Archivos de la categoría Valeria López Vela

Manual del Terrorista: el caso Boko Haram

El secuestro de 120 adolescentes hace ya más de un mes ha tenido en vela a la comunidad internacional por la vileza de los hechos. Lo mismo campañas en redes sociales que declaraciones de las naciones más poderosas del mundo –Estados Unidos de Norteamérica, Francia, Reino Unido, Israel– han planteado un escenario de negociación de muy alto nivel; posiblemente, demasiado alto.

Todo acto terrorista tiene dos dimensiones: significados y objetivos. El primero consiste en mandar un mensaje contundente para generar un nuevo criterio con repercusiones sociales; el segundo, se traduce en las demandas específicas a obtener.

Boko Haram es, así, un grupo extremista religioso con prácticas terroristas pues ha usado la violencia —secuestro, conversión religiosa— para mandar un mensaje a la comunidad musulmana en África: las niñas no deben estudiar pues el Corán dice que fueron creadas para servir a un hombre.

El mensaje, nos guste o no, ha llegado profundamente a las conciencias de los padres quienes preferirán –seguramente– hijas ignorantes vivas que hijas educadas muertas. Boko Haram ha ganado, así, el primer punto a obtener. La publicidad que ha recibido de la comunidad internacional ha reforzado, sin quererlo, esta primera victoria.

La batalla se pelea respecto al segundo punto, los resultados a obtener; el modelo de actuación simple de cualquier grupo terrorista tiene las siguientes etapas:

1. El terrorista debe tener bajo control a la víctima para que pueda comunicar la amenaza y presentar las exigencias al gobierno en cuestión. (Esto ocurrió la noche del 14 de febrero cuando Boko Haram secuestró a las 120 adolescentes estudiantes).

2. El terrorista debe mostrar que está dispuesto a cumplir las amenazas en caso de que sus demandas no sean satisfechas. (Se trata de la fotografía de las niñas difundida el lunes 12 de mayo).

3. El gobierno modifica su modelo de actuación y cede a las peticiones del terrorista.

4. Si el gobierno desafía al terrorista entonces éste cumple sus amenazas.

El mantra político que anuncia que “no se puede negociar con terroristas” hunde sus principios en la idea de no reconocer como un interlocutor válido a un grupo que chantajea mediante la violencia. Sin embargo, también sabemos que es una práctica común para ganar tiempo y —de esta forma— permitir que los sistemas de inteligencia que hagan su trabajo.

Me parece que en los próximos días veremos cómo el gobierno de Nigeria —realizará elecciones el año que entra— utilizará a todo su arsenal de inteligencia y diplomacia para salvar la vida a las niñas. Una derrota o una mala negociación serían históricamente imperdonables.

Boko Haram hizo un planteamiento fuerte y, todavía, tiene la sartén por el mango. Así, han ganado la primera batalla. ¡No dejemos que ganen la guerra!

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Perfil del dictador

Están entre nosotros, empoderados y robando de las arcas públicas; cometen fechorías frente a nuestros ojos; asesinan —moral y físicamente— a sus ciudadanos y no pasa nada; guardan sus tropelías bajo los mantos del dinero y las mieles del mando.

No tienen vergüenza, ni por sus acciones ni por su ignorancia; mienten con la boca llena de soberbia; dramatizan sus discursos y nos muestran las manos como si estuvieran limpias. Pero, detrás de sus carnes, esconden la podredumbre de su conducta. No, no hablo de delincuencia organizada; me refiero a los gobernantes corruptos, a los dictadores.

Son los que levantan ante nuestros ojos un muro que destruye la vida de sus ciudadanos. Los que instalan detectores de mentiras para detener las filtraciones a la prensa; son los que fingen golpes de Estado para extender sus poderes; son los que usan la inteligencia en contra de sus connacionales.

Son los de moral despatarrada y la razón herniada; los que tienen parálisis neuronal al tiempo que son medalla de oro en llenarse los bolsillos. Son los Judas que vendieron la trascendencia por treinta monedas.

Son los Putin, los Erdogan, los Trump, los Maduro y otros tantos más. Son los que tuercen las leyes para humillar a sus ciudadanos; son los que se creen merecedores del respeto de los desarrapados. Son los poderosos enemigos de la historia y de la humanidad. Son los depredadores de la civilización que se conforman con el éxito momentáneo para olvidar la relevancia de la historia.

Encuentro cinco características comunes a todos ellos: son caprichosos, se conforman con lo inmediato, viven en un sinsentido ético, tienen más ambición que talento y el respeto se les agota en el ombligo. Por ello, estimado lector, deberíamos hacer estas preguntas a cuanto político se presente a pedirnos el voto. ¡Detectarlos a tiempo sería menos costoso para nuestras democracias!

Frente a los dictadores solemos cometer un mismo error: confundir locura con maldad, pues es más sencillo descartarlos por falta de salud que enfrentar la perversidad de sus acciones. Y esto, me parece, no puede ocurrir más. Es indispensable que cuando se revele la genética dictatorial del gobernante, sepamos frenarla de inmediato; el pueblo venezolano, por ejemplo, habría sufrido menos si Capriles hubiera vencido a Maduro en las elecciones; o los norteamericanos, si Hillary hubiera triunfado en los Estados Unidos.

Y no, tampoco es fácil lidiar con ellos. Por eso, sería injusto no señalar la extraordinaria respuesta del Canciller Videgaray frente a los improperios de Nicolás Maduro. También hay que reconocer la prudencia del Presidente Peña Nieto en las conversaciones con el mentiroso de Trump. Ambos, en circunstancias difíciles, hicieron gala de diplomacia y clase política; esto deja un saldo positivo para México.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Venezuela divide a la comunidad internacional

La noche del 8 de octubre de 2012, cuando supe los resultados electorales en Venezuela —el triunfo de Maduro y la derrota de Capriles— sentí coraje y preocupación.

A pesar de los resultados, la oposición no argumentó fraude y el candidato perdedor asumió su derrota.

Durante estos años, hemos visto la erosión –política, económica y social– de Venezuela; el papel de la oposición ha sido responsable y comprometido con la democracia. Ha intentado las vías jurídicas correspondientes para contener los excesos del gobierno de Maduro; sin embargo, creo que esa prudencia se agotó el domingo pasado.

La crisis política en Venezuela tiene al mundo en vilo. El régimen inaugurado por Hugo Chávez y heredado a Nicolás Maduro contó con la simpatía de las izquierdas globales por la apuesta económica que enarbolaba. Representó, en su momento, una opción para contrarrestar los excesos económicos del neoliberalismo latinoamericano. Y, en ese sentido, fue importante.

Sin embargo, los estragos políticos no tardaron en hacerse sentir: la democracia fue sustituida por el totalitarismo. La sociedad civil fue la primera en pagar por los devaneos económicos y por los caprichos políticos de Nicolás Maduro —un oligofrénico borracho de poder y adicto al dinero—, de Diosdado Cabello y de Vladimir Padrino López; todos ellos han sido ligados a las redes del narcotráfico internacional.

Pero en el gobierno ni todo es política ni todo es economía. El peso de los opositores —Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López— ha sido definitivo para señalar el desorden que hay en Venezuela y que ha sumido en la desesperación a millones de personas. Sus liderazgos han sido prudentes y responsables a pesar de la persecución y encarcelamiento injustificados.

