuevo tratado de libre comercio con Norteamérica, el T-MEC —USMCA—. Este tratado de libre comercio sigue representando la zona comercial más grande del mundo y con el mayor potencial en el mediano plazo. También es la clave para que nuestro principal socio y vecino, EU, enfrente con dignidad a China en lo comercial y tecnológico. A estas virtudes se le puede agregar la esperanza de que este tratado puede representar la solución al creciente fenómeno de la migración.

Es cierto que, por cuestiones prácticas de calendario electoral e incluso ideológicas, la firma del T-MEC se hizo antes de la toma de posesión del cargo por parte de nuestro presidente, pero también es claro que desde entonces él ha hecho todo lo posible para que se apruebe y ponga en marcha. Quién hubiese dicho que un presidente de izquierda en Latinoamérica estaría tan comprometido con el libre comercio con EU, en beneficio de una mayor entrada de dólares a nuestro país muy por encima de las ventas de petróleo o de las remesas de nuestros paisanos. Este mérito no hay que escatimárselo al presidente de la República. Es de todos conocido que tanto Canadá como EU han tenido fuertes críticas para con México en materia laboral y energética. Con todo el esfuerzo que se pudo hacer en la administración pasada para lograr negociar la mayor parte del texto, la materia energética representaba uno de los principales obstáculos para su cierre; ello era un dilema mayor ante la llegada de un gobernante de izquierda a nuestro país. El entonces presidente electo no sólo no fue un obstáculo sino un facilitador que permitió que el capítulo de energía se concretara en el sentido correcto, al mismo tiempo que mantuvo la rectoría del Estado mexicano en el sector.

Por otro lado, se encontraba la realidad de que a lo largo de los 25 años del TLCAN —NAFTA— no fuimos suficientemente capaces de aumentar el estándar de vida de los trabajadores de México. Por una razón u otra los salarios aumentaron, pero nunca lo que debieron como consecuencia del privilegio de pertenecer a la zona comercial más grande del planeta. Lo mismo trasladó al país a la realidad de limitar las libertades sindicales que se tienen en todo el mundo civilizado. En la materia laboral, fue también el propio presidente López Obrador quien ha abanderado la causa de los trabajadores para cumplir, por una parte, con la justicia que reclaman y, por otra parte, al legítimo reclamo de nuestros socios comerciales. Primero impulsó un aumento razonable de los salarios mínimos sin alterar negativamente el balance macroeconómico, lo que hasta el momento refleja un incremento de 6.9% de los sueldos de los mexicanos en términos reales. En segundo lugar, utilizó su capital político y mayoría legislativa para que en un plazo récord se aprobara la reforma laboral que pone a México en sintonía con los postulados de la Organización Internacional del Trabajo, lo que abre la puerta a una mayor justicia laboral y libertad sindical, misma que debió haber pasado hace 25 años. Puede ser mucho lo que se puede argumentar y criticar sobre ciertas decisiones económicas de este gobierno, empero, el impulso al T-MEC es uno de los grandes aciertos, lo que hay que tener en cuenta para completar la crítica económica actual.

Cortesía de EL ECONOMISTA

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