Las cosas no estaban bien antes de la pandemia del virus chino Covid-19. Las deficiencias estructurales mundiales provocadas por la incursión de una impresionante cantidad de mano de obra barata por parte de China y detrás países, como la India, enviando millones de toneladas de productos baratos al planeta están cobrando altas facturas localmente. Lo mismo la proliferación de cantidades importantes de frustración social derramadas en las redes sociales y una evolución tecnológica sin precedente que el ser humano no está procesando correctamente, comenzaron a poner en duda muchas de las estructuras institucionales establecidas. Al tiempo de la existencia de una fuerte lucha por el poder hegemónico global en lo tecnológico, militar y comercial que ha perturbado la relativa normalidad de la convivencia humana. Ante lo anterior, es poco lo que los individuos pueden hacer. El acercarse a los valores morales y familiares, así como meditar en las bondades de fortalecer más el espíritu que el consumo, están siendo la alternativa que pocos visualizan.
En este contexto, algunos cuestionan a la economía de libre mercado, si bien no por ser la causante de la pobreza, sí por la obscena y excesiva acumulación de capital en muy pocas manos y, en su caso, hacer poco por evitar las desigualdades y la marginación. Incorrectamente se ha interpretado que este modelo económico ha promovido, por ejemplo, que basta con tener un celular y conexión a wifi para que todos seamos iguales. Igualmente, la noción de que sólo se trabaja un par de horas al día y el resto dedicarlo al ocio y uso desmedido de redes sociales, lo que iba a resolver nuestros problemas de vivienda, salud, comida, educación y transporte. También el dar rentas mensuales a las empresas tecnológicas para convertirnos cada vez más dependientes de ellas al grado de que controlen lo que vemos, cuántos pasos damos al día y en qué creemos. La economía de mercado no es lo anterior; sin embargo, el debate público en muchas naciones lo viene perdiendo.
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