Así, el enfrentamiento por un modelo económico desencadenó una crisis política ocasionada por la corrupción y los vínculos delincuenciales de los gobernantes. La tensión fue causada por la ausencia de principios morales, de compromiso con la decencia, por la falta de respeto por la democracia. Y para eso, lamento escribirlo, no hay remedio: no hay farmacopea que cure dicha enfermedad.

Ni una nueva constitución, ni una inyección económica, ni la rendición de la oposición pueden recomponer el rumbo de Venezuela; Maduro y su gobierno están en un cruce de caminos que no lleva a ningún sitio.

La crisis en Venezuela cambia el rostro de Latinoamérica, pues presenta una fractura en la región y complicadas alianzas trasatlánticas. Por su parte, la comunidad internacional se encuentra dividida. Estados Unidos, Canadá, México, Guatemala, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Paraguay, Costa Rica, Nicaragua, Reino Unido, Suiza, España y la Unión Europea rechazaron los resultados del domingo pasado. Por su parte, Bolivia, El Salvador, Nicaragua, China y Rusia dieron su respaldo a Maduro.

Me parece que la instalación de la Constituyente es la máscara jurídica que quiere legitimar a la nueva dictadura militar de la región.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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La durabilidad del mal

La medida del tiempo es esa secuencia arbitraria que marca los minutos, las horas, los días, las semanas. Hay, además, otro tiempo: el que mide el ritmo de nuestra memoria conforme a los recuerdos. Así, las noches de verano pasan pronto mientras que las horas en el colegio son largas; los minutos en la sala de espera del doctor son interminables, tanto como la expectativa de una llamada que no llega.

Pero también los hay fugaces: una charla con amigos que no conoce de pausa ni de término; el regocijo al recibir un ramo de cien rosas o las risas interminables de los amigos de infancia.

En política ocurre igual. La presidencia de Barack Obama se fue en cuatro parpadeos, mientras que los seis meses de Trump parecen una eternidad. Cada día ha sido farragoso, impensable, absurdo. A estas alturas parece que estamos en la temporada 23 de The Real House of Cards, que uno sigue viendo nada más por no faltar con la historia.

Pasa igual con el gobierno de Nicolás Maduro. Sin duda, los últimos días han sido los más difíciles, pero a tono con el desvarío de los años pasados. La sinfonía de violencia y autoritarismo es, hoy, un crescendo ensordecedor que parece no terminar.

Finalmente, el gobierno de Erdogan es una cadena de violaciones a los derechos humanos que —además— pretende lograr los beneficios económicos de pertenecer a la Unión Europea. La imagen es tan chillante que sólo mirarla lastima la córnea.

La insensatez de estos gobiernos y el destiempo que imponen al progreso de la humanidad los hace incómodos y de larga duración. Aunque algunos lleven tan sólo unos días.

El común denominador a todos es que han convertido a la política en un juego de mañas. Trump ha usado miles de triquiñuelas para evitar que se descubra la trama rusa, Maduro convocó a un constituyente en el que nadie confía, Erdogan orquestó un falso golpe de Estado para darse poderes ilimitados. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer el fiasco que representan para la humanidad?

Aparecen, así, las preguntas: ¿por qué duran tanto —en el tiempo y en la memoria— los malos momentos? Y ¿por qué los periodos felices se escabullen sin que apenas lo notemos?

En Historia y celebración, el historiador Mauricio Tenorio presenta un compendio de las leyes de la historia, creadas con toda la burla del oficio, de las líneas y de los historiadores mismos. La ley XXV, llamada sobre la naturaleza cronológica de la perversidad, anuncia que: En la historia, al final siempre ganan los malos o lo malo; si los ganadores aparecen como buenos es porque no han ganado del todo, y si son malos los perdedores es porque ya habían ganado antes. Lo que lleva a concluir que la maldad en la historia es una cuestión de tiempo. Mucho me temo, tiempo-duración-historia son inversamente proporcionales a sensatez-equilibrio-progreso. La agonía política es, pues, eterna.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Oye, Trump

Oye, Trump ¿Sabías que la gente sigue diciendo que tú y yo estamos locos?

¿Que tú y yo estamos locos, Andrés?

Figúrate.

No hagas caso, Andrés…

El lunes por la tarde, Andrés Manuel López Obrador anunció que tenía un nuevo libro en circulación. Bajo el provocador título, Oye, Trump, el candidato de Morena se dirige al Presidente de Estados Unidos como si éste fuera a escucharlo. Hace unos meses los consejeros cercanos de Trump se quejaron de su incapacidad para aceptar recomendaciones; su hija Ivanka ha declarado que su padre-presidente no toma en cuenta sus opiniones. Pero, ¡enhorabuena! está aquí el texto de López Obrador para interpelarlo.

El breve libro recopila diez de los discursos que ha expresado Andrés Manuel del 20 de enero al 28 de marzo de 2017 y que estaban disponibles en YouTube o recogidos en notas periodísticas.

El precandidato de Morena ha elegido al enemigo público número uno de los mexicanos para hacer una suerte de boxeo de sombra. Pero para lastimar a la perversidad de Trump hacían falta argumentos precisos, ideas contundentes y discusión racional; infortunadamente, en el libro nada hay de eso.

De manera desenfocada, Andrés Manuel propone: Al discurso de odio hay que responderle con el principio espiritual del amor al prójimo. Los filósofos Jeremy Waldron y Ronald Dworkin, en su larga discusión en The House of Literature en Oslo durante 2012, sobre la posible regulación y penalización de los Discursos de Odio, desatinaron en su esfuerzo al no considerar la sesuda respuesta de López Obrador.

Andrés es consciente de que los sentimientos antimexicanos se han colado en la visión de muchos de los norteamericanos. Por ello afirma: es indispensable recurrir a los buenos sentimientos de los habitantes de esta gran nación para hacerles ver que ni Estados Unidos ni América son primero: que lo primero es construir, aquí en la Tierra, el reino de la justicia y de la fraternidad universal para vivir sin muros, pobreza, miedos, temores, discriminación y racismo en todo el mundo. Imagine la escena, respetado lector: un auditorio abarrotado por neonazis norteamericanos, asiduos lectores de Breitbart News, militantes de la ultraderecha –Alt Right– y miembros del Ku-Kux-Klan ansiosos, todos ellos, por escuchar las propuestas de Andrés Manuel y rectificar el rumbo. ¿Cree que eso sea medianamente factible?

Andrés Manuel piensa que sí pues, en contra de Hobbes y de la historia, afirma: el ser humano no es malo por naturaleza; si se le impulsa a la reflexión y a la empatía actúa con inteligencia y descubre su bondad interior. Así que, a pesar de lo que le diga el sentido común, ¡estamos a salvo!

Finalmente, López Obrador cambiará el ethos de la sociedad de consumo norteamericana: Toquemos el corazón de los estadounidenses; hay que recordarles que la verdadera felicidad no reside en la acumulación de bienes materiales, títulos o fama, ni se obtiene con prepotencia, sino con el bienestar del alma, es decir, estando bien con nosotros mismos, con nuestra conciencia y con el prójimo. Y ¡cataplúm! A partir de este recuerdo, los problemas de convivencia entre Estados Unidos y México se resuelven gracias a que todos estaremos bien con nuestra conciencia y con el prójimo. El argumento es de tal ingenuidad que el mismo Sócrates se sonrojaría.

