La otra América

La noche de ayer fue de nervios, de desconsuelo, de terror. Prácticamente todos los ciudadanos del mundo mirábamos con horror y con temor cómo poco a poco se invertían los resultados de las encuestas.

Las predicciones se equivocaron, los analistas no creímos posible lo que la realidad nos demostró. El candidato republicano se quedó con la Casa Blanca y se lleva a vivir ahí todo el odio que siente por nosotros, por las mujeres, por la dignidad humana.

Trump es el presidente electo de Estados Unidos. Electo a pesar de todo: de insultos, de insensateces, del desprecio por la igualdad.

Ayer no sólo perdió Hillary. Perdimos todos, pues tener por presidente de la nación más poderosa a un gobernante desquiciado —tanto como en su momento lo fuera Nerón para Roma— no augura buenos tiempos para nadie: ni para las mujeres, ni para los europeos, ni para los mexicanos.

Lo que nos mostró esta elección es que la idea de América, ésa sobre la que tanto hemos dibujado y soñado, no es tal. Estados Unidos es un país de bárbaros, de personas que no quieren aceptar la igualdad ni el respeto; por difícil que resulte leerlo —y escribirlo— la civilización americana no deja de ser machista y discriminadora.

Ayer votó la América bárbara, esa que estaba escondida y que encontró en Trump a alguien que decía sin miedo y con fuerza todas las insensateces que guardaba en su corazón; la América que late con la fuerza del odio y del desprecio.

Y nos equivocamos al infravalorar la fuerza de la ignorancia; del poder que tienen los estereotipos; que el machismo corre por la sangre de la mayoría de la población; que es más fácil destruir que construir.

Nos engañamos pensando que la cultura de los derechos humanos, de la igualdad, era el imaginario político dominante de la sociedad americana. Pensamos que las ideas de los padres fundadores, de la revolución americana, estaban arraigadas, asumidas, queridas y aceptadas. Y no.

¿Qué sigue?: Asumir el golpe y dar la batalla. No podemos permitir que la intolerancia se vuelva la moneda de cambio de la región. Tenemos que aguantar y resistir: educar y señalar. No perder el orgullo mexicano ni abandonar a nuestros migrantes. Defender lo ganado en el Tratado de Libre Comercio. No permitir las humillaciones.

Sigo sin encontrar las palabras, ni los argumentos, para explicar a mis alumnos, a mis sobrinos, a los jóvenes, que el próximo presidente de Estados Unidos será un machista, misógino, intolerante y discriminador. Le fallamos a los valores democráticos occidentales y, que nadie lo dude, pagaremos por ello.

Trump va a incendiar Washington en medio de la borrachera de éxito que lo acompaña; arrastrará en su desgracia todo lo que la antorcha de la Estatua de la Libertad iluminó durante tantos años, para tantas personas. ¡Cuánto lo lamento! La historia nos lo recriminará.

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