“La vida y la muerte son un sólo hilo, la misma línea vista desde lados opuestos”. Lao Tse.
01 de Noviembre de 2017.
Hace un año, por estas mismas fechas, dediqué mi columna a describir cómo las personas asimilamos de distinta manera nuestra percepción de la propia mortalidad al tomar decisiones financieras y como, en la mayoría de los casos, la falta de una adecuada asimilación nos lleva a tomar decisiones contrarias a una adecuada planeación financiera.
Aprovechando las festividades del día de muertos, vale la pena volver a reflexionar, desde otra perspectiva, respecto de cómo enfrentar, pensar o simplemente reflexionar, acerca de la muerte, en términos de como puede afectar nuestra percepción, de forma negativa o positiva, las decisiones financieras económicas que tomamos en el presente.
Como en casi todos los factores que detonan cambios en el comportamiento, muchos de estos cambios dependerán de las condiciones específicas en que se presentan y de factores de personalidad o sesgos cognitivos que nos llevan interpretar la muerte y su posibilidad. De esta manera, existen investigaciones que muestran que personas que se vieron frente a la muerte (ya sea a través de la cercanía con alguna desgracia natural o la enfermedades de familiares), tuvieron cambios de conducta entre dos extremos.
Por un lado, en algunos casos se da un incremento de la sensibilidad al riesgo (que potencialmente identifiquen hacia la propia muerte), lo que se traduce en una disminución de acciones, en la falta de decisiones y en algunos casos a la inmovilidad; de aquello que con razón o sin ello se vislumbre como que qumenta el riesgo de enfrentar la propia muerte.
Tratándose decisiones económicas y financieras, este escenario implica la adopción de posturas conservadoras que buscar eliminar el riesgo, pero que en cambio se traducen en reducir la posibilidad de crecimiento de la riqueza patrimonial o limitan la adecuada administración de los bienes.
En el extremo contrario, la exposición a la presunción de mortalidad, puede provocar en algunos una sensación tal de vulnerabilidad que, reinterpretada como inevitabilidad, afecta cualquier futura y lleva decisiones inmeditas que buscan maximizar las recompensas de corto plazo, ante lo que se percibe como un escenario sin futuro favorable alguno.
En cualquiera de estos dos extremos, los resultados son negativos. Ya sea por la adopción de una visión cortoplacista o por inmovilidad generada por miedo al futuro, se dejan de tomar decisiones o se adoptan aquellas negativas, lo que puede comprometer la estabilidad económica futura de los hogares y de las personas.
La cercanía de la muerte, como cualquier otra experiencia humana trascendental, invariablemente debe provocar la reflexión, pero es fundamental tratar que está contribuya a mejorar el comportamiento financiero futuro y a evitar los errores que propicien la afectación patrimonial presente.
Episodios como los sismos que enfrentó nuestro país recientemente, provocan en muchas familias una sensación de vulnerabilidad que, de no ser procesada adecuadamente, puede llevar a tomar decisiones apresuradas o a la falta de las mismas. Ello es notorio, opir ejemplo en las decisiones relacionadas con los cambios de vivienda, a partir de la percepción de que existen zonas de la ciudad potencial mayor riesgo. Cuando, como en este caso, tenemos múltiples personas tomando decisiones en este sentido, se empiezan a evidenciar comportamientos erráticos, por ejemplo, en el mercado de vivienda en renta.
La percepción de la propia mortalidad y de la aleatoria de la misma, puede ser incorporada como un elemento que nos presione de manera positiva para tomar mejores decisiones de planeación del presente y del futuro financiero y el de nuestras familias.
La sola preocupación, sin decisiones pensadas en el contexto de las condiciones financieras específicas de cada familia, no genera resultados favorables.
Al final de cuentas, ante la certidumbre de la muerte y la incertidumbre de cuando ésta se presenta, la mejor alternativa es buscar tener una vida plena, feliz y disminuyendo nuestra incertidumbre financiera.
El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM, columnista en El Economista y Director General de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo. [email protected] – síguelo en Twitter @martinezsolares