Y, por favor, no se me malentienda. El sentido de esta crítica es porque la idea detrás del texto es indispensable para la vida democrática nacional. Nuestros migrantes deben ser defendidos frente a instancias internacionales –asunto del que sí se ocupó Andrés Manuel y que está recogido en el capítulo ocho del libro–. Sin embargo, fuera de ese apartado, encuentro sólo pensamiento mágico trasladado a la política: Trump es un dragón que será abatido por la lengua misericordiosa de Andrés. Mucho me temo que éste no es el argumento que garantizará los derechos humanos de los migrantes.

La ironía, detrás del libro, es que tanto Trump como López Obrador comparten la misma genética, aunque no los mismos objetivos. Ambos son presas del discurso maniqueo representado en la expresión “Yo estoy bien, tú estás mal” y eso no construye pueblo ni fortalece a nación alguna. El primero utiliza el sentimiento del odio para conseguir votos; mientras que, el segundo, lucra con el insuperable victimismo de los mexicanos. Se ve así que eso de polarizar sentimientos para no resolver problemas es una práctica que rebasa fronteras y Estados.

Me doy por vencida con el borracho de poder y adicto a la ambición de Trump; pero también me empalaga la melcocha edificante de Andrés Manuel. Creo que podemos encontrar un mejor discurso.

Por todo ello, recomiendo no comprar el libro. Si su curiosidad es grande, visite las páginas que enlisto a continuación, en donde encontrará los discursos y referencias periodísticas de esta fallida embestida a Trump.

* Profesora Investigadora en la Universidad Anáhuac

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Leopoldo López: casa por cárcel

Para nadie es noticia que en las cárceles sea en donde se vulneren más violentamente los derechos humanos. Pasa en Venezuela, en México o en Estados Unidos. Los espacios de reclusión, lo sabemos todos, son el lugar ideal para olvidar la dignidad y abrir camino a la barbarie.

Infortunadamente, cada vez que se cierran las rejas de una celda se abren los caminos de la tortura, la degradación, la humillación. Y esto suele ser peor cuando se trata de presos políticos. Los dictadores que se atreven a realizar semejante bajeza olvidan que la libertad no es un privilegio, sino un derecho con el que se nace.

El sábado amanecimos con la noticia de la liberación de Leopoldo López e inmediatamente se lanzaron las campanas al vuelo. Y aunque, sin duda, es una buena noticia, puede no significar lo que muchos anuncian. Leopoldo permanece en prisión domiciliaria, no conocemos su estado de salud y el Presidente le ha exigido declaraciones alrededor de la unidad venezolana.

Nicolás Maduro encarceló a los opositores más visibles a su gobierno: el exalcalde Enzo Scarano; el comisario Salvatore Luchesse; el dirigente de Voluntad Popular, Leopoldo López, y el exalcalde Daniel Ceballos; tras la liberación de Leopoldo, hoy todos se encuentran fuera de la cárcel de Ramo Verde. Y Maduro, por más que nos pese, sigue siendo el Presidente de Venezuela.

Maduro está entrampado en el delirio del poder: si los ciudadanos no cumplen sus caprichos es porque lo odian, porque son traidores a la patria o porque –convenientemente– planean un golpe de Estado. El pequeño dictador no sabe que el enemigo está frente al espejo y en los supuestos “aliados” que le han permitido este descarrilamiento histórico. Entre ellos destaca el general Néstor Reverol, el operador —asesino, diríamos algunos— que se ha encargado de controlar las protestas; quien, además, es investigado en Estados Unidos por dar protección a narcotraficantes.

Así, esta caricatura de gobierno ha desatendido las recomendaciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y de la OEA. Al hacerlo, reta a sus ciudadanos y a la región entera; Maduro, con sus actos, nos ha dicho a gritos que no le importan ni la Constitución ni el posible Constituyente; ni los 94 muertos de los últimos días; ni los tratados internacionales, ni nada: ¡con Constitución o sin ella, dentro de las leyes o fuera de ellas, Maduro sigue siendo el rey!

Pero hasta al más indecente de los gobiernos le da vergüenza asumir descaradamente que abusa del poder y que persigue a los ciudadanos. ¿Por qué? Porque, simple y llanamente, está mal hacerlo; sólo los psicópatas se vanaglorian de sus fechorías y sólo los estúpidos asumen la eternidad de su entronación.

¿Qué se puede esperar después de la liberación de Leopoldo?: El desmantelamiento rápido y violento de un chavismo desahuciado.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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La Corte y el veto migratorio de Trump

Donald Trump tiene 167 días al frente de la Casa Blanca y sus desvaríos políticos comienzan a pasar factura. Todavía al inicio de la gestión se veía improbable que se aprobara el veto migratorio por dos motivos fundamentales.

El primero, porque atenta en contra de la primera enmienda constitucional; este argumento hizo que los Circuitos Cuarto y Noveno, respectivamente, desestimaran la disparatada idea del presidente Trump.

El segundo, más simple pero más humano, porque va en contra de los ideales que animan a la nación americana; legalizar el veto migratorio hiere de muerte la idea de igualdad y a la convivencia pacífica que tanto cuesta mantener.

Para que las tropelías de Trump ocurran se necesita la complicidad de la estructura política; y si bien es cierto que algunos le han plantado cara al Presidente, también es cierto que hay otros que han optado por el servilismo.

El nombramiento de Neil Gorsuch como “justice” de la Suprema Corte fue un movimiento estratégico para que avanzara el veto migratorio. Gorsuch, junto con Clarence Thomas y Samuel Alito, intentó que la propuesta del veto pasara sin modificación alguna. Por su parte, Ruth Bader Ginsburg, Stephen G. Breyer, Sonia Sotomayor y Elena Kagan se opusieron. Afortunadamente, John Roberts y Anthony Kennedy se unieron a éstos y aprobaron una versión restringida de la propuesta original.

La manera más simple de explicar esta división en la interpretación del veto por parte de los “justices” rebasa el ámbito jurídico y se inscribe, más bien, en los vértigos por los que atraviesa la política norteamericana actual. Más allá de las filiaciones partidistas o afinidades ideológicas, hay que distinguir entre los políticos profesionales y los lacayos del presidente.

No es sorpresa que Trump piense que los ministros, que el FBI o las agencias gubernamentales son, simplemente, sus empleados. Para un empresario convertido en presidente resulta imposible hacer la transición entre el lenguaje de la política y la gestión empresarial.

Sin embargo, lo que resulta inverosímil es que varios le hayan seguido el juego al presidente; algunos ministros —Gorsuch—, algunos medios de información —Fox News— o algunos políticos republicanos han decidido bailar la danza macabra que encabeza Trump y que empieza a mostrar tenebrosos resultados, como la aplicación restringida del veto migratorio.

Para que la democracia funcione correctamente es indispensable que los políticos profesionales sepan resistir a los devaneos del poder: que cada uno de los actores sea independiente del Ejecutivo y responsable de sus encargos.

