Sobre discriminación, opinión de Valeria López Vela

En estos convulsionados días, era imposible no volver a tocar el tema de la discriminación, pues, por irónico que parezca, se ha vuelto el argumento favorito para la defensa de los privilegios, soslayando doblemente los derechos de los grupos vulnerables.

Y, por ello, me gustaría hacer algunas precisiones. La primera es que cuando hablamos de asuntos de discriminación estamos dentro del ámbito de discusión de la igualdad y la desigualdad, de los derechos y de los privilegios, de la justicia y la equidad; el fin de los razonamientos no es otro que “nivelar la cancha” de juego para que todos los jugadores tengan las mismas oportunidades.

En segundo lugar, cada país, por razones históricas y de estructuras sociales, tiene categorías sospechosas distintas. Así, lo que resuena como patología social en Sudáfrica puede no tener la misma sonoridad en Bulgaria.

Las categorías sospechosas son clasificaciones sociológicas, implícitas o explícitas, que jerarquizan las oportunidades, los derechos y el trato con base en rasgos físicos, identidad de género, nacionalidad, edad, entre otros y que vulneran el principio de igualdad.

Aclarado esto, hay que decir que las discusiones sobre discriminación no pueden ser el foco, ya que, de inmediato, se convierten en una apología del privilegio; de la desigualdad, pues.

En ese sentido, el libro Fragilidad Blanca, de Robin DiAngelo, pone en la mesa de discusión un concepto que, con ciertos ajustes, vale la pena pensar para el caso mexicano. DiAngelo acuñó el término “fragilidad blanca” para describir la incredulidad defensiva que exhiben los blancos cuando se cuestionan sus ideas sobre raza y racismo.

No dejo de preguntarme cuáles serían los pilares de la fragilidad mexicana, extrapolando el concepto de DiAngelo: ¿el raciclasismo, como ha señalado Federico Navarrete? ¿El machismo? Dejo la respuesta a los sociólogos.

A nadie nos gusta reconocernos como racistas; tampoco como clasistas o misóginos. Así que bajo el manto de la falsa neutralidad y partiendo de la idea de que todos somos iguales, reclaman acciones afirmativas para los grupos en el poder. Así, ha sido molesto escuchar la forma en que algunos utilizan los conceptos creados para comprender y corregir el fenómeno de la desigualdad y, tras dos o tres falacias, los convierten en armas del privilegio.

Por ejemplo, he tenido que explicar por qué no hay un día para defender los derechos de los hombres; a qué me refiero con la violencia de género y por qué las mujeres no son las causantes del machismo aunque “ellas son las que nos educan”. No puedo olvidar la ocasión en que un abogado me espetó, airadamente, que el feminicidio era un tipo discriminatorio; que exigía que se eliminara o se incluyera también el “hombricidio” y el “puticidio”.

No hay que olvidar que mezclar los elementos de una teoría puede ayudarnos a crear pócimas curativas o a incendiar el laboratorio.

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