Impeachment: 1,050 días después

La noche del 8 de noviembre de 2016 aparece lejana en nuestra memoria. No lo es. El inesperado triunfo de Donald Trump fue el inicio de una cadena de despropósitos, retos al orden constitucional, a las formas políticas, a los medios de comunicación.

La idea un impeachment se puso en la mesa de discusión antes que la invitación a la ceremonia de inauguración presidencial de enero. Los motivos eran simples: Donald Trump no tenía la robustez moral, la compostura política ni la sabiduría de un hombre de Estado. Por todo esto, muchos pensamos que, más temprano que tarde, cometería un error que desencadenaría un proceso de impeachment.

Más allá de las divergencias políticas o los enfoques específicos sobre las soluciones a las crisis de gobierno, la presidencia de Donald Trump ha estado marcada por una laxa comprensión de las responsabilidades que conlleva la Oficina Oval.

Trump “gobernó” a tuitazos; así despidió a colaboradores de alto nivel, atacó a presidentes, desestimó a la prensa. La investigación de Robert Mueller y la injerencia de Rusia en las elecciones no alcanzó para fincar cargos; tampoco el despido de James Comey y la obstrucción a la justicia; ni los pagos a la stripper Stormy Daniels; tampoco los señalamientos de nepotismo. Los demócratas fueron muy cautelosos y supieron esperar un caso fuerte para enfrentar la batalla en el Senado.

Trump no ha actuado conforme a las obligaciones de la investidura presidencial sino con los desplantes, el autoritarismo y el capricho de un régimen cesaropapista, en el que su palabra es la ley, su familia está ungida por la gracia presidencial para asumir misiones diplomáticas de alto nivel, y las doncellas deben agradecer por ser atacadas.

Más allá de las formas, son las reacciones viscerales, el desprecio por las instituciones de gobierno y la falta de estima por las leyes, las que crearon las condiciones para la investigación y posible impeachment, por la solicitud al gobierno de Ucrania de investigar a un rival político, Joe Biden. En ese sentido, la tinta que escribió la solicitud de impeachment salió desde la Casa Blanca y refleja las sombras que oscurecieron la elección anterior. A Donald Trump solamente le tomó dos años, 10 meses y 16 días repetir las huellas de ilegalidad sobre las que ha transitado durante toda su vida.

En palabras del protagonista de la película El secreto de sus ojos: “Uno puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios; puede hacer cualquier cosa para ser distinto. Pero hay una cosa que no puede cambiar ni él, ni usted, ni yo, ni nadie… No puede cambiar de pasión”. Y la pasión de Trump es el poder sin límites, por encima de la ley, a pesar de todos… los demócratas sólo necesitaban paciencia y prudencia para esperar el caso ideal y solicitar el impeachment. Y, las tuvieron.

El proceso que inició ayer será un camino difícil, aunque no imposible: los depredadores saben atacar pero se equivocan cuando se tienen que defender. Además, los mil 50 días de delirio han hecho mella en la opinión pública. Trump tendrá que dar cuenta de sus excesos con el arma de sus pasiones; no creo que tenga éxito.

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