En México vienen dos reemplazos en la SCJN y ya son muchos los que se están apuntando. Es importante que los candidatos tengan la estatura —moral, jurídica e intelectual— de sus antecesores; necesitamos que los relevos no sean caprichos del poder, sino garantía de independencia, en México y en Estados Unidos.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Un llamado a Venezuela

En La Razón hemos seguido la génesis, el desarrollo y el derrumbe del triste régimen de Nicolás Maduro. Para sorpresa nuestra, los acontecimientos han rebasado los pronósticos más aventurados. Estoy cierta de que el periódico mexicano que ha cubierto con mayor cercanía e interés el caso venezolano ha sido éste, y ninguno de los articulistas nos atrevimos a esbozar el infierno en que se ha convertido la política de ese país.

Cada día, nos asombramos por las decisiones desatinadas, irracionales y egoístas de Maduro quien ha errado prácticamente en todo con tal de seguir embriagado en la silla presidencial, ajeno a sus ciudadanos, omiso en sus responsabilidades, encarnando las peores prácticas de gobierno. Pero, hay que decirlo, el presidente de Venezuela tiene un séquito de cómplices en el ejército, en las cámaras y en las instituciones. Esta maquinaria de la violencia no es consecuencia de un solo hombre sino del trabajo coordinado de muchos que han preferido el poder a la justicia.

Los venezolanos han pasado días y noches amargas, de incomprensión y absurdo político. Maduro condenó a sus ciudadanos a la sinrazón y a la violencia. Estoy segura que no hay peor legado para un pueblo ni lugar más indigno para la historia.

La gestión de Maduro ha sido un continuum de desvaríos que van en contra de los derechos humanos, de los ideales de la democracia y de la paz. Prueba de esto son las represiones en las marchas que cobran el derecho a la protesta y a la libertad de expresión a precio de sangre.

Nicolás Almagro ha hecho fuertes llamados desde la OEA pero no han tenido eco suficiente. Y esto es inaceptable, injusto y descarnado. Debemos hacer un llamado exigente y definitivo: Maduro no puede seguir haciendo esto a los venezolanos. No dejemos que el silencio de los países de la región sea el cómplice cuyas omisiones validan a Maduro.

Es indispensable que la comunidad internacional exija la renuncia de Nicolás Maduro, pues no es admisible que ningún gobernante ataque a sus ciudadanos. Y esto es, infortunadamente, lo que han padecido los venezolanos.

La oposición debe crear un gobierno de transición, que devuelva el orden a las calles y detenga el inútil derramamiento de sangre. Es urgente liberar a los presos políticos, como Leopoldo López, y recuperar el camino de la democracia.

El canciller Videgaray ha alzado la voz sobre la crisis democrática en Venezuela y, a cambio, ha recibido las descalificaciones de su homóloga. Lamento muchísimo que lejos de escuchar opciones y salidas, las autoridades hayan preferido perpetuar la cadena de injusticias, antes de escuchar los consejos de sus hermanos latinoamericanos y los gritos de sus ciudadanos.

No permitamos que Maduro permanezca ni un día más en el poder. Nadie se merece un destino tan inmisericorde ni tan absurdo.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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¿Somos las mujeres malas candidatas?

En los últimos comicios ha habido una línea de comunicación común respecto al desempeño de las mujeres: Hillary Clinton, Josefina Vázquez Mota, Theresa May, todas han sido señaladas como “malas candidatas”.

Me sorprende sobremanera que dichos señalamientos se hayan hecho desde los partidos a los que las candidatas pertenecen; los miembros —varones y mujeres— del partido republicano dijeron que Hillary “era muy establishment, mala candidata; Sanders habría sido mejor”. Los panistas se lamentaron por haber olvidado “lo mala candidata que es Josefina”; finalmente, los Tories han dicho que “afortunadamente, los laboristas lanzaron al nefasto Jeremy Corbyn, porque Theresa May es muy mala candidata”.

Así, estas políticas tuvieron que cubrir doble carga: revertir los mensajes negativos que, desde sus propios partidos, minaban su desempeño y —además— enfrentar la contienda propiamente dicha. Parece que, por donde se busque, las mujeres tenemos que hacer el doble para obtener la mitad.

Frente a este escenario no sorprende que la participación política de las mujeres sea tan escasa; esto hace necesario mantener las medidas de equidad, por lo menos, una década más.

Intenté encontrar el nombre de algunas mujeres políticas con mejor suerte. Recordé a dos candidatas y gobernantes excepcionales: Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, cuyos espléndidos debates son una clase de lógica política. Y Angela Merkel que en los próximos meses se enfrentará —nuevamente— a los votantes y mostrará su espada argumentativa. Estos dos casos son excepcionales pues lograron sobreponerse a los estereotipos de género.

No se trata de masculinizar a las candidatas, sino de incorporar los argumentos con enfoque de género a la arenga política. Esto es importante por dos motivos; primero, desmontar los prejuicios y los estereotipos que limitan la participación plena del 50% de la población. Si queremos que las democracias funcionen mejor, debemos incluir todas las voces.

Segundo, porque el 50% de los padrones electorales está compuesto por mujeres que pueden identificar sus necesidades con la agenda de las candidatas. Esto obliga, también, a que los candidatos consideren los temas femeninos, pero ya no más como un agregado sino como parte toral de las estrategias de campaña y de gobierno.

El desprecio por los liderazgos femeninos no conoce de fronteras ni de ideologías políticas. Es, en todos los casos, un asunto de discriminación y de poder. Así, queridas lectoras y lectores, la próxima vez que escuchen que “Margarita no levanta, es mala candidata” o que “Michelle Obama es demasiado dulce, sería mala candidata”, piensen que eso se los está diciendo un sexista, discriminador, antidemócrata. Y ustedes saben lo que eso significa…

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Nuevos aliados, viejas traiciones

La gira internacional de la semana pasada de Donald Trump fue el final —ya muy anunciado— de la geopolítica como la conocimos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los desencuentros entre la canciller alemana y el presidente norteamericano no podían ser más fuertes. Merkel es una mujer que ha liderado el rumbo europeo durante los años aciagos de la gran recesión económica. Que enfrentó a las economías locales para mantener en la balanza al Euro; que exigió duras reestructuraciones a Grecia, a Portugal y a España para sacar a flote la economía de la región. Sus pasos resonaron a lo largo del continente por más de una década. Y lo hizo bien.

Pero ya sabemos lo que Trump opina de las mujeres y, nuevamente, a tuitazos, retó a la canciller con la misma retórica con la que —en su momento— intentó descalificar a nuestro país: han sacado ventaja económica de Estados Unidos, encajosos, esto va a cambiar, ¡viva América!

Así, un Trump de miras cortas amenazó a México con un muro fronterizo y a Alemania con un muro fiscal. El otrora constructor solo sabe de paredes pero nada de alianzas ni de política. Mucho menos, de historia. A Trump, como a tantos otros, se les olvida que es insensato hacer un pacto con Judas.

Quedan ya muy lejos los días de la Guerra Fría; el antagonismo Washington-Moscú hoy es un escandaloso amasiato que pone en entredicho acuerdos internacionales y principios normativos de convivencia. También se fueron los años de los convenios con la OTAN. Trump ha dado la espalda a los viejos aliados para enredarse con su enemigo. Por donde se mire no es una decisión que tomaría un hombre sabio.

Los tuits del presidente no han hecho sino oxigenar el viejo antiamericanismo; se ha reforzado la imagen prepotente y absurda que caricaturiza a la cultura americana pero que hoy, representada por su presidente, se parece más a un retrato.

Todo indica que será Emmanuel Macron, filósofo y presidente de Francia, quien tome las riendas del nuevo rumbo de Europa. El centrista liberal ha dado un respiro a Angela Merkel quien encuentra en su homólogo a un aliado frente a la sombra que acecha al continente.

Macron está convencido de la pertinencia del Acuerdo de París, de los compromisos humanitarios y de la necesidad de frenar los ataques químicos en Siria. Principios políticos que antes hubieran defendido por las democracias liberales occidentales pero que hoy son exclusivas de los países europeos.

Es bueno que ciertas cosas terminen: lo que ya no funciona, lo que no es positivo, lo que puede ser mejor de otra manera. También es necesario que haya algo que nunca muera, como nuestras lealtades, nuestros ideales y nuestros principios; Merkel y Macron saben bien esto. Mientras que a Trump se le olvida que sólo hay algo peor que la muerte: la soledad.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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¿Y si construimos un mundo sin ISIS?

El atentado terrorista en Manchester es bajo: por la planeación que implica, por la crueldad implícita, porque extinguió vidas que apenas comenzaban, porque se dirigió en contra de un público mayoritariamente femenino. Y a pesar de toda esa bajeza, la respuesta debe ser acorde con el honor, con la dignidad y con el aplomo de tener una categoría moral distinta.

“Atentado terrorista” se ha vuelto un término de uso común en nuestros días. Lo que antes evocaba a la barbarie política de la década de los ochenta, hoy se ha vuelto el común denominador de la inestabilidad política europea. Lamento que este sea el lenguaje de nuestros días; me hiere que esa sea la cotidianidad de nuestros tiempos. Pero no alcanzo ni a sospechar el inmenso dolor de los padres que perdieron a sus hijas en el atentado.

Lo que vimos antier en Manchester es, simplemente, inaceptable. Este eslabón en la cadena de ataques perpetrados por el Estado Islámico no hace sino reforzar fuertes convicciones ciudadanas: no se negocia con terroristas; no se toman decisiones por miedo; no se debe caer en el juego de las amenazas.

Pero, todavía más. ISIS ha mostrado que desprecia la vida de las mujeres; en especial, de las niñas. La mezcla perversa de violencia, el descrédito por la vida humana y el machismo hicieron que atacara n en un concierto donde las más eran niñas y jovencitas acompañadas de sus madres.

Parece que el Estado Islámico no cambiará el rumbo; el terrorismo y la barbarie serán la marca de su paso por la historia. Por ello, las medidas de seguridad habrán de incrementarse, acompañadas de la solidaridad y comprensión ciudadana. Pero sin caer en el extremo opuesto y se vulneren la confianza, el tránsito y la intimidad a la que todos tenemos derecho.

También, es momento de plantear una solución radical para el conflicto en Turquía: que el dictador Erdogan no se beneficie de las represalias en contra del grupo terrorista. El tiro, me parece, tiene que ser doble: derrocar al dictador y contener a ISIS. Esto solo podrá lograrse en una acción coordinada internacionalmente y liderada por las Naciones Unidas.

¿Y si cambiamos las palabras? ¿Si nos empeñamos en que, cada día, charlemos sobre crecimiento, responsabilidad y esfuerzo? ¿Si nos prometemos que desconoceremos a quienes actúen al margen de la razón y de la ley? ¿Y si nos comprometemos a defender a las más débiles? ¿Y si le plantamos cara a al terrorismo? ¿Y a la corrupción? ¿Y si construimos un mundo sin ISIS y sin dictadores? ¿Por qué no?

A pesar del dolor y la indignación por la vida de las personas fallecidas, nuestras convicciones han de permanecer incólumes: frente a la barbarie, la tolerancia; frente al absurdo, la razón; frente a la violencia, la política. Sólo así podremos construir la civilización que merecemos.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Confidencial, ultraconfidencial y traición

Los últimos días en la Casa Blanca han sido un mare magnum de ejemplos para los profesores de ética: el despido del director del FBI, James Comey, por la investigación rusa; las declaraciones de ex Fiscal General Sally Yates, por la investigación rusa; la indagación a buena parte del gabinete y de la oficina de campaña, por los nexos con Rusia; la filtración de información clasificada por parte del presidente a la inteligencia rusa. Así, pasamos del conflicto de intereses, a la obstrucción a la justicia, a la alta traición; todo eso, en siete días.

No hace falta ser un genio para encontrar el común denominador: la fractura de la actual administración de la Casa Blanca pasa por el Kremlin.

El Presidente Trump ha defendido su “derecho a revelar secretos”. Así, impunemente, le ha dicho al mundo que reveló información confidencial al embajador ruso Sergéi Kislyak contraviniendo varios pactos de inteligencia con países aliados como Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania o Australia.

No puedo evitar preguntarme si el “derecho a revelar secretos” es la forma trumpiana de llamar derecho a la traición. La actual administración de la Casa Blanca es la distopía de la democracia americana.

A twitazo abierto, como ha sido en todo su gobierno, Trump contradijo las declaraciones de la oficina de comunicación de la Casa Blanca y acudió a sus “derechos” para justificar sus traiciones. Esto es, a todas luces, una crisis de credibilidad: el vocero de la Casa Blanca dice “no hay filtraciones” mientras que el Twitter presidencial anuncia “su derecho a hacerlo”.

¿Desde cuándo le importan los derechos al señor Trump? Es una novedad escucharlo hablar así, acudiendo al lenguaje de los derechos, cuando ha olvidado los de las mujeres, los de los migrantes, el derecho a la salud. Mucho me temo que la voz del Presidente no tiene eco alguno en el mundo de la legalidad.

En El Federalista, Alexander Hamilton señaló las condiciones para que tuviera lugar un impeachment: “serán sujeto de impeachment aquellos delitos que proceden de la mala conducta de los hombres públicos, del abuso o violación de alguna confianza pública”. Si revelar secretos de Estado a la inteligencia rusa no es un abuso de confianza pública entonces preparémonos para el encumbramiento de la dictadura americana.

Los republicanos tendrán que decidir si siguen siendo cómplices del actual presidente o si tienen –todavía– algo de lealtad a la nación americana. Pues lo que debemos preguntarnos no es si habrá una solicitud de impeachment. Lo que debemos atinar a saber es cuándo.

Esta administración se parece más a un juego de espías, de traiciones y filtraciones de alcoba. La lealtad es un valor a la baja y la seguridad nacional está en juego. Me cuesta trabajo creer que esto no le importe a los políticos profesionales del partido republicano.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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¡Volvieron las niñas!

El gobierno de Nigeria logró la liberación de 82 niñas más que fueron secuestradas en 2014. Es necesario dejar huella del itinerario del secuestro por la inhumanidad que conlleva; además, porque —para muchos— África está fuera de la historia. Pareciera que lo que allá ocurre se resume en Sida, guerras internas y pobreza. Como si un continente entero pudiera declararse como una causa perdida; como si la existencia de esas personas importara menos que la de cualquiera.

También, porque la vida de las mujeres —incluida la de las mexicanas— se percibe, todavía, como prescindible. Para muestra, el sinfín de feminicidios que quedan impunes.

Desde 2012, Boko Haram ha secuestrado a alrededor de 2,000 mujeres y niñas. A todas ellas las arrebata de sus familias, de sus rutinas, del mundo que para ellas es conocido; además, las somete a tortura sexual —as supervivientes cuentan entre 12 y 15 violaciones por día—; naturalmente, padecen golpizas y balazos —varias de las que han sido rescatadas tenían rastros de metralla en sus cuerpos—; además, son víctimas de violencia psicológica y de adoctrinamiento religioso pues durante el cautiverio tienen que convertirse al Islam para salvar la vida.

En abril de 2014, Boko Haram —grupo terrorista ligado al EI— secuestró a 276 niñas estudiantes de un colegio; este hecho alcanzó notoriedad mundial pero no ha sido el único ni el más numeroso. De ese incidente, lograron escapar 58 niñas durante los primeros días; en octubre de 2016, el gobierno de Nigeria logró la liberación de 21 niñas y un bebé. Finalmente, en mayo de este año, el grupo terrorista entregó a 82 niñas. Todavía, mientras usted lee esta columna, hay 116 niñas que llevan mil 600 días en las condiciones que he descrito antes.

Infortunadamente, para las niñas —a veces, madres— que han sido rescatadas el regreso a casa, tampoco es sencillo. De acuerdo con un informe de la UNICEF, la mayoría de las veces son segregadas de la comunidad, estigmatizadas por la violencia sexual que padecieron y sus hijos son excluidos pues tienen “mala sangre”. Esto hace que la mayoría tenga que prostituirse para poder mantenerse. Pareciera que el infierno no termina ni aunque regresen a sus casas.

Boko Haram quiere decir “la pretenciosidad es anatema”; es decir, parecer más de lo que se es significa estar maldito. Por eso, se oponen directamente a la educación “occidental” de las niñas; para el grupo terrorista, el papel de la mujer se reduce a la procreación y a las labores domésticas. Las más avezadas pueden servir, en todo caso, como bombas humanas.

Cuando pienso en las niñas de Nigeria, o en la vida de cualquier mujer en el siglo XXI, no puedo evitar parafrasear el poema de John Milton, Paraíso Perdido: al mundo entero atrapa una apertura de dolor inmensa pues es imposible cerrar las puertas del infierno.

Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac

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El ocaso de Nicolás Maduro

Lo que hemos visto en Venezuela los últimos días era previsible pues las violaciones a los derechos humanos y el gobierno por capricho han sido la marca de la gestión de Nicolás Maduro.

Maduro no ha dudado —durante todo su mandato— en dejarnos saber que su adicción y su indecencia no conocen límites. Para Maduro la única ley es la que marca su gorda e insaciable ambición, que depende de sus delirios, caprichos e inseguridades.

Para muestra, dos botones:

El encarcelamiento de Leopoldo López, como en su momento escribí para La Razón, fue un claro ejemplo de persecución política, de mal uso de las leyes, de abuso de poder. Pero la simulación del juicio y de la apelación han desnudado la ilegalidad que reina en Venezuela. La conducta de los ministros ha ensuciado, también, al Poder Judicial.

Maduro no respeta la independencia de los poderes pues ha sometido a su capricho al Poder Judicial venezolano.Venezuela, así, vive al margen de las leyes y de la justicia; la vida de los ciudadanos depende del vaivén de un dictador; el rumbo del país está marcado por el andar chueco de un pobre borracho de poder.

Además, hace unos días, 22 expresidentes respaldaron la propuesta de Luis Almagro, Secretario de la OEA, de aplicar la Carta Democrática a Venezuela por sus constantes violaciones a los derechos humanos. Los expresidentes señalaron que es indispensable convocar a elecciones y aliviar las penurias por las que pasan los venezolanos; con ello pusieron en duda la presidencia de Nicolás Maduro. Frente a esto el dictador dio un contragolpe y anunció la salida de Venezuela de la organización. Por ello no sorprende que en los últimos días haya habido represión a las manifestaciones de los ciudadanos y que la violencia ha alcanzado a las familias y la sangre corre por las calles.

Así, debemos tomar con reservas la propuesta del refundación de Venezuela. La idea nace herida de muerte pues ninguno de los representantes del gobierno, mucho menos el presidente, no cuentan ni con la calidad moral ni jurídica para convocar a la mayoría de los venezolanos. Tampoco cuentan con el respaldo de los otros países de la región.

Creo que estamos viendo el final de un régimen, pero, como se sabe, el momento más oscuro de la noche es el inicio del amanecer. Todavía veremos más enfrentamientos y violencia en las calles de Venezuela; aunque también se respira la certeza de que el final de esta dictadura —que creció frente a nuestros ojos— está muy cerca.

La comunidad internacional no puede seguir guardando silencio frente a violaciones a los derechos humanos tan descaradas, tan groseras, tan ruines. Guardar silencio frente a la injusticia, lo he dicho antes, es ser cómplice. Y nuestra región se merece mejor suerte que regímenes como el que tienen que padecer, todavía, los venezolanos.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Portaviones, submarinos y misiles

La temperatura de la relación entre Corea del Norte y Estados Unidos ha alcanzado niveles peligrosos. Y aunque la tensión ha sido la marca de la casa desde el final de la guerra y la división del país, estamos viendo, sin duda, una escalada militar riesgosa.

Todo conflicto armado pasa por la racionalidad de la irracionalidad, como ha mostrado el Nobel de Economía, Thomas Schelling, y eso es lo que veremos en los próximos días: subidas de tono, muestras de poder, declaraciones contradictorias.

Por un lado, el Presidente Kim Jong-un ha retado —desde hace tiempo— a la comunidad internacional con el establecimiento de un plan nuclear y el fortalecimiento de su milicia. Sin embargo, cada prueba y cada lanzamiento fueron tomados con prudencia por la administración Obama por las altas posibilidades de perder la paz y el control de la zona.

Pero Donald Trump es diferente. Y lo que estamos viendo es un tete-a-tete entre dos gobernantes con lógicas distintas y caprichos diferentes. Y con algo en común: a ninguno parece importarle la paz de la región.

Era imposible no pensar en el ejército de la Alemania Nazi durante el Desfile del Sol, en Corea del Norte, de la semana pasada. Ambos fueron un despliegue de fuerza, una amenaza directa, y el anuncio de un conflicto internacional de largo alcance.

Japón, por su parte, también hizo lo suyo y mostró un desfile aéreo con el que decía, sin decirlo, que estaba listo para defenderse. Estados Unidos, además, envió nuevos aviones a Reino Unido como una muestra de apoyo a la seguridad de los países miembros de la OTAN.

Trump, en una incongruencia más, solicitó la intervención del gobierno de Pekín para equilibrar las fuerzas de la zona e, inmediatamente, dijo que podría enfrentar solo el conflicto. Envió portaaviones y después los redirigió a Australia… la racionalidad de la irracionalidad del conflicto armado.

De acuerdo con información del Japan Times, China ha enviado barcos para proteger las costas norcoreanas. Es temprano para leer con seguridad este gesto; sin embargo, confío en que sea una medida política para respaldar a su vecino y contener al gigante americano.

Veo remota la posibilidad de una salida diplomática pues ésta tendría que pasar por la reducción de las zonas militares norteamericanas en Corea del Sur; el levantamiento de las sanciones económicas a Corea del Norteo y el reconocimiento del programa nuclear de Norcorea.

Eso sería una derrota para Washington quien ha gastado varios millones de dólares solamente en el envío de sus fuerzas armadas y quien ha sugerido que solamente se impongan más sanciones económicas al gobierno norcoreano.

Así, de Washington a Pyongyang, pasando por Tokio, Londres y Moscú, los gobiernos han salido a apostar y a amedrentar; pero, todavía, temen a la guerra.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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El árbol y el bosque

Hay momentos en que, para comprender la realidad, hay que analizar los detalles más precisos, al modo de un cirujano. Y hay otros, como éste, en que hay que mirar el cuadro completo para comprender cuáles son los riesgos. Se trata de la conocidísima sentencia: mirar el bosque para entender al árbol.

La geopolítica de la era Trump es así; en un ambiente cultural en el que la verdad importa poco —de la posverdad a las fake news— es indispensable estar al tanto de cualquier movimiento para, en una labor más bien detectivesca, poder entender hacia dónde va el giro de la historia.

Dejo aquí, algunas claves que hay que seguir de cerca y con cautela: miremos la geopolítica en bloque para comprender los movimientos particulares.

Hace algunos años, estuve en la base naval de Coronado —en San Diego. Ahí pude ver tres de los ocho portaaviones con los que Estados Unidos garantiza la seguridad de su país. He de decir que son, simplemente, imponentes: más grandes que cualquier crucero, albergan alrededor de cinco mil 500 soldados y transportan 80 aviones. Mirarlos de cerca de las costas de cualquier país no es otra cosa que una amenaza directa. Eso fue lo que hace unos días vimos que hizo el presidente Trump con Corea del Norte: amenazarlo de guerra.

Además, hay un país que es un nudo: Siria. Por un lado, lo dirige un dictador llamado Al Assad –aliado de Putin. Por otro, el Estado Islámico controla una parte del territorio y se enfrenta al gobierno. La paradoja parece imposible: atacar a uno es beneficiar al otro. Por eso, Obama no quiso bombardear al Estado Islámico pues era hacerle el trabajo al dictador; además, era poner en riesgo al ejército norteamericano para que los rusos recogieran la cosecha. Pero, Trump no es Obama. El perverso vínculo entre el gobierno ruso y el de Trump hacen que la lectura de estos eventos sea tan difícil de leer, tan impredecible.

Todo esto acompañado de actos terroristas a lo largo y ancho del Viejo Continente: Reino Unido, Francia, Italia, Alemania. Ningún sistema de inteligencia ni de seguridad han podido vencer a las sombras —inquietantes y escurridizas— del EI.

No hace falta ser Nostradamus para saber que se aproxima un conflicto internacional importante; los tantos frentes abiertos, la poca diplomacia y el incremento en la compra de armas anuncia a gritos lo que no queremos oír: ¡ahí viene la guerra!

Es indispensable preguntarnos qué posición tomará nuestro país. La vecindad con Estados Unidos es una oportunidad y un riesgo. Hoy necesitamos recuperar el liderazgo de la región, impulsar las industrias que puedan mejorar la economía en medio de un conflicto internacional y blindar las reservas. En buen mexicano: es momento de activar la economía de guerra antes de que la guerra desactive a nuestra economía.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Minotauros, anomalías y caprichos

El Mito del Minotauro cuenta la historia de Teseo y la batalla por asesinar a ese terrible animal –mitad toro, mitad hombre– conocido como el Toro de Minos que habita en un temible laberinto. Pero el héroe no enfrenta solo esta batalla; Ariadna –su amante– sostiene la punta de un hilo de oro que le permitirá a Teseo encontrar la salida del lugar. El valiente griego tendría, entonces, que luchar contra una bestia horrorosa con la confianza de saber que volvería a casa.

Pero imaginemos un giro en la historia. Pensemos —por un momento— que al entrar al laberinto, Teseo se encuentra con la noticia de que no hay un Minotauro sino varios —algunos más fuertes que otros—; además, descubre que ciertas alianzas entre los monstruos pueden serle útiles. Decide, así, armar a una guerrilla de mini-minotauros para que lo acompañen en su aventura. En el trayecto, algunos intentan traicionarlo pero el héroe sale venturoso del enfrentamiento; otros monstruos lo abandonan sin mayor explicación llevándose consigo las armas. Los más perversos, cortan el hilo de oro dejando a Teseo sin seguridades y sin certezas.

Construir la paz es encontrar la salida al laberinto: cada paso que damos puede llevarnos al siguiente callejón sin salida, a la próxima traición; también, parece que por más giros que damos volvemos, inevitablemente, a las mismas encrucijadas.

La sombra de la violencia se asoma, hoy, por todas partes: ya sea por vía de los desvaríos de Trump o  las amenazas de Putin; también, por medio de los ataques terroristas que se han vuelto parte esencial de la agenda de la semana; por si fuera poco, están los grupos de la delincuencia organizada que juegan en contra de los estados pero desde los estados. En resumen, no sabemos por dónde aparecerá pero vivimos de la mano de la guerra.

A diferencia de Teseo, nosotros no tenemos un hilo sostenido por Ariadna que nos muestre gentilmente el camino o que nos sostenga la confianza. Tampoco sabemos cuántos Minotauros enfrentaremos, ni cuáles son leales ni cuáles traidores. Por más fuertes que hayan sido los intentos y las manías de los historiadores y los filósofos por contar la historia y encontrar un sentido, mucho me temo que no hay tal.

El desenvolvimiento de los actos humanos en el tiempo responde a caprichos —las más de las veces—y a anomalías circunstanciales que reunidas en las páginas de los libros dan pie a esto, a lo que hemos decidido llamar historia. No hay mucho más.

Lo que vemos, día a día, son enfrentamientos, violencia, guerra y terrorismo sin sentido. Caprichos encumbrados y delirios puestos en marcha, a costa de la vida de las personas.

Si se me permitiera un solo deseo, me gustaría que la historia fuera la madeja de oro que nos devolviera a casa después de haber enfrentado a los minotauros en el laberinto.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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¿Qué hace un expresidente?

Hay de expresidentes a expresidentes, lo sabemos todos. Hay quienes se dedican a labores pacifistas —como Jimmy Carter—; otros, a impulsar a su partido en espera del retorno al poder —como Lula—. Mientras algunos se esconden en el anonimato, pues sus tropelías los alejan de la mirada pública, hay otros que no se curarán nunca de esa enfermedad llamada política.

Así déjeme contarle, respetado lector, las recientes actividades de algunos de los expresidentes que muestran que el poder se ejerce — de facto — más allá de las sillas presidenciales.

Apenas el lunes, el presidente Salinas de Gortari publicó una sentida nota sobre la muerte del general Antonio Riviello Bazán, quien fuera Secretario de la Defensa Nacional durante su gestión. La columna da muestra del respeto y de la lealtad del presidente Salinas hacia su colaborador, pero también envía un mensaje a los candidatos presidenciales y a la sociedad mexicana: “al Ejército se le agradece y se le respeta”, nos dice Salinas de Gortari —sin decirlo —.

También el lunes, 22 expresidentes respaldaron la propuesta de Luis Almagro, Secretario de la OEA, de aplicar la Carta Democrática a Venezuela por sus constantes violaciones a los Derechos Humanos. Los expresidentes señalaron que es indispensable convocar a elecciones y aliviar las penurias por las que pasan los venezolanos. Con ello ponen en duda la presidencia de Nicolás Maduro. El respaldo lo firmaron: Óscar Arias, de Costa Rica; José María Aznar, de España; Nicolás Ardito Barletta, de Panamá; Belisario Betancur, de Colombia; Armando Calderón Sol, de El Salvador; Felipe Calderón, de México; Rafael Ángel Calderón, de Costa Rica; Laura Chinchilla, de Costa Rica; Alfredo Cristiani, de El Salvador; Fernando de la Rúa, de Argentina; Vicente Fox, de México; Felipe González, de España; Osvaldo Hurtado, de Ecuador; Luis Alberto Lacalle, de Uruguay y Ricardo Lagos, de Chile.

Finalmente, la injerencia de Barack Obama en la política de Washington es innegable. Así, en la discusión sobre la reforma de salud —el principal legado de su gestión— se notó la fuerte influencia que sigue teniendo el expresidente, quien impidió que Trump demoliera, de un solo golpe, la seguridad de 24 millones de norteamericanos. Además, no olvidemos que el equipo legal de Obama está liderando la investigación sobre un posible impeachment; por último, el expresidente ha señalado que asumiría personalmente la batalla para defender a los migrantes denominados dreamers: los jóvenes que no tienen los documentos en orden, pero que son la nueva generación comprometida con los valores americanos.

Así, parece que algunos expresidentes siguen siendo guardianes de la democracia, defensores de las instituciones, aliados de los ciudadanos. Respeto esta discreta e indispensable influencia en la vida de las naciones.

* Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac.

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Un nuevo ministro

En el famoso libro de 2010, How judges think,  el juez Richard Posner puso en claro que en los casos estándar, los jueces pueden argumentar suficientemente con la lógica jurídica. Pero que en los casos difíciles —esos que terminan en las Cortes Supremas— los jueces incluyen criterios subjetivos, opiniones emotivas e —incluso— hasta prejuicios.

Por ello, sólo un manipulador, o un ingenuo, sostendría que el derecho carece de carga ética y política; de convicciones metalegales. Todos sabemos que la interpretación de las leyes pasa por el crisol de los principios filosóficos; también, que cuando eso no ocurre es porque triunfó el pragmatismo, que también es una postura filosófica.

Por eso, el papel que desempeñan los jueces y —en especial— las Cortes Supremas de Justicia son tan importantes en la configuración política de los países. A manera de ejemplo, la Suprema Corte de Estados Unidos resuelve —en promedio— no más de 80 casos por año pero su impacto se refleja en la vida de la mayoría de los norteamericanos.

Tras la muerte del Juez Scalia, en febrero de 2016, el presidente Obama propuso al juez Merrick Garland como candidato para ser el noveno ministro de la Corte. Los republicanos, en una actitud poco conciliadora y en contra de la práctica política imperante hasta entonces, impidieron las audiencias y desecharon la candidatura de Garland.

Con ello, garantizaron que el presidente Trump eligiera al nuevo ministro con la intención de inclinar la Corte en su favor. Así, llegó la nominación de Neil Gorsuch, un juez más conservador que el fallecido Scalia, defensor de los intereses de los súper ricos, paladín de los derechos de las empresas.

Trump busca, con esta nominación, tener el control del ejecutivo, la mayoría en las cámaras y la Corte en su favor. Permitirlo es poner en riesgo no sólo el juego de pesos y contrapesos de la democracia sino la seguridad de la humanidad entera.

La elección del nuevo “justice” es trascendental pues frente a los desvaríos del presidente Trump han sido —precisamente— los miembros del poder judicial quienes han hecho valer las enmiendas constitucionales y han logrado salvaguardar, hasta hoy, los principios de la democracia americana.

En mexicano: los jueces han sido quienes le plantaron cara a las locuras de Trump. Y si los casos llegaran a la Suprema Corte es indispensable lograr un equilibrio reflexivo que garantice la independencia del poder judicial de los deseos de la Casa Blanca.

Para que el juez Gorsuch pueda ser confirmado por el Senado necesita una mayoría especial de 60 legisladores y, afortunadamente, los republicanos tienen sólo 52 lugares; así, necesitarían el apoyo de ocho demócratas para lograr la confirmación.

El Comité Judicial del Senado ha adelantado que será hasta el 3 de abril cuando la nominación de Gorsuch se discuta en el pleno. Ojalá tengamos noticias razonables antes del receso del 15 de abril, y se desestime esta candidatura.

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Holanda: resistiendo al populismo

Hoy hay elecciones en Holanda y no son un asunto menor pues, especialmente en este año, se debatirá el futuro de Europa. Junto con las elecciones de abril en Turquía y las de septiembre en Alemania, estos comicios dibujarán el nuevo rostro del continente.

Las propuestas de gobierno son extremas. Por un lado, están las propuestas liberales; por el otro, -envalentonados por los desvaríos democráticos del 2016- están las fuerzas populistas de ultraderecha. Hacía tiempo que no veíamos un escenario tan sombrío pues, de ganar las fuerzas populistas, sería el fracaso de la utopía llamada Europa.

En la contienda holandesa, los dos candidatos que puntean las encuestas son, el actual primer ministro, Mark Rutte y el ultraderechista Greet Wilders quien se adelanta ganará el voto popular pero no alcanzará a formar gobierno pues no logrará tener los 76 diputados que se necesitan para tener mayoría. Así, la esperanza de los liberales está en lograr una coalición postelectoral que deje fuera a Wilders.

Greet Wilders ha ganado notoriedad gracias a su posición antimusulmana –ha prometido cerrar Mezquitas-, antieuropeísta y ultranacionalista. El fantasma a perseguir son los migrantes. Pero la visión de Wilders está equivocada por el vínculo falaz entre migrantes y terroristas; hay que decirlo una vez más: no todos los migrantes son terroristas ni todos los terroristas han sido migrantes.

No deja de llamar la atención que el discurso de Wilders tenga ecos en uno de los países más liberales de la historia y que conoce bien de las desgracias de los abusos de los gobiernos nacionalistas-totalitarios. Holanda, como sabemos, sufrió fuertes ataques aéreos durante el nazismo y su población pagó el precio de la guerra.

Para evitar intervenciones de los hackers, las elecciones de hoy se contabilizarán manualmente. Así, el gobierno holandés ha dicho sin decirlo que la intervención rusa en las elecciones de Estados Unidos es altamente probable; que se está gestando un eje de gobiernos intolerantes y derechosos de los que –¡más nos valdría!– hay que alejarnos.

¿Desde cuándo ser intolerante se volvió una moneda aceptada en la plaza democrática? ¿Cuándo las amenazas pasaron a argumentos? ¿Cómo es que el miedo se convirtió en el motor de la historia? Y no. No me cansaré de repetirlo: en democracia se vale disentir, se debe argumentar, es imperativo incluir y construir. Las próximas generaciones se merecen un mundo que respete las reglas del juego democrático y puedan gozar de los derechos y libertades que nosotros, en las democracias liberales, hemos tenido.

Las elecciones de hoy, en Holanda, son la primera parada electoral para medir si la tendencia en el continente se orientará hacia los gobiernos totalitarios, populistas, ultra conservadores o si hay esperanza para los liberales, la tolerancia y la inclusión.

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